¿Conocéis la conmovedora historia de Sisa Abu Dauh?
Se hizo pública en
todo el mundo en marzo del pasado año 2015.
Pero vamos a escucharla de su
propia voz:
"Me llamo Sisa Abu Dauh. Nací en 1950 en Al Aqaltah, un
pequeño poblado de felahin (campesinos), a unos kilómetros
del Lúxor de los templos y las tumbas de faraones.
Yo nunca salí de mi aldea. No fui a la escuela. No sé leer
ni escribir. Era apenas una muchacha cuando me casé con un señor de Quena a 50
kms. al norte de Luxor. No recuerdo bien la edad que tenía entonces, pero no
más de 20 años. Mi marido murió en el sexto mes de mi primer y único embarazo.
Lo pensé, en el caso de que el bebé resultara ser hembra, me
haría cargo de su cuidado y educación.
Lo tenía claro: le dedicaría mi vida. Y di a luz a una niña. La llamé
Hoda y a paratir de entonces juré que jamás le faltaría un pedazo de pan que
llevarse a la boca.
Luego comprendí que cumplir la promesa no sería sencillo.
Mis hermanos quisieron casarme de nuevo y por el salón de nuestro hogar
desfilaron pretendientes de todas las edades. Siempre les recibí, les ofrecí un
té y rechacé amablemente la oferta de una boda que me habría obligado a dejar a mi hija en el regazo de la familia de mi difunto
esposo.
Sugerí mi intención de buscar un empleo con el que arañar
unas cuantas libras. Se negaron.
No era respetable –argumentaron- que una mujer saliera cada
mañana a la calle para ganarse el jornal. Entonces hallé una solución.
Una mujer -me dije-
no podía trabajar, no me quedaba otra que ser hombre.
Me afeité la cabeza, me puse un turbante y oculté mi figura
bajo una holgada galabiya (túnica)
Y, como cualquier otro muchacho de mi pueblo, me fui a
buscar un sueldo por escaso que fuera y por penoso que resultara el trabajo.
Era joven y todavía tenía la fuerza de diez hombres.
Me partí el lomo como el que más. Trabajé en el campo
empuñando la hoz. Después me hice peón de albañil. Durante 7 años fui uno más
de la cuadrilla. Como el resto de mis compañeros, transporté sobre mis hombros
espuertas cargadas de cemento. Nunca me quejé. Y eso que me enfrenté a no pocas
molestias.
Cuando descubrían
mi secreto, me insultaban y me acosaban.
Curada de espanto, no me volví a separar de una estaca de
madera. También me cargué de paciencia. Llegué a la conclusión de que me convenía ser ciega, sorda y muda.
Ignoré los ataques que se mofaban de mi aspecto y de que trabajara para
alimentar a mi hija.
Había ocasiones incluso en las que al
atardecer, concluida la jornada, me reunía con mis colegas de tajo en los cafés
del pueblo. Bebíamos té y fumábamos cigarrillos. Con el tiempo empezaron a
llamarme “Abu Hoda” (el padre de Hoda) y aceptaron que rezase con ellos en la
mezquita.
Han pasado ya 42 años desde aquella mañana
en la que crucé la puerta vestida de hombre. No me arrepiento. Cuando me
flaquearon las fuerzas y aparecieron los primeros achaques, cambié la obra por
un oficio más cómodo: limpiabotas.
Aún sigo dando lustre a los calzados de los hombres que
recorren las calles polvorientas de Luxor.
Gano a diario 20 libras egipcias (alrededor de dos euros).
Hace unas semanas el gobernador de la ciudad me entregó el
diploma a la madre ejemplar del año y me regaló un quiosco donde poder trabajar
sin tener que patearme las calles".
(Testimonio de Sisa Abu Dauh recogido por el periodista
Francisco Carrión, corresponsal en El Cairo y publicado en El Mundo.)
Un amigo egipcio, me
cuenta que por las calles de Luxor era
frecuente ver a un hombre delgado, eso creían, de tez morena que limpiaba zapatos. Pero debajo de la
galabeya se escondía un secreto que nos demuestran cómo las apariencias engañan
y que hay personas audaces y valientes que a menudo pasan inadvertidas.
La
tradición egipcia condena a las mujeres que enviudan a vivir de la caridad, sin posibilidad de optar a un trabajo
digno. Lo “correcto” es volver a casarse, pero no era lo que Sisa quería. Y
tomó una decisión radical.
“Quizá
sorprendentemente en una sociedad donde muchos tienen ideas conservadoras sobre
los papeles de género, el anuncio de Daooh no fue recibido con declaraciones de
condena sino de curiosidad y una avalancha de reacciones mayormente positivas
de parte de los funcionarios y medios noticiosos locales”, destacó The New York
Times .
Su caso llegó
finalmente a los oídos del presidente egipcio, Abdel Fattah al-Sissi, que la
invitó a El Cairo el 21 de marzo, con motivo del Día de la Madre, para darle la
medalla de "Mejor Madre trabajadora".
Ella, una vez que ha salido a la luz su verdadera identidad, asegura:
“He decidido
morir con estas ropas. Ya me acostumbré a usarlas. Han sido mi vida entera y no
puedo dejarlas ahora”´.
Y su hija
con mucho orgullo considera que ella no es solo su madre, sino que también es
su padre y su "todo" en la vida, y le está muy agradecida.