jueves, 14 de mayo de 2020

MI PRÓLOGO AL LIBRO "Y DESPUÉS DE LA CÁRCEL ¿QUÉ?"


   No es posible separar el análisis de la política penal del análisis de la política social.


    Entre el capitalismo global y la cárcel existe una relación quid pro quo. Como dice José Toribio, el primero genera necesidades que no siempre pueden ser satisfechas. La tendencia a satisfacerlas mediante medios que no se ajustan al sistema vigente, producen delincuencia, conductas antisociales.

   Los estados globalizados han reducido los gastos para fines sociales y a cambio, aumentan las partidas de gastos  punitivos. Por tanto se apoyan en la policía, los tribunales y la prisión para frenar lo que generaría darnos cuenta del desempleo masivo, la explotación del trabajo asalariado precario y el recorte de la protección social.


  Y son las familias de nuestros barrios explotados quienes sufren más que nadie todas las contradicciones potenciadas desde el poder.
  La marginación es un fenómeno social que nos afecta a todos, tanto a los que la padecen directamente  por el deterioro personal de sus condiciones de vida, como al resto de la comunidad, por las repercusiones sociales que se derivan de ella.


   Aún así, parece que hay personas que le "sobran" a este sistema injusto.   

Sí que se crean centros de acogida o de reeducación , pero son solo "bolsas" para recoger los "residuos" que la sociedad quiere abandonar.
    Se ha producido la naturalización de la prisión como parte del paisaje social. Ya es considerada un elemento inevitable, absolutamente necesaria, y no nos dejan proponer otros imaginarios, incluso la obsolescencia del sistema carcelario.
   Periódicamente, la prensa difunde casos que justifican, con una construcción social en su discurso, un endurecimiento de las condiciones penitenciarias. Los creadores de opinión son expertos en hablar de la inseguridad ciudadana y se hacen eco de la ideología neoliberal que concibe el ordenamiento económico y social en términos de individualismo y mercantilización.
   Entonces, la realidad no es la que vivimos, es la que nos muestran los medios de comunicación.
  Se olvidan de que el delito es una expresión compensatoria del desbordamiento íntimo, de que “las familias de nuestros barrios explotados sufren más que nadie todas las contradicciones potenciadas desde el poder”.


   Se criminaliza la pobreza y además, la indigencia, el desempleo, la drogadicción, la enfermedad mental... son problemas que desaparecen de la escena pública cuando los seres humanos afectados son relegados a jaulas.


  Evitar el delito y sus motivaciones antes de producirse es prevención social y no policial. Pero cada día se construye más Estado policial y hay  menos desarrollo de las políticas sociales, consolidándose toda una industria con intereses privados y corporativos alrededor de ella, que generan rápidos beneficios particulares: ¡El gran negocio de la institución carcelaria!
    Wacquant denuncia la progresiva implantación de una "gestión policial de la miseria", de una penalización de la pobreza, en la que los excluídos sociales son criminalizados a la vez que resultan desamparados por un Estado de bienestar en regresión, con la transferencia de las políticas asistenciales a las represivas.
  Por tanto “un país que no se reconoce en sus encarcelados, siendo culpable de ellos, originario de ellos, cuerpo del que forman parte, es un país desalmado, como diría  Gala en aquella ocasión en que visitó una cárcel.


  Ahora tenemos entre manos el segundo libro de Javi Ávila Navas, en el que nos va a enfrentar a sus reflexiones a partir de que “le rompan por la mitad”,  cuando será condenado no solo a vivir en un edificio penitenciario, sino a seguir preso siempre en una silla de ruedas.


   Y Javier  nos interpela con este interrogante: 
   ¿Y después de la cárcel, qué…?


   Después del vacío, de la desconexión de un ser humano con su entorno, del deterioro que produce el sistema carcelario, de los abusos de poder... ¿Hay proyecto laboral, hay apoyo de la administración, hay seguimiento de la salud, física y mental, hay una   sociedad abierta en la que cada persona tiene un lugar y se siente ciudadano de pleno derecho?
  En un sistema con requisitos laborales tan exigentes y competitivos, para gozar de una auténtica oportunidad al salir de la cárcel, es crucial recibir apoyo.
  Pero lo real es que salir de la cárcel puede convertirse en otra condena.
  Ha quedado ampliamente demostrado que el sistema penitenciario produce más delincuencia, que es nula la capacidad resocializadora de las penas privativas de libertad, con altas cuotas de reincidencia.

Entonces... La asistencia social post-penitenciaria, ¿existe?
  La coordinación entre los servicios sociales penitenciarios , están, como nos dice Josito, cada vez más burocratizados y desplazados hacia funciones de control social y cuasi policial que de promoción y es prácticamente nula.
  De ahí, ¿y después, qué...? Tras una larga estancia en la institución carcelaria, que "rezuma violencia, genera violencia, aumenta la violencia de los seres humanos que allí habitan", como dice el profesor Ríos, ¿qué?
   ¿Y la salud mental?

   Sabemos que ninguna cárcel, ni física ni mental, hará personas mejores…   Porque en el encierro, en el castigo de aislarnos, van implícitos muchos otros castigos y privaciones de derechos humanos.
  Lo dice el autor, y estoy de acuerdo: “Los primeros muros que hay que derribar son los de nuestras mentes”.
   Mas, ¿cómo mantener la confianza en el futuro contra los calabazos?


   Tenemos aquí un texto que puede abrir candados, los de los pesados cerrojos de las celdas y los de las adormecidas conciencias de esta sociedad de tanta cerrazón.
   También contiene un alegato a favor de la "chavalada" luchadora y consciente que se rebela contra lo injusto.
   Recuerdo la frase que Ridley Scott pone en boca de su Robin Hood:
“Alzaos, alzaos una y otra vez, hasta que los corderos se conviertan en leones”.
  Ojalá nos alcemos, ojalá no nos demos por vencidos, para que ¡ojalá!  vayamos hacia una justicia restaurativa, reparadora y compasiva, que, como dice J.L. Segovia Bernabé, no es más que poner rostro, corazón e historia al proceso penal.
                  (Mariam del Toro)


















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