El racismo, como tantas
otras cosas, es una cuestión de poder,
por eso se ejerce sobre otros.
Hay algo irónico en ver cómo afecta el color negro de la
piel a tantos seres humanos, haciendo que su vida sea tan difícil, mientras en
occidente, hombres y mujeres que se consideran blancos, pasamos horas bajo un
sol que nos expone al cáncer de piel, para conseguir la dosis de negrura que
demanda la moda.
Y si no, gastamos en cremas, bronceadores, rayos uva, etc…
Pero a nosotros, aunque nos doremos como carbones en las
vacaciones, a la vuelta, nadie nos discrimina. Es más fácil que te alaben el
tono de la piel a que te rechacen.
Recuerdo que el
futbolista colombiano Aprilla dijo una vez que deseaba cambiar de color “por un
ratico” para comprobar si los problemas que tenía eran a causa del racismo
cuando jugaba en el equipo del Parma italiano.
Existía hace años una especie de prueba denominada “la bolsa
de papel café” que, según contaba Mikaya Strickling, consistía en una
comparación de colores donde uno era considerado mejor si el color de la piel
era similar al color de la bolsa de
papel; significaba que se era mejor que otros de piel más oscura.
Ella decía: “Yo creo ser una mujer preciosa que tiene mucho
que ofrecerle al mundo, sin embargo, como adulta, soy bombardeada con imágenes
que me dicen lo contrario. A través de los medios de comunicación, mi familia y
hasta entre mis propios amigos, puedo sentir que por ser de piel oscura, estoy
en cierta desventaja, obteniendo un cierto sentimiento de inferioridad”.
Muchos consideramos enriquecedor ser multicultural, gozar
del mestizaje y de los sabores y beneficios
que proporciona la interrelación. Yo envidio su sentido del ritmo, el saber
hacer música con un darbuka o el berimbao, bailar como una africana o una latina.
Pero cada vez más, a nuestro lado observamos muestras de
comportamientos discriminatorios, incluso ya no se esconde la exaltación de “raza
pura”.
Me asusta, me indigna, me… que las fronteras sean más importantes
que las personas, que éstas sean utilizadas como moneda de cambio por los
gobiernos para conseguir beneficios, que los derechos se queden en papel mojado,
en definitiva, que una vida no valga nada cuando se pertenece al sur de este
mundo.
Los que viven conmigo, han cruzado distancias impensables
entre su mundo y el nuestro.
Dice el diccionario que “la distancia mide la lejanía entre
dos puntos o cuerpos”, pero he descubierto que la solidaridad y el cariño rompen
esa distancia aunque se construyan vergonzosos muros para impedirlo. ¿Cómo nos
van a obligar a poner candados a nuestros corazones, si éstos son casas de
puertas abiertas? Si los que conviven con nosotros se saben queridos y acogidos, ya pueden
promulgar leyes inhumanas los legisladores… las patrias, las banderas, las
geografías, las rayas y las fronteras, son conceptos que solamente benefician a
unos pocos en detrimento del resto de personas. Conozco gentes maravillosas que
son nido y abrigo para quienes lo necesitan. Y que respetan el envoltorio en el
que venimos a la vida, esa piel que es como el papel de regalo con el que
nos presentamos a los demás. Da igual el color que tenga ese envoltorio,
da igual de qué color sea, porque sabemos que dentro de él está lo mejor.
(Las ilustraciones pertenecen a "Pintando Sueños")
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