domingo, 17 de noviembre de 2024

LOS AHORA.







   Cuenta una leyenda universal que, hace muchas épocas, las personas eran animales simbióticos: iban siempre acompañadas de un pájaro diminuto, de plumaje brillante y canto melódico, que eran como un susurro: Se llamaba Ahora.

   Los Ahoras acompañaban a los humanos día y noche, revoloteando por sus cabezas en silencio, eran pajaritos muy sabios y sencillos. 

   Cada vez que sus simbiontes contemplaban un paisaje hermoso, miraban a alguien a los ojos, o vivían cualquiera de esos mágicos eventos que suelen discriminarse solo por ser cotidianos, el Ahora les daba un pequeño picotazo en la cabeza de la persona y cantaba; entonces las personas tenían un Momento de Consciencia. Vivían el presente con más nitidez y eran felices. De hecho, los Ahoras se alimentaban de las emociones que se desprendían de estos momentos, y de ahí la simbiosis.

   Había gente que se hacía muy amiga de sus Ahoras y estos les daban Momentos de Consciencia a cada instante. 

   Sin embargo, algo ocurrió. Llegó un punto en que, por motivos estraños, la gente empezó a establecer relaciones con otras dos aves, una de plumaje negro y otra blanco: se llamaban Antes y Después, y poco a poco, los Ahoras fueron muriendo, la magia de los pequeños detalles desapareció y los Momentos de Consciencia se perdieron para siempre.

   Mas este no es el final de la historia, pues la leyenda asegura que los hermosos Ahoras, aunque ya no puedan volar ni picarnos, siguen viviendo en el alma de cada uno de nosotros, esperando que retomemos la simbiosis y podamos ver la magia de nuevo.

   Incluso dicen algunos que… si cierras los ojos, respiras hondo y sonríes, podrás sentir, en el corazón y en la mente, el canto y el picotazo del Ahora, y al volver a abrirlos el mundo será brillante.

(Óscar Soria)

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Este es un cuento de Oscar Soria que redactó un microrelato para un certamen literario. La historia tuvo tanta acogida y repercusión que, además de resultar ganadora del concurso, generó todo un movimiento en torno a ella. La historia nos sugiere la importancia del “ahora” y de intentar vivir con plena consciencia los momentos del día, como únicos y especiales. Lo simboliza con un pájaro, que es el que nos recuerda, a través de su picotazo, la esencia de esos momentos mágicos.




lunes, 4 de noviembre de 2024

¡FELICIDADES, QUERIDOS BORROMEOS, QUERIDA COMUNIDAD!

    







   

  Hoy, 4 de noviembre, se celebra el día de San Carlos Borromeo,  ése que es Patrón de la Banca y de la Bolsa y al mismo tiempo padre de los pobres; el Obispo de Milán que duerme incorrupto en una urna de plata, regalo de Felipe IV,  como descubrí hace un tiempo  visitando la catedral de dicha ciudad.


    No se quejarán en estos tiempos de su santo patrón los banqueros y especuladores del tan famoso juego financiero,  a tenor de lo bien que les van las cosas, a ellos sí, a cuenta de tantos otros a los que se les despoja de lo más necesario: casa, salud, trabajo, paz social…  ya que, ejercicio tras ejercicio, vemos con enorme asombro  que a pesar de lo mucho que  se habla de crisis  y de que el sistema financiero se derrumba, a continuación se apuntan increíbles beneficios  en sus entidades.

¡Qué paradoja, que nuestra parroquia (ahora llamada centro Pastoral por orden eclesial),  hogar y refugio de tantos desarrapados, lleve su nombre!

     Bien es verdad, que este santo, del que cuentan que tuvo ocasión de demostrar su talento a la muerte de su padre, con apenas 20 años, haciéndose cargo de la hacienda familiar, y que destacó en saber llevar los asuntos vaticanos en el siglo XVI,  (fue el primer secretario de estado) con gran acierto desde el punto de vista papal, acabó su vida como obispo de Milán pobre y compartiendo sus bienes con los demás.

  
 Fue ayer domingo cuando nos reunimos para celebrar un encuentro festivo muchos de los que pasamos por allí, ahora y tiempo  atrás, para achucharnos cariñosamente, en ese apoyo que solemos darnos unos a otros, no exento de tensiones a veces, propias de tanto y tanto desgaste.  

Y lo hemos hecho en ese local que lo mismo sirve para “un roto que para un descosido”: 

   Para acoger y dar techo y comida a decenas de solicitantes de asilo, cuyas tragedias personales han traído hasta nuestro país y a quienes las instituciones encargadas de dar soluciones dejan en la calle sin recursos y sin consuelo, asi como para festejar y celebrar que algunas de esas familias pueden partir un día hacia un nuevo comienzo.  

   
        










   Para reunión de asambleas vecinales, como para para la presentación de libros sobre lo humano y lo divino, pero siempre llenos de vida y de experiencias, o para  testimoniar a través de la fotografía y el cine, la realidad cotidiana de este mundo nuestro.


    











   Para bodas entrañables de los que quieren testimoniar su  amor y celebrar con la comunidad asi como para despedidas desgarradoras de aquellos con quien tanto quisimos.


    Para la celebración del pan y del vino, en fraternal comunión, como para compartir el pan y el vino en torno a la mesa de los amigos que buscan un mundo más justo y solidario.


   Para encontrar a través del baile una vida más armoniosa y dedicarse un rato a la autoestima, como para la realización de cursos, jornadas y seminarios con participación de otras comunidades autónomas, o bien  para sede de denuncias de toda sppituación injusta de la que se tenga conocimiento.
   

    Para portal donde los Reyes Magos repartan juguetes a manos llenas a los niños que,  por no tener dirección de correo adecuada, no figuran en el reparto habitual en la noche de ilusión de sus majestades, así como para despacho improvisado de abogadas/os que, sin ninguna remuneración, ponen todo su saber al servicio de que la ley respete los derechos de las personas. 

      Y es que, como ya se ha apuntado tantas veces, hay una iglesia que se arrodilla en reclinatorios de cojines de terciopelo rojo y otra que se levanta para dar el desayuno en poblados de chabolas hechas de madera. 

    Una iglesia coronada de oro en sus mitras y la otra que vive con los de los suburbios de las ciudades, compartiendo lo que hay.  Una iglesia cuya moral tiene mucho que ver con conceptos abstractos alejados de la  humanidad, y otra que, abierta a toda persona y a sus condiciones, grita indignada ante el desastre humano que supone una crisis de la que no son responsables precisamente quienes más la están sufriendo.


    Sabemos que hay personas que viven encerrados en su burbuja de cristal, mirándose su ombligo, pero conocemos aquí a muchas otras que nunca se acuerdan de que lo tienen, ocupadas tan a diario en correr la misma suerte de quienes les rodean.

   Existen los que se ponen la venda en los ojos para no ver lo que ocurre a su lado y también  los que intentan desprenderse de corazas porque es la única manera de ser realmente humano y persona.

       Y están los que piensan que “a mí no me van a tocar”... y los que están ciertos en que si cae el otro, caemos todos juntos.

       Los que amurallan no solo sus bienes, también su corazón levantando fronteras mentales, y los que derriban fronteras, si no se puede físicamente, haciendo surgir grietas y túneles por los que llegar hacia la luz.

    Muchos sentimos la pertenencia a este lugar,  porque quien pasa por allí no reza a los dioses como se reza en las grandes sequías para que vengan las lluvias… sino porque alguien, siempre, te ayuda a vencer los miedos, los vértigos del compromiso, o al menos, te da la mano para recorrer el camino de la forma más cercana posible. 

Aquí constatamos  que las relaciones de cooperación social generan afectos, vínculos, símbolos, cuidados, ideas, pluralidad, y, sobre todo, riqueza, esa que no puede reducirse a la cuantía económica, sino que es riqueza social, necesaria, imprescindible...   


Como dijimos ya en algún lugar cuando intentaban cerrar la parroquia y silenciarnos, desde esta "plataforma,  espacio liberado,  comunidad, asamblea (reconozcámosla como mejor nos signifique), fuimos formulando nuestra fe en las personas: la acogida incondicional como seña de identidad comunitaria". 


           Es San Carlos de Entrevías un lugar, donde aún, nos alimentamos con el pan de la utopía.