Si trato de recrear una imagen que resuma lo que sé y conozco de Enrique Martínez Reguera y lo que he compartido con él, lo primero que acude a mi imaginación es lo que describe el título de estas memorias suyas: “Remando a contracorriente” y le veo por ese río de la vida, del olvido que nos dice él, y por el que ha ido avanzando con esfuerzo hacia una bienaventuranza plena.
Leyendo estas páginas que tengo en mis manos me llega esa nostalgia serena , los aromas, las impresiones, los ritmos que se amalgamaron para convertirse en una canción con música del mundo, universal y viajera. Como si de un libro de aventuras se tratara, nos llevan al encuentro de gentes, de pueblos, de culturas seductoras, y es un regalo para corazones ávidos de emociones.
Y al mismo tiempo, sin escatimar denuncias, absorbiendo la rabia para convertirla en energía, en pie de guerra contra la falta de sentido común de esta absurda sociedad que no sé si habitamos o nos habita, nuestro amigo nos muestra una filosofía y una pedagogía que nunca nos puede dejar indiferentes.
Potenciar lo que nos une dejando de lado lo que nos diferencia, como él escribe tantas veces, toma aquí un verdadero sentido, y la palabra “educar” recobra la magia que contiene.
A Enrique le veo ahora y le imagino desde antiguo, pintando canciones de amor. ¿Qué es, si no, lo que ha hecho siempre en su vida nuestro Enrique más que dar amor a manos llenas, y crear en su casa armónicas y melodiosas sintonías con tantos y tantos muchachos que convivieron con él acompañándole en su aventura?
Cuando Enrique pinta sus lienzos, en los que recrea, con diversos estilos, países, personajes, lugares concretos, sombras y luces… domina la técnica y nos parece un buen pintor. Por eso la metáfora que estoy empleando no me parece nada alejada de la realidad.
Muchos chicos de distintas edades que, “como acuarelas rotas” llegaban situados al margen por la sociedad que les excluía ya desde su pequeña andadura por la vida, comenzaron con él una convivencia difícil y al mismo tiempo extraordinaria, porque supo ver en cada uno de ellos colores de futuro; descubrió el tono con que acunar sus llantos y las gamas y matices con que pintar autoestimas, desencuentros, sonrisas y cariño.
Y en estas memorias, aprendemos que, a veces con pinceladas, a veces incluso con grandes brochazos , se pueden reparar hilos rotos en tejidos que disimulan cicatrices dolorosas, para sacar a la luz la belleza de lo frágil.
Estoy convencida de que conseguir que en los ojos tristes de un niño aparezca la esperanza y la promesa de un futuro como personas con posibilidades de serlo, es, además de educar, ni más ni menos que pintar canciones de amor.
Y le doy las gracias por este libro, desde el que me llega además, ánimo para mantener la lucha por la dignidad humana allí donde quieran aplastarla, haciendo con ello un canto a la vida. Y por mostrar cómo, en estos tiempos difíciles, la adversidad se convierte en abrazo solidario y fraterno entre cómplices de sueños.
(Mariam).