"El sistema penal es como la
serpiente, casi siempre muerde a los descalzos”.
He terminado de
leer el libro de Javier Ávila Navas y
necesitaría palabras nuevas para
describir lo sentido. No encuentro términos capaces de conectaros con la suficiente cercanía hacía los
habitantes de las prisiones y que fueran
capaces de dotarnos de la sensibilidad y la indignación necesarias para valorar
realmente lo que es una cárcel.
Cada vez que voy de visita a alguna de
ellas, sus muros reverberan en mis oídos
con el dolor de miles de personas.
Imagino que
también, dentro, repercuten los mil
ruidos tan perjudiciales para la salud humana en la cabeza de quienes allí
habitan.
“Cada segundo, cada ruido, cada mosca, marcan
las soledades del muro”, escribió Marcos Ana, el poeta que mejor ha descrito
ese sufrimiento carcelario.
Las puertas se deslizan y golpean y, a la vez, cierran las escotillas del espíritu
de cada preso.
He leído “Un
resquicio para levantarse” con toda la atención y el respeto que merece
una persona como su autor, Javier Ávila
Navas, un “peligroso delincuente” según fuentes judiciales; un interno “muy
peligroso” según la Secretaría General de Asuntos Penitenciarios; dirigente de
la Asociación de Presos de Régimen Especial (APRE) según la prensa que, en sus
artículos le consideraban un hábil e irreductible fuguista; sólo un muchacho madrileño de barrio, como
tantos otros de su época que, desde muy temprana edad conoció los
reformatorios, y en su juventud las cárceles, y de ellas, el régimen FIES, del
que nos deja una buena fotografía en su relato.
En realidad fue uno de los promotores de la
Asociación de Presos en Régimen Especial que se formó para luchar contra dicho
régimen, la cárcel dentro de la cárcel, denunciar Las condiciones en que se les mantenía y
reivindicar un trato más justo. Es decir, para revelarse contra las
infrahumanas condiciones de vida que se permitían en las prisiones españolas.
Cuando comenzamos
a oír a hablar de él, casi nadie sabía que era el FIES, esa zona negra de las prisiones españolas. Significa “Fichero
Interno de Especial Seguimiento”, implantado cuando el PSOE nombra a Antonio
Asunción director de Prisiones y deciden, en 1991, separar a los presos de ETA
y del GRAPO, pero que aplicaron también a los comunes. (Habría mucho que hablar de la reforma
penitenciaria de la época socialista). Y lo sufrieron todos a los que consideraron
reivindicativos, decían que para que no organizaran motines, y a los insumisos
que llevaban su insumisión dentro del penal y podían crear conciencia y, por
tanto, eran peligrosos.
Contaba un preso de
Carabanchel, internado en el Psiquiátrico
por varios intentos de suicidio,
que era preciso que desaparecieran las causas sociales que generan la
delincuencia, que la fomentan y después
la castigan:
“No somos
ladrones por naturaleza. –decía-, ni somos delincuentes por haber nacido de
mala entraña. Somos producto de una sociedad que nos ha negado un ambiente
social armonioso, que nos ha negado el estudio y el trabajo, y a quienes nadie ha enseñado con amor qué es lo que está
bien y que es lo que está mal.
Nos han mostrado, en cambio, que existen grandes coches, buena comida, salas de fiesta –pero para otros. Y nosotros, débiles, nos hemos dejado llevar por la vía fácil para satisfacernos. Pero la cárcel por un lado y la lucha del pueblo por la libertad por otro, nos están enseñando grandes cosas.
Nos han mostrado, en cambio, que existen grandes coches, buena comida, salas de fiesta –pero para otros. Y nosotros, débiles, nos hemos dejado llevar por la vía fácil para satisfacernos. Pero la cárcel por un lado y la lucha del pueblo por la libertad por otro, nos están enseñando grandes cosas.
No queremos que se
nos maltrate, que se nos aisle, que se nos condene a penas monstruosas. También
nosotros queremos una vida digna, una posibilidad de ser considerados seres
humanos…”
Como el autor del
libro, pienso que los ciudadanos
tendríamos que conocer mejor el funcionamiento de esas instituciones tan
herméticas como las cárceles y cómo se despliegan los resortes del poder tras
las rejas. Deberíamos prestar más atención a lo que en ellas ocurre, ya que
éstas también son un baremo de la calidad democrática de una sociedad.
A los movimientos
sociales que quieren prestar apoyo a los presos, cada vez nos es más difícil el
acceso. La institución penitenciaria no quiere a los que denuncian las
violaciones de derechos humanos o las irregularidades que se producen dentro de
la prisión. Y todos deberíamos exigir más apertura y rendición de cuentas.
Los “internos” saben que no cuentan para el político, tampoco para la ciudadanía, a quien lo que le importa en realidad parece ser que es que pagues con el mayor sufrimiento y tortura posible.
Como bien dice
Javi, “el desinterés y la falta de conciencia social por los temas
penitenciarios conceden “patente de corso” para que la tortura, el abuso, la
prepotencia y el delito sean los procedimientos por los que se desarrolla la
actividad penitenciaria”. Esta es una de las causas por la que surge la
APRE(r).
Los ciudadanos
tienden a tener “tolerancia cero” con el preso, aunque una manga “demasiado
ancha” con el torturador, el funcionario
abusador, el que viola los derechos humanos. Será porque hoy se padece más que
nunca el miedo a la libertad. Por eso a pocos causan vergüenza nuestras cárceles y las
condiciones que imponen.
Y esas
condiciones… ¿Las podemos siquiera intuir?
¡365 veces al año el
mismo día!, esa es
nuestra vida, me escribía una presa.
Y Javi Ávila se pregunta: “¿Qué hubiera sido de mí si no
llega a ser por la imaginación? Allí nadie puede sobrevivir sin imaginación… En ese ambiente inhóspito, hostil, donde reina
la violencia, la amenaza y el odio, estás cerrado a lo positivo y abierto a lo
negativo por el trato que te dan… Gracias al humor hemos encarado con alegría,
dentro de lo que había, días terribles, potenciando la amistad”.
Sabemos de la
droga dentro de los muros, pero es que muchos se siguen drogando dentro para sacarse el infierno, para
arrancarse la tristeza del pecho, caldear la larga noche helada donde se rompen
sus sueños como cáscaras de huevo contra una pared.
Existe un
abrumador consenso en el mundo jurídico (aunque en la práctica no sirva de
nada) en torno al fracaso de la prisión como ámbito de reeducación. Ya explicaba Foucault que la cárcel es la imagen de la sociedad, una imagen
invertida, transformada en amenaza, como proyecto de transformación de los
individuos, el fracasado proyecto de transformar “delincuentes” en “gente
honesta” en medio del padecimiento carcelario.
Conocemos que la
estancia efectiva y continuada en prisión superior a 15 años, supone un
deterioro personal sumado al anterior que tuviera la persona, que obstaculiza
la tan cacareada reinserción social.
Martín Pallín, magistrado del Supremo, dijo una vez que “según los
especialistas, más de 20 años de cárcel desestructuran a la persona y más de 30
es una pena inhumana y degradante”.
Se afronta en ellas también
el peligro de los grupos dominantes, que
comparten la posición de depredadores en la lucha por la vida taleguera, y que tienen otros tipos de intereses
convertidos en negocio económico.
Javier “pagó” mucha condena
por la participación en los motines que la APRE promovía. También es curioso
cómo nos los cuentan los medios siempre… En las noticias, los presos aparecen
siempre como salvajes y sin escrúpulos, y que solo buscan fugarse… Nunca nos dicen por
qué se amotinan, qué se reivindica, qué injusticias los provocaron, cuanta
solidaridad cabía en la revuelta…
Cuando Javi relata
sus días bajo ingreso en el régimen FIES,
allí donde tenerles reducidos al aislamiento no parecía suficiente y se
multiplicaban la tortura, el castigo y el
maltrato permanente, imagino a algunos
presos en esa situación, aguantando los golpes del funcionario de turno, con la
cabeza entre los brazos y las rodillas encogidas, cuando ni siquiera te das
cuenta de que estás llorando entre tanta sangre…
Llorar,
llorar es lo que queda… Llorar…
Porque
llorar es lo que te diferencia de esos
carceleros.
“Enterrados vivos en tumbas de cemento
–escribía el querido Xosé Tarrío- Daban ganas entonces de romperlo todo y
gritar. Gritar para que todo el mundo supiera que, a pesar de todo, seguíamos
vivos y con el ánimo intacto para seguir
luchando”.
Javier
repasa en este libro su infancia y
juventud y la experiencia de una historia de expulsión hacia los márgenes de la
sociedad, aunque nunca le hicieron doblar el cuello.
Así que,
Javi, no pidas perdón por la vida que te deben, como escribía Marcos Ana, y sigamos golpeando la herida de los
torturadores para que no cicatrice, para
que recuerden su culpa hasta que se haga justicia.
Cuando
entras en la cárcel, no sabes si saldrás de allí vivo o muerto….
Javier Ávila
pudo escapar del vientre de la bestia, aunque con algunos daños
irreversibles… Pero comprometido con una causa que ahora nos transmite siempre en sus ponencias y que no es otra que comunicar que ahí, a nuestro lado, hay una realidad que tenemos que mirar y ver, y que los que cometen delitos también son de los nuestros.
Ojalá, como dice Josito, pasáramos ¡por fin!
(Con todo mi cariño, Javi)