“Los
seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran: la vida
los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez, a modelarse, a transformarse,
a interrogarse (a veces sin respuesta), a preguntarse para qué diablos han llegado
a la tierra y qué deben hacer en ella.” (Gabriel
García Márquez)
Es frecuente confundir Identidad
con Identificación.
Qué tiempos éstos en los que
definimos a las personas NO por lo que son, sino por aquello de lo que carecen:
sin papeles, sin techo…
Como apunta Martínez Reguera, “el sistema nos va despersonalizando,
desvirtúa lo más personal de nuestras vidas y cada vez necesitamos más documentos,
más títulos, más credenciales para no ser tan insignificantes… Nuestra
existencia cotidiana y real está siendo suplantada por meras formalidades,
hasta tal extremo de deshumanización que si no dispones de papeles, se te
negará el derecho a lo imprescindible: espacio donde vivir, trabajo del que
vivir, atención sanitaria…”
La identidad queda sustituida por
un documento… y así, si carezco de él, me convierto en un “sin papeles” que no
tiene recuerdos, esperanzas, miedos, vivencias, necesidades…
Y cada vez, más papeles, más tarjetas, más controles burocráticos...
¿No está escrito por ahí que la identidad
colectiva o social por excelencia debería ser la HUMANA?
La identidad es un concepto
dinámico, que cambia según se transforme el contexto familiar, institucional y
social en el que vivimos, así como cambia cuando se inicia el proceso de
individualización en la adolescencia, cuando envejecemos, o trabajamos, por lo
que es una estructura en continua evolución a lo largo de nuestra vida y se
construye según nuestros ciclos vitales.
La identidad es la conciencia que una persona tiene
respecto de sí misma y que la convierte en alguien distinto a los demás.
Y sobre todo, está influida por el
OTRO. Es un movimiento de ida y vuelta.
Deberíamos considerar la
diferencia como un complemento de la personalidad, porque cuando no negamos esa
diferencia estamos ayudando al otro a construir su concepto de persona. Y sin embargo, lo estigmatizamos, o lo invisibilizamos a fuerza de negarles.
Lo que más daño puede hacer a una
persona es la invisibilidad.
Cuando te hago invisible, no te
veo, no existes, te puedo llamar clandestino, ilegal, incompetente, inferior…
Te niego el derecho de
pertenencia.
Me decía una vez Elena Arce que “usamos un
derecho humano básico, el derecho a la identidad, en función de lo bien que se
porte alguien o no, porque este derecho a la identidad se utiliza con los
papeles legales de forma perversa”.
Los representantes del poder, sin
conciencia, olvidan a propósito que el documento identitario, ese papel con
códigos alfanuméricos del que tanto se ha hablado, no dice nada de quién es en
realidad la persona que lo porta.
Sirve
solo para la organización social…
Aunque estos poderosos, al
convertirnos en “sujetos administrables”, nos convierte también en “seres
manejables”.
Para el inmigrante este aspecto
de su historia de vida es mucho más complicado. No conoce todos los códigos de
adaptación y su necesidad de ser
reconocido y de integrarse supone un
constante esfuerzo que hace que tenga
que estar negociando constantemente su identidad. Los otros, nosotros, no nos movemos
hacia él.
Cuando un inmigrante parte de su
lugar de origen, por la causa que sea, realiza un cruce de caminos con riesgo,
a veces con resultado de muerte…
Y sabe que aunque no muera, aunque llegue a otro lugar donde poder vivir, una parte de sí mismo, queda detrás, quizás para siempre.
Esa es otra forma de morir, pero
sabe que ese “morir” es renacer a una nueva identidad”.
Pero, a menudo, no les dejamos SER...
No olvido que, como escribía el
escritor argentino José Muñoz, “invisibles son aquellas personas que no
queremos ver, pero que acaban apareciendo detrás de nuestros miedos y
aprensiones, entre otras cosas, porque nunca dejaron de existir”.
Desde aquí, no dejo de
reivindicar el derecho a la total identidad de cada persona.
Y decir, como aquel menor emigrante al que
se le contradecía la edad de su documento:
"La máquina dice que tengo 18 años. Pero la máquina no es mi madre. Solo mi madre sabe cuando nací”.
SARAMAGO. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario