Hoy no llueve. Amaceció un día de cielos azules y mis pasos me conducen hacia el final del Paseo de Pereda, donde suelo encontrarme con las esculturas de unos niños llamados "raqueros", muy cerca de Puerto Chico, el antiguo barrio de Pescadores de Santander.
Son 4 pequeños de bronce de tamaño natural, esculpidos por José Cobo Calderón según una antigua foto y que me sitúan en los años finales del XIX y en los primeros del XX pero que, a la vez, me traen recuerdos de muchos otros que he conocido en la actualidad.
Ahora son 4 niños de cuerpos impregnados de salitre marino, pero en aquel tiempo eran más, muchos más, que se llamaban por sus motes, desconociendo los nombres propios, descalzos y desnudos, dispuestos a surcar valientemente las aguas de la bahía.
Su oficio era el raque y todo servía para usar, vender o cambiar.
Éste no es un personaje exclusivo de Santander.
Recuerda Saiz Viadero que existía en otros lugares como Cartagena (los icue), en Cádiz, Lisboa y otros lugares de litoral, donde su presencia representa la miseria en que se desenvolvía la existencia de un sector de la población infantil y juvenil de ciudades que contaban con gran tráfico en sus puertos y donde también es representativa la gran cantidad de niños de orfelinatos sin otra salida que el merodeo para buscarse la vida.
Porque ese "oficio" consistía en que los pequeños se tiraban al mar para sacar las monedas que los tripulantes de los barcos o cualquier curioso desde los muelles arrojaban al agua con el objeto de divertirse un poco.
La gente les tiraba monedas, alguna "perra" al agua, para que la buscaran buceando y ellos lo hacian porque era la manera de conseguir algún dinerillo para matar un poco el hambre, mientras los más ricos y algunos "indianos" tenían en ello un pasatiempo divertido.
La denominación "raquero" procede del inglés "wrecker" y se refiere al ladrón de barcos y al saqueador de naufragios. También del latín "rapio-is", que es arrebatar, arrastrar.
Los tripulantes de los barcos ingleses denominaban a los chiquillos de los muelles así, wrecker, porque a veces les robaban, y el término se fue castellanizando por el sonido, hasta devenir en la palabra raquer, raquero, para denominar a los raterillos que hurtaban en puertos y costas.
Mas detrás de todo esto hay una terrible historia: la de los piratas de tierra, los naufragadores, los saqueadores de barcos.
Eran tiempos de hombres y mujeres trabajando hasta el agotamiento para sacar adelante a sus familias.
Y, a veces, había que dedicarse al pillaje.Provocaban naufragios con señales luminosas para desorientar y hacer encallar las naves y así apropiarse del cargamento.
Cuentan los historiadores que en Cornualles existieron bandas organizadas y es curioso ver cómo los nobles y gobernadores se aprovecharon de ello.
Esta práctica está bien documentada en Escocia e Irlanda.
Nuestra Emilia Pardo Bazán escribió relatos inspirados en estas prácticas situándolas en Galicia, aunque muchos autores sostienen que aquí no se practicó.
En su cuento "Jesús en la tierra", la escritora saca de las brumas de la leyenda esas luces extrañas que, desde la costa, conducen a los navegantes al agujero negro del naufragio: "faroles encendidos que cuelgan de los cuernos de bueyes o vacas" en noches de temporal y poca visibilidad. Hacían caminar por la arena a los animales para que sus pasos oscilantes fueran confundidos desde lejos con la posición de otra nave. Los pilotos, confiados, dirigian hacía allí sus embarcaciones y acababan empotrándose contra las rocas.
Con este señuelo, los raqueros o piratas de tierra les esperaban para despojarles de todo lo que poseian.
Los historiadores remarcan la importancia de mantener vivo el recuerdo de estos niños para que Santander no pierda una parte de sus señas de identidad. Pero percibo que se "ha blanqueado" ese recuerdo... Muchos ahora reconocen haber sido raqueros en su infancia como algo literario y romántico.
Mirando a estos niños de bronce, recuerdo a tantos pequeños y pequeñas que han tenido que hacer verdaderas cabriolas para sobrevivir buscando un puerto seguro, que me conmuevo.
Ahora, en nuestra actualidad, los niños en los puertos no son bienvenidos, ni divierten...
Se les persigue, se les ataca, incluso se les odia.
No son personajes gratos cuando intentan subir a un barco para trasladarse a otro lugar donde seguir viviendo.
Ahora, estos niños y niñas han de vivir con las alarmas puestas.
Ya no pertenecen a la tribu.
Hacer "risky" es hoy algo muy peligroso.... y en lugares como nuestra frontera sur, en Ceuta y Melilla, son estigmatizados y perseguidos.
Niños y niñas que en otras latitudes son limpiabotas, lava coches, buscadores de basura, vendedoras de pañuelos de papel en el semáforo o aspirantes a futbolistas jugando con cocos vacíos...
En Santander, nos hacemos fotos con estas pequeñas esculturas e incluso son un souvenir distinguido de nuestro viaje por Cantabria, sin reflexionar que recuerdan también la pobreza de muchas personas, la infancia dura y la crueldad de quien se divertía con esto.
Una simple escultura, pero que encierra duras historias de infancia.
Deberíamos recordar que, a esta hora, exactamente, hay un niño en la calle y no parece que los hombres se honren en proteger lo que crece y evitar que naufrague su corazón de barco.
Pobres de nosotros, que hemos olvidados a estos niños de calle, y los vemos como parte del paisaje sin percibir sus miedos y sus latidos.
Porque, muchas veces, la vida pirata no es la vida mejor.