He
viajado a Nápoles 3 días, tiempo insuficiente para tener de una ciudad
algo más que una vista panorámica, aunque sea mi segunda vez.
Mas quiero traer aquí este texto de hace algún año, aún actual, elaborado en el Centro Social DAMM, del barrio napolitano de Montesanto, una referencia okupada llena de vida y actividad en zonas marginales:
Mas quiero traer aquí este texto de hace algún año, aún actual, elaborado en el Centro Social DAMM, del barrio napolitano de Montesanto, una referencia okupada llena de vida y actividad en zonas marginales:
´Foto de Marisa Perón. |
Divididos entre casa y escuela, para estos
niños la ciudad es desconocida: una entidad indefinible hasta la adolescencia
avanzada. Pero entre ellos hay una minoría que sigue utilizando la ciudad:
desatendidos o huyendo de pisos pequeños y opresivos y de padres que no tienen
recursos para controlarlos, estos niños ocupan habitualmente las calles
interiores, los patios y las plazas de los barrios; allí establecen el centro
de su vida, entre el tiempo de la escuela y el de la familia.
El Estado no considera normales a estos
niños y los define “de riesgo”. El uso de este término es el primer paso para
encerrarlos en un ghetto. En las calles de la ciudad hay una guerra no
declarada entre estos niños y los adultos: si ellos ocupan el espacio delante
de una iglesia, al día siguiente el cura lo manda llenar de enormes
floreros; cuando una placita interior
acaba de transformarse en campo de juego,
ya llega la guardia urbana a desalojarlos; en los parques, hasta los
sitios más escondidos están bajo vigilancia; los niños se “arman” –de spray,
huevos o petardos- depende de la
estación o de la moda, y a pie recorren la ciudad. Hay quien habla de pandillas...
La represión de estas energías está
organizada en las clásicas estrategias policíacas o a través de las políticas
sociales. En este segundo caso la tarea de vigilarlos está confiada (con
algunos millones) a la administración de la ciudad. Esta pide ayuda a
asociaciones y cooperativas que ofrecen el servicio. En cada barrio hay una red
de asociaciones. Cada niño de calle está vigilado al menos por dos jóvenes,
hasta aquel momento sin empleo. Estos jóvenes no están preparados para atender
a estos niños. Esto es bueno, porque los niños pueden ignorarlos fácilmente.
Pero también es malo, porque en una formación oportuna se podría trasmitir la
importancia de una relación abierta y paritaria; la actitud de ser receptivos
con los más pequeños. Es muy raro que en la formación de los futuros educadores
se haga una evaluación respetuosa del punto de vista del atendido y de su
cultura. Lo que falta es sobre todo la participación de los que, de hecho, no
son más que usuarios. Dar vueltas, escuchar, conocer los problemas, presionar a
aquellos que los pueden resolver, encontrar soluciones, todas estas son cosas
que necesitan otro modelo de trabajo.
Cuando el Plan Infancia está listo la
Administración declara que sirve para normalizar a los niños de riesgo. Los
servidores del Estado se limpian la cara mientras rompen el ghetto que
ellos mismos han creado. Se da trabajo (precario y mal pagado) a muchos jóvenes
y asistencia a los pequeños... Sin embargo, de estas hazañas siempre se conoce
sólo el comienzo y nunca el desarrollo ni los resultados finales. Alrededor
todo queda igual, siempre son los mismos los que rechazan la escuela o los que
son rechazados por ella; en las escuelas en donde los alumnos hablan el dialetto
el nivel de la didáctica siempre es el más bajo; en los barrios falta un
referente de confianza ante los conflictos con las instituciones; falta un
apoyo escolar y psicológico; centros deportivos gratuitos; espacios públicos
sustraídos a los coches o a las largas listas de prohibiciones y a las amenazas
del vecindario.
Para los niños, en la calle, el único
modelo de relación es la ley del más fuerte. Los que hacen trabajo político y
social desde la base corren el riesgo de quedar machacados entre dos modelos
intolerables: el de la legalidad/coerción del Estado, a lo que los niños fingen
adaptarse, y la ley de la calle, la del “pez grande que se come al chico”.
Pero también se pueden crear en la calle
relaciones diferentes. También tenemos ejemplos de niños y familias que
utilizan la calle de manera inteligente y con parsimonia. Y sabemos que la
mayoría, cuando crecen, más que camorristi (mafiosos) se vuelven
simplemente adultos desconfiados, pues desde muy pequeños han sido
desvalorizados y desalentados, y se encuentran frente a las pocas posibilidades
que la vida les ofrece con pocas herramientas y sin saber utilizarlas.
En este momento los únicos que pueden
estrechar un vínculo, estableciendo recíproca confianza con los niños
“peligrosos”, son los que entran en contacto con ellos. Esto es más fácil que
pase en la calle, de manera informal, y menos en la escuela, en donde los
papeles ya están definidos; y todavía menos en las organizaciones de
intervención social, que han ocupado rápidamente todo el espacio del tercer
sector para hacer sus negocios.
Algunas luchas todavía se pueden hacer,
por parte de entidades que elijan empezar desde la infancia para criticar el
modelo de relaciones y la práctica política dominante; que sean gestionadas
colectivamente por sus miembros y privilegien una rigurosa autoinformación; que
sepan difundir su modelo sin que crezca la burocracia y sin crear dependencias;
que para hacer esto sepan disolverse y renacer, reconstruyendo siempre nuevas
identidades. De su acción política y social y de su intervención esperamos
mucho y en esta dirección trabajamos.
(Texto que proviene del Centro social DAMM,
Diego Armando Maradona Montesanto, en Nápoles).
Diego Armando Maradona Montesanto, en Nápoles).
Maurizio Braucci nació en 1966
en el rione Montesanto de Nápoles. Escritor, poeta, también ha
realizado vídeos, y fue uno de los fundadores del centro social “DAMM –
Diego Armando Maradona Montesanto”. Promotor de laboratorios en lugares
de extrema marginalidad –escuelas en la periferia este y norte,
cárceles- ha escrito el texto de un espectáculo teatral (“Sete”
representado incluso en la cárcel de Volterra). Il mare guasto, 1999, Edizioni E/O, fue su primera novela. Con la misma editorial publicó en el 2004 Una barca di uomini perfetti.
Es uno de los autores más interesantes y originales de la nuevo
panorama literario italiano. Colabora con la revista Lo Straniero y con
la redacción napolitana del diario Repubblica. Trabaja como autor y
montador de documentales de video y promueve proyectos socioculturales
para adolescentes.
Pietro Marcello: Trabajó en el inicio del DAMM. Dice de esa etapa: Fue una oportunidad única para estar en medio de la gente, para darme
cuenta de que el cine no sólo tiene que ver con cuestiones técnicas,
sino también con las vivencias. En nuestras películas llevamos nuestras
historias, tanto personales como comunitarias, y las experiencias
vitales toman forma a través del cine. Lo más importante es
interrogarnos profundamente sobre si hay algo que decir o plasmar al
hacerlas. Si no lo hay, no merecen la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario