Hoy, 4 de
noviembre, se celebraba el día de San Carlos Borromeo, ése que es Patrón de la Banca y de la Bolsa y
al mismo tiempo padre de los pobres, el Obispo de Milán que duerme incorrupto
en una urna de plata, regalo de Felipe IV,
como descubrí hace un tiempo visitando la catedral de dicha ciudad.
No se quejarán en estos tiempos de su santo patrón los banqueros y
especuladores del tan famoso juego financiero,
a tenor de lo bien que les van las cosas, a ellos sí, a cuenta de tantos
otros a los que se les despoja de lo más necesario: casa, salud, trabajo, paz
social… ya que, ejercicio tras
ejercicio, vemos con enorme asombro
que a pesar de lo mucho que se
habla de crisis y de que el sistema
financiero se derrumba, a continuación se apuntan increíbles beneficios en sus entidades.
¡Qué
paradoja, que nuestra parroquia (ahora llamada capellanía por orden
eclesial), hogar y refugio de tantos
desarrapados, lleve su nombre!
Bien es verdad, que este santo, del que
cuentan que tuvo ocasión de demostrar su talento a la muerte de su padre, con
apenas 20 años, haciéndose cargo de la hacienda familiar, y que destacó en
saber llevar los asuntos vaticanos en el siglo XVI, (fue el primer
secretario de estado) con gran acierto desde el punto de vista papal, acabó su
vida como obispo de Milán pobre y compartiendo sus bienes con los demás.
Fue ayer domingo
cuando nos reunimos para celebrar un encuentro festivo muchos de los que
pasamos por allí, ahora y tiempo atrás, para
achucharnos cariñosamente, en ese apoyo que solemos darnos unos a otros, no
exento de tensiones a veces, propias de tanto y tanto desgaste.
¡Y qué alegría sentimos con la magnífica actuación del mago Luis Boyano que nos regaló una maravillosa actuación que nos hizo abrir la boca de sopresa y admiración tanto a niños como a mayores!
Y lo
hemos hecho en ese local que lo mismo sirve para “un roto que para un
descosido”:
Para acoger y dar techo y comida a decenas de solicitantes de asilo, cuyas tragedias personales han traído hasta nuestro país y a quienes las instituciones encargadas de dar soluciones dejan en la calle sin recursos y sin consuelo, asi como para festejar y celebrar que algunas de esas familias pueden partir un día hacia un nuevo comienzo.
Para reunión de asambleas vecinales, como para para la presentación de libros sobre lo humano y lo divino, pero siempre llenos
de vida y de experiencias, o para testimoniar a través de la fotografía y el cine,
la realidad cotidiana de este mundo nuestro.
Para bodas entrañables de
los que quieren testimoniar su amor,
como para despedidas desgarradoras de aquellos con quien tanto quisimos.
Para
celebración del pan y del vino, en fraternal comunión, como para compartir el
pan y el vino en torno a la mesa de los amigos que buscan un mundo más justo y
solidario.
Para buscar a través del baile una vida más armoniosa y dedicarse un rato a
la autoestima, como para la realización de cursos, jornadas y seminarios con participación de otras comunidades autónomas, o bien para sede de denuncias de toda situación
injusta de la que se tenga conocimiento.
Para portal donde los Reyes Magos repartan juguetes a manos llenas a los
niños que, por no tener dirección de
correo adecuada, no figuran en el reparto habitual en la noche de ilusión de
sus majestades, así como para despacho improvisado de abogadas que, sin ninguna
remuneración, ponen todo su saber al servicio de que la ley respete los
derechos de las personas.
Y es que, como ya se ha apuntado tantas veces, hay una iglesia que se
arrodilla en reclinatorios de cojines de terciopelo rojo y otra que se levanta
para dar el desayuno en poblados de chabolas hechas de madera.
Una iglesia
coronada de oro en sus mitras y la otra que vive con los de los suburbios de
las ciudades, compartiendo lo que hay. Una iglesia cuya moral tiene mucho
que ver con conceptos abstractos alejados de la humanidad, y otra que,
abierta a toda persona y a sus condiciones, grita indignada ante el desastre
humano que supone una crisis de la que no son responsables precisamente quienes
más la están sufriendo.
Sabemos que hay personas que viven encerrados en su burbuja de cristal,
mirándose su ombligo, pero conocemos aquí a muchas otras que nunca se acuerdan de que lo tienen,
ocupadas tan a diario en correr la misma suerte de quienes les rodean.
Existen los que se ponen la venda en los ojos para no ver lo que ocurre a
su lado y también los que intentan desprenderse de corazas porque es la
única manera de ser realmente humano y persona.
Y están los que piensan que “a
mí no me van a tocar”... y los que están ciertos en que si cae el otro, caemos todos
juntos.
Los que amurallan no solo sus bienes,
también su corazón, y los que derriban fronteras, si no se puede físicamente,
haciendo surgir grietas y túneles por los que llegar hacia la luz.
Muchos sentimos la pertenencia a este lugar, porque quien pasa por allí no reza a los
dioses como se reza en las grandes sequías para que vengan las lluvias… sino
porque alguien, siempre, te ayuda a vencer los miedos, los vértigos del
compromiso, o al menos, te da la mano para recorrer el camino de la forma más
cercana posible.
Aquí constatamos que las relaciones de cooperación
social generan afectos, vínculos, símbolos, cuidados, ideas, pluralidad, y,
sobre todo, riqueza, esa que no puede reducirse a la cuantía económica, sino
que es riqueza social, necesaria, imprescindible...
Como dijimos ya en algún lugar cuando intentaban cerrar la parroquia y silenciarnos, desde
esta "plataforma, espacio liberado, comunidad, asamblea (reconozcámosla como mejor nos signifique), fuimos formulando nuestra
fe en las personas: la acogida incondicional como seña de identidad
comunitaria".
Es San Carlos de
Entrevías un lugar, donde aún, nos alimentamos con el pan de la utopía.
P.D.
No se si será cierta esta anécdota del santo que nos
ocupa, pero es curiosa:
Iba
San Felipe Neri, tan humilde, tan austero, por un camino, …
De
pronto vio venir una carroza lujosísima En la carroza, con sus sedas, con sus
púrpuras, con sus joyas, un Cardenal: San Carlos Borromeo.
Felipe Neri, un poco escandalizado de tanto
lujo, no pudo contenerse. Y venciendo su timidez, exclamó, increpando al
Cardenal:
-¡Al
cielo no se va en coche!...
Carlos
Borromeo hizo parar la carroza. Y preguntó: ¿Por qué?
-Porque
su ilustrísima va demasiado cómodo y es preciso sacrificarse…
San
Carlos Borromeo sonrió con dulzura y dijo:
-Pues
es lo que hago… Mira…
Se levantó del asiento. Y Felipe Neri vió, asombrado, que del almohadón
de seda, encaje y plumas salían unas púas de acero, que se clavaban en el buen
Cardenal martirizándole
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