A día de
hoy, como en la obra de Orwell "1984", nosotros también tenemos
nuestra ración diaria de "los dos minutos de odio".
Los
promotores, con gran esfuerzo manipulador, quieren crear un pensamiento
colectivo unificado y lo enfocan hacia el "enemigo común".
Ese enemigo varía en función de sus intereses: ateos, judíos, cristianos,
musulmanes, podemitas, catalanes, comunistas, emigrantes, pobres, vecinos, e incluso
niños.
Nos los presentan como la causa de nuestras desgracias, algo que, como sabemos,
forma parte de los usos del poder despótico.
Esa "ración diaria de odio" es necesaria para que funcione su
perverso sistema. Y en él cuentan con muchos medios de comunicación que ayudan
a convencernos de sus mensajes para que aceptemos una "realidad" que
justifica sus acciones. Su influencia es decisiva en el proceso de generación
de la imagen y los estereotipos sobre esos intereses.
Aprovechan que, proyectando una realidad tergiversada, la gente suele entrar en
un frenesí que sirve de válvula de escape de los instintos primarios, de las
tensiones y de las propias frustraciones.
Así, la población común expresa su odio irracional.
Fanatizados y manipulados somos más dóciles y menos rebeldes, nos domestican.
Intentan borrarnos
los mejores impulsos, los sentimientos que nos acercan a la bondad.
Y
nos conducen a una rabia que no es más que una emoción abstracta que aplicamos
en la dirección que nos han indicado. Esa emoción fabricada se convierte en
colectiva una vez infundida con sus "eslóganes", nos hace poner en
duda nuestro propio sentido de la realidad y desata nuestro miedo, producen
desasosiego, incluso deseos de venganza.
Ahora, los eslóganes que Orwell presentaba
en su obra, se han convertido en "los emigrantes nos invaden", hay
"demasiados" en el país, y palabras como "avalancha",
"invasión", etc... respaldan un discurso oficial de odio del que nos
dan una dosis diaria en ciertos informativos.
Y lo peor es cuando el punto de mira se centra en los menores
migrantes, esos que algunos dicen que se multiplican por mil...
Los niños se convierten ahora en "el enemigo del
pueblo".
Ejemplo claro lo
tenemos en Ceuta y Melilla.
Han creado agujeros
negros, zonas siniestras donde los heridos y los muertos son
"normalizados" disimulando el control que se ejerce tan brutal y
despiadado, amurallando como en la Edad Media las ciudades mientras nos dicen
que son "mecanismos de control" e intentan convencernos de la bondad
de esas vallas fronterizas que hacen crecer otras dentro de nosotros.
Como decía M.
Thiam, han colonizado la palabra.
En
cuanto a los niños, nos inducen a pensar que "ilegal" o "irregular"
es igual a "delincuente", y no nos informan de que, paradójicamente,
los actos violentos de ese sector de población son minoritarios y aislados.
Olvidan que la violencia, cuando la hay,
es sólo un síntoma de que los sistemas fallaron, y que han incidido
negativamente. No se van a reconocer nunca culpables de sus desmanes, manipulan
la incertidumbre, como dijo Bauman formulando esta teoría. Como nos recordaba
no hace mucho Patricia Simón, "crean falsos enemigos a los que
podemos culpar de las desgracias que nuestros dirigentes provocan ante su
incapacidad para dar respuesta a los grandes desafíos".
Acusan a los demás de su propia ineptitud e incluso nos amenazan y amordazan
con su "policía del pensamiento".
El poder suele crear las causas del caos
y luego persigue sus efectos.
Los que detentan ese poder, que no gestionan el bien común sino sus propios
intereses, se presentan como la única solución y como protección ante ese
supuesto enemigo, a quien ni siquiera conocemos, pero a quien ya hemos decidido
que tener cerca nos traerá desgracias o serán causa de nuestros males.
Su discurso produce reacciones emocionales que marcan nuestra vida, nos perpetúan
en el rebaño y así no nos damos cuenta de quien es realmente la causa de
nuestros problemas.
Han desviado nuestra atención de los problemas reales.
Los
"2 minutos de odio" es el ritual con fines catárticos, donde lo que
importa es que odiemos a quien nos digan que tenemos que odiar.
Siniestros personaje de los que conocemos sus nombres y
apellidos, aspiran hoy a ser quien dicte desde su cómodo rincón de odio nuestra
conducta, considerando que "si los hechos demuestran una cosa, habrá que
cambiar los hechos".
El Consejero de Bienestar Social de Melilla es protagonista desde hace
demasiado tiempo de fomentar esa ración de odio contra los que
acogen solidariamente a los pequeños que él, en dejación de sus funciones, desampara.
¿Qué mejor ejemplo que ese Consejero de Bienestar Social que se mofa de
los niños que sufren y mueren en sus centros y de sus familias?
Un administrador público que siempre dispara responsabilidades hacia fuera,
como si no fuese él el máximo responsable de todo lo que ocurra en sus
competencias.
Años,
muchos años, llevan quienes le conocen bien denunciando su política de
abandono, de falta de sensibilidad y compromiso con los pequeños, de quien es tutor aunque le pese por mandato
de ley, de sus trabas burocráticas y de su indiferencia hacia ellos.
Maltrato psicológico y físico, palizas, abusos sexuales, muerte en la
escollera, muertes en sus centros...
Informes de Universidades, de organismos no
gubernamentales de reconocido prestigio, de ciudadanxs melillenses que presencian cada día
la dejación de la tutela, advertencias de la Defensoría
del Pueblo...
Nada parece hacer que el consejero dedique un tiempo a
reflexionar sobre su nefasta gestión, sobre su controvertida forma de llevar la
política de menores en su ciudad.
Declara en los medios que habría que pedir responsabilidades a quienes
alimentan en la cuesta de la escollera a los que tienen hambre, insta a su
identificación y a que se prohíba esa actividad, cuando el centro de La
Purísima lleva años rodeado de aguas residuales y los pequeños presentan en muchas ocasiones sarna, hongos, tiña,
heridas infectadas por falta de higiene y cuidados.
Esa es otra consecuencia del sistema de desprotección y abandono institucional
y sanitario que mantiene.
¡Cuántas veces esos "voluntarios" tan criticados por él y los suyos,
aunque de reconocido prestigio internacional, tienen que acudir a urgencias
para que atiendan a los pequeños!
Abogados y abogadas, también en actos de
"voluntariado", han de tramitar sus necesidades burocráticas, sus
"papeles" y su defensa.
Y lo extraordinario es que lo hacen con la cualidad indispensable que esto
requiere: convivir cerca, ponerse de su parte.
Y mientras señala a los otros, La Consejería tiene y ha tenido en plantilla, contra todo criterio pedagógico, a "educadores" que abusa, a maltratadores y hasta alguno capaz de apuñalar a un niño.
Alguien que permite que un "educador" apuñale a un niño en desamparo,
¿qué clase de educadores contrata? ¿Está cualificado para dirigir la
Consejería de Bienestar Social?
Él
deriva la culpabilidad hacia las empresas subcontratadas, obviando quien es el máximo responsable.
Sus Centros son esos que, cuando a
los 18 años los chiquillos salen de su "casa", aquellos que
pudieron aguantar, se encuentran en la calle sin documentos esenciales, sin
oficio ni beneficio y como "analfabetos funcionales".
De su inmadurez, ¿quién es responsable?
Centros
donde no se facilita calzado adecuado en invierno y se deja a los chiquillos con
chanclas, como ha quedado documentado en varias ocasiones.
Y donde se considera, dicho está, que es mejor dormir hacinados en colchones en
el suelo que al aire libre... ¿?
Centros
de "desprotección" del que huyen los chiquillos, porque, como ellos
mismos dicen:
"No vale, el centro no vale".
¿Como va a "valer" un sitio donde la primera acogida es:
"Esto no es un hotel, hijo de puta".
La
humillación es también violencia institucional.
Quienes
por su profesión o su cargo tienen una voluntad de trabajar en lo público,
deben asumir como propia la responsabilidad de intervenir sobre la raíz de los
problemas. Pero usted esquiva esa responsabilidad.
¿Sabe o piensa
alguna vez en qué hilos está rompiendo con su gestión?
¿Nunca va a empatizar con un menor para preguntarse qué le ha pasado en su
vida, qué conflictos les han llevado a un viaje de tan alto riesgo?
Sr. Ventura,
nada vale si hay un niño en la calle.
Se lo
dijeron, se lo dijimos, por activa y por pasiva.
Asuma las leyes nacionales e internacionales de protección a la infancia,
simplemente, y cúmplalas.
Deje de
"lloriquear" por la falta de recursos, su eterna muletilla, y emplee
bien los que tiene, que no son pocos, y que no conocemos dónde van.
Usted no nos deja a nosotros más que una única opción: exigir que mejore las
condiciones de vida de los niños
Porque por mucho
que se empeñe, nunca les miraremos con la mirada que usted desea.
Sabemos que son
pajarillos perdidos, vagabundillos del universo, que se asoman al balcón para
buscar el mundo.
Desgraciadamente, en ese balcón hay gente como usted, que vulneran
sistemáticamente sus derechos.
Por todo eso, no
vamos a dejar de exigir que se cumpla la ley, y que se actúe de acuerdo a
ella. Nuestro empeño es más antiguo que
sus muros.
Esos niños, "menas" a quienes se refiere de forma despectiva, como
nos recuerda Martínez Reguera, "respiran de lo que respiramos todos:
del respeto que se les tenga, de la justicia que se les otorgue, de algún
espacio en el que habitar y algunas posibilidades en las que sentirse
útiles".
Pero me consta que todas estas reflexiones, de las que los medios de
comunicación se han llenado estos días debido a los acontecimientos en su
entorno, no le perturban ni un poquito, no tiene la sensibilidad
suficiente ni la predisposición para escuchar.
Se limitará a
ironizar, a atacar con alguna coz y a retratarse como lo que es.
Plantéese si tiene talla para gestionar una Consejería de Bienestar social, que parece demostrado que no.
Usted mismo acaba de decir que es muy complicada.
Debería
dedicarse a otra cosa.
Deje a los niños que no ama tranquilos y, a todos los demás,
lejos de sus
fronteras de odio.
No va a conseguir que nuestro corazón deje de refugiar de la intemperie de sus
normas a los que quedan en situación de calle.
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Album de fotos cortesía de Harraga, José Palazón, Antonio Ruiz y diversos medios de comunicación: