Un día pedí la palabra en un lugar muy pobre en donde había muy poco que pedir.
Han pasado muchos años... Sigo pidiendo la palabra donde sólo hay silencio.
(
Ángel Maldonado Acevedo)
Me asombra (y me escandaliza) cómo los humanos demostramos una complicidad casi absoluta con el abuso de que somos objeto, resignándonos a soportarlo todo, asumiendo el dolor e incluso el pánico como si fuesen los sacramentos de nuestra servidumbre.
¿No os preguntáis, también, por qué reacciona tan poca gente ante la pérdida de derechos adquiridos que, hasta hace poco, considerábamos fundamentales, básicos e imprescindibles?
Las informaciones sobre casos de corrupción, son continuas, constantes... Así como sobre fraudes, saqueo a las arcas públicas y estafas varias, que se suceden sin que pase nada.
Han ocurrido tantas cosas en los últimos tiempos bajo la coartada de la crisis que me pregunto cómo no se han tambaleado los pilares de este sistema social nuestro desde sus cimientos. En cambio, la máquina sigue funcionando sin contrariedad.
Hay diversas teorías, Yo hablé ya aquí de "la indefensión aprendida"... Pero hay quien dice que esto ocurre por "el exceso de información", ese bombardeo continuo de estímulos que hace que "saber la verdad no importe"...
El ejemplo de la corrupción generalizada, en la que se ven envueltos todos los estamentos, incluidos el poder judicial, empresarios, políticos, financieros, casas reales y agencias de inteligencia, es claro e ilustrativo de que, pase lo que pase, no se mueve casi nadie.
Por el contrario, ante las violaciones de nuestra intimidad, como esos espionajes que afectan a todas nuestras actividades, los desahucios de nuestros hogares y de nuestros trabajos, el robo de los ahorros bancarios, la conversión del bien público en negocio privado, como pasa en sanidad, educación, etc... nos mostramos apáticos y llegamos a justificar lo que está pasando con el mismo lenguaje que utilizan los que nos esquilman.
Aparecemos como incapaces de valorar, con criterios propios, las implicaciones que conlleva la situación actual y nos dejamos manipular por los que tienen el control de los mecanismos sociales. Nuestra respuesta emocional también parece reducida, manteniéndonos dóciles y sumisos.
Este debate puede ser largo desde perspectivas psicológicas y sociológicas, fundamentalmente. Quizás, antropológicas... Mas yo solo quiero dejar constancia de mi pasmo ante la pasividad con que estamos asistiendo a tantos desmanes.
Existe, es verdad, algún intento de cambio, llevado a cabo por grandes personas, esas que son las imprescindibles, a quienes admiro y quiero, pero a las que la mayoría no gusta de seguir, a quienes se pone zancadillas, intencionadas o no, porque no les acabamos de creer. Una forma más de negarnos al compromiso.
Al hilo de estas horas, primer día de primavera, están llegando a Madrid desde distintos puntos del país, muchas de esos "imprescindibles", que se unirán el día 22 a todos los que salgamos a manifestarnos por ese cambio justo y necesario.
Ojalá no quede solamente en una anécdota más en la historia de las manifestaciones. Que la marcha de la Dignidad inaugure una nueva etapa de construcción y que reinventemos esa palabra de nuevo.
Porque si soy sincera, lo que pienso es que, como población, estamos en un estado mental que no se hubiera atrevido a soñar ni el más enajenado de los dictadores.
Tal vez, ante nuestra asombrosa pasividad, algún día sean las piedras del camino las que griten por nosotros.
INDEFENSIÓN APRENDIDA: