jueves, 14 de julio de 2016

“DE LA ILUSION A LA DECADENCIA. Los 80, el exterminio de una generación”.


  Dice un cantante de rap:
“No nos drogamos para pasarlo bien, sino por lo mal que lo pasamos.”




       Abrí este libro con ganas de conocer lo que, en primera persona, contaba Esperanza, sabiendo que me iba a remover tantos recuerdos y vivencias, tanto dolor, que no confiaba en poder terminarlo. No fue así,  desde las primeras páginas me sentí transportada a mi juventud, recorrí junto a ella la historia de esas generaciones de los años 80 y 90, aniquiladas en gran parte y,  aunque algunas lágrimas se escaparon de mis ojos pensando en nombres concretos,  en aquellos y aquellas con quienes quisimos tanto, no pude dejar de leer hasta el final.

      El boom en España del tráfico de drogas aconteció muy cerca de nuestras casas, en nuestros barrios.
      Primero fueron las anfetaminas, el hashish y el ácido, los barbitúricos, el alcohol, el pegamento y la cocaína. Pero sobre todas ellas, mandaba la  heroína. Nos podíamos envenenar de formas diversas, había veneno para todos los gustos. Pronto las carreras a urgencias y posteriormente al cementerio, comenzaron a ser frecuentes.
      Nuestras calles se convirtieron  en territorio de tránsito y consumo descontrolado, destrozando primero a nuestros jóvenes y después a las familias que veían, impotentes, cómo iban cambiando los hijos o hijas sin entender lo que les pasaba, con aquellas enormes ojeras y nunca ya sonrientes…

        Leer este libro ha sido como destapar una caja de Pandora por la que han ido saliendo tantos nombres y tantas manos de aquellos a quienes acompañé en aquel camino quebrado y tortuoso. También salió aquella conversación, en la que, para que yo entendiera la situación, él, que era alguien muy querido para mí, me decía: “Cuando me drogo, no me importa nada, absolutamente nada. Mi vida se reduce a tratar de conseguir la siguiente dosis… y así, todos los días, todos los minutos, todos los segundos…”
      Descubrí que estaba dentro de una cárcel tan dura o más que las que de vez en cuando visitaba, y que drogarse no era un vicio, sino una necesidad. Por eso, cada vez que él intentaba luchar por dejarlo, lo valorábamos tanto.

       Explica Esperanza, y así fue,  que “con un cigarro en la boca, jugando al futbolín y oyendo la música de Topo, arreglábamos el mundo”… Que en este país, después de 40 años de dictadura, vimos llegar la nueva democracia y que la juventud, que había visto a nuestros mayores machacados y perseguidos, trabajando para salir adelante y dar un futuro a sus hijos, participaba en movimientos sociales o en grupos de diversas ideologías, salíamos a la calle para gritar y reclamar derechos, lo que no parecía gustar al nuevo Orden.
     No podíamos sospechar que el destino de nuestra gente ya había sido dictado en el tablero de Trevi, en aquellas reuniones de funcionarios de Interior que darían paso a la nueva Europa y que la inseguridad ciudadana y las leyes de menores eran una estrategia de ajedrez para comerse a los peones.

    Por eso fue la clase obrera la más machacada con la droga, y de ella, primero los más sensibles, los que buscaban un futuro cercano a lo utópico y acabaron incapaces de encontrar la ilusión. Los que buscaron satisfacer su curiosidad sin tener conciencia del camino emprendido pensando que se tenía control sobre el pico, que se podía dejar cuando uno quisiera…

      Nuestros amigos, nuestros colegas, pasaron a ser “los malos” de nuestra sociedad, etiquetados  como hijos de familias desestructuradas, los que iban con malas compañías, las golfas, lo peor y sin posibilidad de recuperación. Pero al final, la droga alcanzó tanto a los chicos marginales, los que pasaban el día en las calles por falta de trabajo o fracaso escolar, como a los hijos de las familias que descendían de la pata del Cid…  ¡Todos cayendo bajo la misma trampa!
     La necesidad de dinero se hizo imperante, había que trapichear, robar, conseguir otro pico,  y se aprendía el lenguaje que unía a los colegas: “potro”, “jaco”, “chiva”, “reina”, “dama blanca”, “chuto”, cocteles mezcladas con polvos de talco, de ladrillo, yeso, estricnina, azúcar glas, Cola Cao, aspirinas…  mono, síndrome de abstinencia… Volver a volar, tocar el cielo... ¡Heroína, por favor!

    Talego, trullo, trena, mako... ¡Mañana lo dejo"...
     A algunos de aquellos “enemigos de la sociedad”, les acuné cuando tenían miedo de dormir solos, o consolábamos su llanto impotente al no sentirse queridos, al comprender su desamparo. ¡Cuántas muchachas y adolescentes estuvieron incluso a merced de la propia policía que, como cuenta Esperanza, utilizaban la droga como moneda de cambio para otros fines… Yo fui testigo de ello en Entrevías, en aquella guerra silenciada, donde también el Sida comenzaba a hacer estragos.
      Dice Esperanza que este libro es la “voz dormida de los no ya no pueden decir, hacer…” para tratar de que las generaciones venideras sepan lo que sucedió con sus padres, tíos, abuelos, lo que en los 80 y 90 envolvió a los “nadies”, que no son una lacra como habrán oído, que tenían dignidad… Que hubo un tiempo donde la gente que merecía la pena fue anulada, y que casi todos lo olvidaron.
    Pero lo cierto es que actuaban en referencia a un sistema hostil donde no se encontraban representados ni los valores eran estimulantes, por lo que identificaron calle y libertad, y la calle era el universo de sus vivencias. Alguien escribió que eran "Quijotes heroicos enfrentándose a gigantes desde la soledad del miedo".  
    Muchos, como Esperanza,  al verles renacer de sus propias cenizas, me han hecho creer y tener confianza en el ser humano… Viendo con qué poquito apoyo son capaces de mover montañas, de levantarse del suelo con toda la dignidad y valentía, sabiendo de propia experiencia, como resume E. Martínez  Reguera, “ que un oído atento y una mano tendida han contribuido más a hacer milagros que todas las promesas que hace el dinero, la religión, los políticos, sus técnicos y sus consagrados”.
    ¡Gracias, muchas gracias, querida Esperanza, por tu testimonio!

Este libro es también un compromiso de lucha por la vida, una voz para aquellos que, como Lázaro, siguen esperando una voz que les diga: ¡Levántate y anda!









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"De la Ilusión a la decadencia.
(Los 80, el exterminio de una generación),
de Esperanza Monjas Sierra (Anchy)

Editorial: Imperdible.



3 comentarios:

  1. Gracias Mariam, gracias..Cuando escribi la novelita algo desato infinidad de nudos que me ahogaban el alma. Ellxs ya no estan, nos dejaron sus sueños en ramilletes de un tiempo sin luz, para que nosotxs encendieramos la historia. Historia que tú has iluminado con tus palabras. Gracias Marian de nuevo eres tan especial...que hoy desde estás lineas has llegado a lo innombrable a lo que calla el tiempo, has traido hasta mi casa un buen cacho de vida, la vida de lxs que no pudieron llegar hasta tí, para saber que hay personas como vosotrxs, capaces de romper con la desidia de un mundo que se muere en el olvido. Un mundo donde lxs niñxs, caminan a ciegas entre la nebulosa de un veneno letal que el ser humano reinventa a lo largo del tiempo y llena de cadaveres un angosto paisaje de millones de sueños. Ojalá que en esta decadencia ingrata de los dias, se habra un mundo de sueños. Gracias Mariam por tanto.

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  2. Los. Ochenta....nos divertidos. Ochenta,los creativos. Ochenta,y los chicos de los barrios muriendo por las esquinas,se impone una revisión de aquella época,interesante tu blog,saludos

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  3. Tu pluma es una delicia y tu sensibilidad y generosidad no tiene parangón. Nos vemos pronto. gracias por estar ahí. Besotes

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