Él es el cura al que todos quieren matar.
Recordó que descubrió su vocación a los 19 años,
pensando que la función principal de los sacerdotes era salvar almas. Ahora, lo
que dice es “que sé que se trata de salvar a las personas del hambre, de la
injusticia, de la corrupción, de la impunidad”.
Cuentan que, de niño, rompía los cristales de las casas de los
vecinos, que hacía tropezar a los paseantes con hilos a ras del suelo, que
participaba en guerras de pedradas y que con su pandilla echaba agua y a veces
pintura a las parejas que iban a besarse a los jardines. Era tan “malo” que las
monjas lo expulsaron dos veces y le dieron el título de primaria por respeto a
su padre, profesor de barrio, que llevaba la contabilidad y tocaba el piano en
el Colegio América.
Aquel travieso niño aprendió a defenderse del
grandullón que le pegaba y le tiraba la bolsa de pan cuando salía de la
panadería. Clavó varios clavitos en una tabla y le marcó las piernas al
abusador.
La madre convenció a Alejandro de que no era un
niño malo, y que en una nueva escuela nadie sabría de sus travesuras. A los dos
meses, comenzaron las buenas notas y en su primer semestre ya obtuvo un diez.
En una familia buena y generosa, con dificultades
económicas, pronto los hermanos mayores tuvieron que ponerse a trabajar. Y
gracias a eso, los pequeños pudieron seguir estudiando.
Fue el salario de su hermano Raúl el que permitió
a Alejandro estudiar la secundaria, el bachillerato, dos carreras
universitarias (Historia y Psicología),
una maestría en Terapia Familiar y, más tarde, una aburguesada vida durante sus
primeros años de sacerdote en Toluca.
Pero si en la infancia “lo corrieron 3 veces de
colegios privados y escuelas públicas, en la juventud lo echaron de cuanto
seminario religioso pisó”.
Ya no eran las travesuras de niño, sino rebeldía
frente a la obediencia, la disciplina y el modelo de Iglesia lo que lo
confrontaba con sus superiores.
Los carmelitas lo salvaron del Yunque y le
enseñaron el Concilio Vaticano II.
Fue durante décadas un cura de aldea, sin ninguna
influencia social, política ni religiosa.
En 2005, ya con 60 años, decide dejar su parroquia
y entregarse a la defensa de los migrantes.
Desde entonces, ha sido encarcelado dos veces, amenazado por el cártel
de los Zetas, por policías y políticos, intentaron quemarlo vivo junto con su
albergue y han puesto precio a su cabeza:
Los grupos criminales le tienen en su punto de
mira, estorba el negocio.
Un día pasó por unas vías de tren… Y descubrió a
La Bestia.
El tren que utilizan los latinoamericanos y que se
cobra un alto precio.
Se subió al techo con algunos migrantes y
compartió tiempo con ellos, viendo las necesidades que padecían.
En el año 2007 fundó un albergue –Hermanos en el
Camino- para que las personas que llevan una larga y peligrosa travesía a sus
espaldas, descansen, disfruten de cama y comida, de cuidados médicos y de apoyo
psicológico.
Como misión, ser un organismo de asistencia
humanitaria integral capaz de brindar toda la orientación necesaria a las
personas migrantes en tránsito.
Y con la visión de ofrecer servicios
compensatorios de calidad, así como defender y promover los derechos humanos de
las personas migrantes acompañándolas y promoviendo su constitución como
sujetos activos, hacedores y transformadores de la realidad.
Aunque, dice, llegan en principio con actitud
desconfiada, más tarde empiezan a narrar
sus historias, “que son de violencia,
pero también de recuerdos bonitos de su
tierra: les duele haber dejado su país de origen, su familia o lo que queda de
ella. También hablan de esperanza”.
A veces, los periodistas le preguntan:
¿La
migración es un delito o un derecho?
Suele criminalizarse, pero él sostiene que la
migración es un derecho.
Aliado con otros defensores de derechos humanos,
presionó al Congreso mexicano y Calderón, entonces presidente, promulgó una ley
de migración que concedía “visa de transmigrante” de 180 días para transitar
legalmente hacia EE.UU.
“Para analizar los fenómenos migratorios “no podemos mirar de forma fragmentaria”,
sino que es necesario que miremos con retrospectiva la historia de la humanidad
desde una visión integral”.
“Los emigrantes me enseñaron que todas y todos
somos migrantes, somos indigentes existenciales. Somos caminantes. Somos
humanidad en camino. Somos procesos… Son un signo de que algo
está cambiando en el mundo. Ellas y ellos nos trasmiten una nueva humanidad,
una espiritualidad desposeída de lo material con el sueño compartido de un
mañana que no han visto”.
Pero ante esto, “hay una parte de la humanidad
grotesca que cree que se puede ejercer el poder sobre otros y dominarlos y que
solo piensan en la concentración de la riqueza. Es una humanidad ciega. Son
personas que han apostado la única existencia que tenemos al poder y al dinero.
Vivir para tener y acumular es un suicidio. Cuando nos vamos, todos nos vamos
encuerados”.
El padre Solalinde encarna la “lucha por una
verdadera síntesis entre fe y vida, entre culto y vida social, entre religión y
compromiso por la justicia”.
Es decir, la opción de Jesús por los pobres y
marginados, “junto con su conducta polémica y provocadora para con los ricos”
(Rafael Sivatte: La justicia que brota de la fe).
Por eso para este cura “lo más valioso es el ser
humano. Dios está encarnado en el ser humano”. Lo que le hace partidario de una Iglesia menos
ostentosa y más cercana. Más “itinerante” y que dé las mismas oportunidades a
las mujeres.
Su compromiso con el feminismo le llevó en una homilía
a explicar el Génesis narrando que
cuando Dios le quitó una costilla a Adán para darle una compañera, el hecho de
que fuera una costilla era significativo: no se trataba de una extremidad
superior o inferior, ni de arriba ni de abajo, sino de en medio del cuerpo de
Adán. Ese hecho significaba que Dios situaba
en un plano de igualdad a ambos sexos.
Habla de su madre Iglesia con pena “porque no es
fiel a Jesús, sino al poder y al dinero” y “porque es misógina y trata con la
punta del pie a los laicos y a las mujeres”.
El sacerdote mexicano denuncia el “genocidio que
se está realizando “con los inmigrantes que cruzan el país.
El cobarde asesinato de mujeres es parte del
sistema de gobierno: sabe que ellas pueden cambiar la historia de nuestro país.
México es la nueva Tailanda, con 12 millones de
mexicanas víctimas de trata y 4 cárteles implicados en el secuestro de mujeres con fines de
explotación sexual.
Insiste en que su país sirve de “muro horizontal” a EE.UU. El
equipo del padre Solalinde condena que los intereses políticos de estos dos
países hagan de él un cementerio de
miles de migrantes muertos en desiertos, ríos y a manos de la delincuencia.
Si Trump está yendo con todo, yo seguiré también
defendiendo con todo a las personas migrantes, afirma.
Y considera que hay una confrontación entre los
valores que deja ver el presidente
americano, de xenofobia, discriminación, racismo y misogenia y los que esgrimen
los defensores de los derechos humanos.
México le hace el trabajo sucio a los EEUU y trata
con “desprecio” y “como delincuentes” a las personas que van en busca de una
vida mejor en el vecino norte.
El gobierno federal es su aliado, su amigo y le
cuida el patio trasero.
A lo largo de “su viaje a EE.UU sufren asaltos,
agresiones físicas y sexuales, abusos de autoridad, encarcelamientos, descargas
eléctricas, extorsiones y secuestros, tanto por parte de bandas y delincuencia
organizada como por autoridades públicas, policías y agentes del Instituto
Nacional de Migración”. Todas esas situaciones afectan a los que pasan por
México camino del sueño americano.
Habla con tristeza de cómo en su país la
narcocultura va atrapando a los jóvenes, de la imagen del “narco poderoso” que
se trasmite, en cine, televisión, canciones, a pesar de que la segunda
generación de narcos es de universitarios con grado en administración de
empresas que contratan a químicos que fabriquen drogas de diseño.
El narcotráfico hacía ricos a pobres don nadie que creían ser valientes, con aquello de plata o plomo.
Ahora, toman el discurso del poder imperante: la
libertad de mercado y la legitimidad de hacer dinero.
El cártel de los Zetas tienen en el secuestro de
emigrantes una de sus fuentes de financiación más lucrativas.
Los migrantes se exponen a numerosos peligros.
Además del riesgo de convertirse en mercancía o en trabajadores forzados a los
que luego hay que matar, se enfrentan a los cárteles del crimen organizado, a
posibles brotes de racismo, siempre con los bolsillos vacíos.
Ante esto, el gobierno mira para otro lado.
“El Instituto Nacional de Migración (INM)
obedece (dice obededer) a una
Constitución de un Estado de Derecho, pero no es as… No se guía por los
Derechos Humanos ni por las leyes migratorias.” Se ha convertido en un azote para los
migrantes y en una gran contradicción. Los persigue como si fueran criminales.
Usan armas de fuego y bolas de goma; emplean pistolas eléctricas sobre las
caras o en los genitales.
Comenta que cuando estuvo en la ONU y en el
Parlamento Europeo, fue decepcionante.
El Padre Solalinde dejó un claro mensaje al
Parlamento Europeo: “Europa está en decadencia moral. Los Derechos Humanos son
parejos para todo ser humano. No se puede excluir a los migrantes”
Sostiene que la migración “lleva consecuencias
positivas para los países receptores”.
“El movimiento migratorio no es un fenómeno, es un
hecho provocado por el sistema capitalista que ahora se tendrá que enfrentar
con lo que él mismo desató”.
Cuando los periodistas le preguntan si tiene
miedo, responde:
“¿Miedo? Miedo y vergüenza si me callo. Miedo y vergüenza si
soy cobarde. Yo tengo libertad de conciencia. Por miedo no voy a dejar de hacer
nada.”