martes, 21 de abril de 2020

LA BOLSA O LA VIDA.



    4 mil millones y medio de personas se encuentran en estos momentos confinados en sus domicilios sin poder salir a causa de un virus.

     El resto, o no tienen casa donde confinarse, o viven en un país donde aún no han tomado medidas drásticas.

    ¿Nos damos cuenta de lo que esto significa?


     ¿Quién podía imaginar que hoy un barril de petróleo iba a costar menos que una mascarilla? 


     Se nos han caído abajo todos los planes, convivimos en condiciones extrañas: 24 horas al día, ya más de un mes, con las mismas personas de la familia o solos en otros casos, como eremitas del siglo XXI. 

     Una clausura privilegiada que hemos aceptado obedientemente, aliviada y mucho por las redes sociales, por las conversaciones con los amigos y las personas queridas, por la gente de la cultura, los tan denostados cómicos, que nos entretienen a diario con poemas, música, teatro, y todas las variantes de las artes que nos llegan.

    Los medios nos saturan con datos, entrevistas,opiniones, programas del mismo tema, que a veces nos hacen desconfiar y otras nos demuestran al servicio de quién están.

   Como dice mi compañera Mavi, corresponsal, las máximas del periodismo que son dudar de todos y de todo, preguntarse el porqué, investigar supuestos intereses y no bajar la guardia, se deben tener más presentes que nunca.

     El covid-19 ha invisibilizado todo lo demás, aunque algunos nos empeñemos, siempre a contracorriente, en que las autoridades no se olviden de lo que tienen que hacer: dotar de plazas escolares a los niños a quienes se excluye del derecho a la educación, proteger la salud de TOD@S, dar asilo a quien corresponde y cubrir sus necesidades básicas, proteger el derecho al pan, al trabajo y al techo en este momento y cuando llegue lo peor.

    Las calles vacías son ahora el territorio de la policia y los militares, esos que se nos presentan cada día como lo que deberían ser siempre, protectores al servicio de las personas. Aunque no dejan de llegarnos imágenes de abusos policiales que se producen cuando algunos elementos no pueden dejar de ser perros de presa.


     Han aparecido también los policías de balcón, los que señalan con el dedo al otro, los que, por miedo o por miseria moral, atacan, gritan y piden más policía y más mano dura.


     Los balcones, las terrazas, son ahora un bien inestimable... ¡Pobres de los que no tienen grandes ventanas o viven en el interior de los zulos de los que se aprovecha el mercado del alquiler!


    Y cuanto dolor saber y constatar que muchas personas viven sin techo, olvidadas sus necesidades, como siempre, utilizadas para propaganda nada más.


     Esta pandemia ataca, duplicando efectos, a mis hermanos migrantes, a quienes se les complica aún más su situación en lugar de facilitarles la vida. Marginados, explotados, apaleados, hacinados, ninguneados... 


El papel higuiénico se cotiza más que un pasaporte,
como dijo Ferrán.

¡Ni siquiera para que trabajen en nuestros campos abandonados se les quiere regularizar!

     Los derechos humanos se vulneran a diario, pero, hoy, es todavía más fácil hacerlo y menos comprometido,  porque nos han metido el miedo en el cuerpo, nos han convencido (sometido) de que hemos de ser obedientes y no nos cuestionamos nada.


    Cuando toda nuestra cómoda seguridad se tambalea, ¿qué nos queda?


     Parece que la única certidumbre que tenemos es que los líderes de la derecha y de la extrema derecha seguirán confinados por siempre en su miseria moral. 


     Los financieros de este mundo global nos ponen de nuevo ante la tesitura de la bolsa o la vida.


     Y si no prima el bien común, no hay más que ambición y mezquindad.


     Pero el mercado no se conmueve ante el dolor, la alegría o el luto.


     Seremos sacrificados nuevamente en el altar de la economía liberal.


    ¡Ojalá me equivoque!


    ¡Ojalá de esta crisis salgamos convencidos de que hay que blindar la sanidad pública y acabar con su precariedad!

    ¡Ojalá pidamos responsabilidades a quien las tiene de lo que ha pasado en las residencias de ancianos, a los que se ha utilizado como negocio redondo y no se les ha cuidado dignamente!


    Cuando den por terminada la pandemia, cuando el covid-19 deje de ser un peligro tan letal, convendrá tener memoria, no olvidar los datos, los ejemplos, las historias, y, más que nunca, ver lo que es importante como sociedad y qué no, así como qué han estado haciendo con nosotros y lo que hemos consentido que se nos hiciera.
    
    Como dice mi querido amigo Alfonso Herrera: "Es el momento de centrarnos en la tragedia sanitaria, pero cuando pase, habrá que salir a luchar. Y esa lucha va a ser dura. Tened en cuenta que cuando se supere esta situación, todos los reaccionarios saldrán en manada a sacar rédito del miedo y de los muertos. Mucha gente les seguirá. Esa será la siguiente epidemia".



 










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