En Ramadán, el musulmán trata de poner orden a su casa espiritual.
Hoy, hacia las 11.30 de la mañana, he compartido un rato con unos amigos musulmanes
y ya se observan en sus rostros las huellas que van dejando los días de ayuno.
Más allá de lo que yo pueda pensar de la inutilidad o no de este tiempo de esfuerzo y sacrificio, como de tantos otros que se hacen en nuestra cultura, esas abstinencias y renuncias cristianas, las mortificaciones y los castigos con cilicios y otros métodos de disciplina (de esto hablaba hace poco con un amigo que conoce bien el tema), es indudable que muchas filosofías se han basado en la renuncia a todo bien y comodidad corporal para fortalecer la voluntad y el espíritu.
Me dice el más joven de los que conversaba conmigo hoy que él lo está llevando mal, pero que piensa todo el tiempo en aquellos que no ayunan por voluntad propia, sino obligados por sus circunstancias, por la pobreza, por las hambrunas; en los niños que no tienen nada que comer, y ni siquiera pueden esperar, como él, a que caiga el sol, a que anochezca, para poder saciarse.
Porque las casas de estos amigos, cuando se vaya el sol y llegue el iftar, se llenarán de olores a especias y a dulces, a hariras y cordero, y los dátiles harán más fácil la ruptura del ayuno. Sobre mesas bien dispuestas, donde me invitan a compartir con ellos el alimento.
Ramadán tiene significado como mes de crecimiento espiritual e incremento de la responsabilidad social. El ayuno que es beneficioso para la salud, debido a que elimina toxinas e impurezas del cuerpo, y que es considerado principalmente como un método de autopurificación.
El camino es empinado, aún quedan muchos días… El aspecto físico se va deteriorando y se cambia de humor.
Uno de mis amigos hoy ya se muestra irritable, no solo por la falta de agua y pan, más aún por la falta de tabaco, ese “no fumar” que acusa con nerviosismo.
Ante mi comentario de que de nada sirve el ayuno si está enfadado, si ofende al otro, me mira compungido, como si yo me hubiese convertido en “Málik”, el ángel guardián del Infierno
Ni Malik ni Serafín, el ángel encargado del fin del mundo…. Solo una amiga, mama Mariam como él me llama, que le hubiera abrazado cariñosamente, si no fuese porque, en este tiempo tampoco el contacto físico con una mujer durante el día, les está permitido.
y con su oración preferida, nos hemos despedido poco después, esperando la hora para poder romper el ayuno:
La ilah illa Allah, Muhámmad rasulu Allah
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