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miércoles, 9 de marzo de 2016

ABU HODA (El padre de Hoda)


¿Conocéis la conmovedora  historia de Sisa Abu Dauh?
Se hizo pública en todo el mundo en marzo del pasado año 2015.
Pero vamos a escucharla de su propia voz:
         "Me llamo Sisa Abu Dauh. Nací en 1950 en Al Aqaltah, un pequeño poblado de  felahin (campesinos), a unos kilómetros del Lúxor de los templos y las tumbas de faraones.

          Yo nunca salí de mi aldea. No fui a la escuela. No sé leer ni escribir. Era apenas una muchacha cuando me casé con un señor de Quena a 50 kms. al norte de Luxor. No recuerdo bien la edad que tenía entonces, pero no más de 20 años. Mi marido murió en el sexto mes de mi primer y único embarazo.
         Lo pensé, en el caso de que el bebé resultara ser hembra, me haría cargo de su cuidado y educación.  Lo tenía claro: le dedicaría mi vida. Y di a luz a una niña. La llamé Hoda y a paratir de entonces juré que jamás le faltaría un pedazo de pan que llevarse a la boca.
       Luego comprendí que cumplir la promesa no sería sencillo. Mis hermanos quisieron casarme de nuevo y por el salón de nuestro hogar desfilaron pretendientes de todas las edades. Siempre les recibí, les ofrecí un té y rechacé amablemente la oferta de una boda que me habría  obligado a dejar a mi hija  en el regazo de la familia de mi difunto esposo.
        Sugerí mi intención de buscar un empleo con el que arañar unas cuantas libras. Se negaron.

        No era respetable –argumentaron- que una mujer saliera cada mañana a la calle para ganarse el jornal. Entonces hallé una solución.
        Una mujer  -me dije- no podía trabajar, no me quedaba otra que ser hombre.

        Me afeité la cabeza, me puse un turbante y oculté mi figura bajo una holgada galabiya (túnica)

Y, como cualquier otro muchacho de mi pueblo, me fui a buscar un sueldo por escaso que fuera y por penoso que resultara el trabajo. Era joven y todavía tenía la fuerza de diez hombres.
          Me partí el lomo como el que más. Trabajé en el campo empuñando la hoz. Después me hice peón de albañil. Durante 7 años fui uno más de la cuadrilla. Como el resto de mis compañeros, transporté sobre mis hombros espuertas cargadas de cemento. Nunca me quejé. Y eso que me enfrenté a no pocas molestias.
        Cuando descubrían mi secreto, me insultaban y me acosaban.
       Curada de espanto, no me volví a separar de una estaca de madera. También me cargué de paciencia. Llegué a la conclusión  de que me convenía ser ciega, sorda y muda. Ignoré los ataques que se mofaban de mi aspecto y de que trabajara para alimentar a mi hija.
        Había ocasiones incluso en las que al atardecer, concluida la jornada, me reunía con mis colegas de tajo en los cafés del pueblo. Bebíamos té y fumábamos cigarrillos. Con el tiempo empezaron a llamarme “Abu Hoda” (el padre de Hoda) y aceptaron que rezase con ellos en la mezquita.
        Han pasado ya 42 años desde aquella mañana en la que crucé la puerta vestida de hombre. No me arrepiento. Cuando me flaquearon las fuerzas y aparecieron los primeros achaques, cambié la obra por un oficio más cómodo: limpiabotas.
       Aún sigo dando lustre a los calzados de los hombres que recorren las calles polvorientas de Luxor.
        Gano a diario 20 libras egipcias (alrededor de  dos euros).
     Hace unas semanas el gobernador de la ciudad me entregó el diploma a la madre ejemplar del año y me regaló un quiosco donde poder trabajar sin tener que patearme las calles".
(Testimonio de Sisa Abu Dauh recogido por el periodista Francisco Carrión, corresponsal en El Cairo y publicado en El Mundo.)

          Un amigo egipcio, me cuenta  que por las calles de Luxor era frecuente ver a un hombre delgado, eso creían, de tez morena  que limpiaba zapatos. Pero debajo de la galabeya se escondía un secreto que nos demuestran cómo las apariencias engañan y que hay personas audaces y valientes que a menudo pasan inadvertidas.
       La tradición egipcia condena a las mujeres que enviudan a vivir de la caridad, sin posibilidad de optar a un trabajo digno. Lo “correcto” es volver a casarse, pero no era lo que Sisa quería. Y tomó una decisión radical.

       “Quizá sorprendentemente en una sociedad donde muchos tienen ideas conservadoras sobre los papeles de género, el anuncio de Daooh no fue recibido con declaraciones de condena sino de curiosidad y una avalancha de reacciones mayormente positivas de parte de los funcionarios y medios noticiosos locales”, destacó The New York Times .
      Su caso llegó finalmente a los oídos del presidente egipcio, Abdel Fattah al-Sissi, que la invitó a El Cairo el 21 de marzo, con motivo del Día de la Madre, para darle la medalla de "Mejor Madre trabajadora".
Ella, una vez que ha salido a la luz su verdadera identidad, asegura:  
  “He decidido morir con estas ropas. Ya me acostumbré a usarlas. Han sido mi vida entera y no puedo dejarlas ahora”´.

            Y su hija con mucho orgullo considera que ella no es solo su madre, sino que también es su padre y su "todo" en la vida, y le está muy agradecida.


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