No hay duda de que España sigue siendo la
reserva espiritual de Europa, y ha de ser por ello que los que nos gobiernan
siguen dedicándose a hacer “ofrendas a los dioses” para que les sean
favorables, como en la más oscura noche de los tiempos.
Cruces de oro y plata condecoran a
santísimas vírgenes (polémicas han sido muchas de estas acciones en los últimos
años) y se les conceden altísimas distinciones, a instancias del ínclito
ministro del Interior y con la conformidad del titular de Defensa.
A tal punto se encomiendan nuestros
dirigentes a los santos y a los ángeles para
solucionar todo tipo de los problemas que afectan sus carteras ministeriales o
de servicio público, que el diputado de Amaiur,
Jon Iñarritu, ha pedido que el gobierno dé cuenta de la labor de
intervención de estas divinidades en la actual situación de nuestro Estado, con
las siguientes preguntas:
- ¿Cómo considera el
Ministro del Interior que intercede Santa Teresa de Jesús por España?
- ¿Cuál es el papel de la
Virgen del Rocío en la salida de la crisis?
- ¿Ha notado mejoras el
Ministerio del Interior tras la condecoración de la Virgen del Pilar?
¿Cuáles?
- ¿Estima el Gobierno que
hay más intercesiones divinas y sobrenaturales en la situación actual del
Estado? ¿De quienes?
- ¿Considera el Gobierno que
respeta la aconfesionalidad del Estado? ¿Tiene intención de promover que
España se convierta en un Estado confesional?
Adecuadas
cuestiones, sin duda, para que todos sepamos a qué atenernos.
Hace poco descubrí que la Virgen del
Pilar luce cada 10 de febrero un manto de la división azul con 4 cruces de
hierro nazis, donadas por divisionarios en 1961. Este manto incluye bordados
con simbología fascista como el yugo y las flechas, vulnerando la Ley de
Memoria Histórica.
Parece que nuestro país está cómodo
entre los mitos y las leyendas, más cercano a las concepciones medievales que a
las de la razón, olvidándose del carácter laico de nuestro Estado, aconfesional
por su propia Constitución, dinamitada continuamente en éste y otros muchos
aspectos.
El poder necesita de la tradición
para legitimar muchas de sus acciones. Así, de paso, nos inundan de temores,
supersticiones y esperanzas en lo sobrenatural, repletos de delirantes
leyendas, que sirven muy bien a sus
propósitos. Y nosotros, agachamos la cabeza ante los “ídolos”, permanecemos de
rodillas, siempre arrodillados, llenando nuestras carencias con el sistema de
valores que garantiza tranquilidad al sistema político-económico que interese.
Europa Laica y el Movimiento hacia
un Estado laico (MHUEL) presentaron demandas contra la orden que concedía la
medalla del mérito policial a una virgen. “No entendemos la concesión del
título a un objeto inanimado”, alegaron. E incluso los propios sindicatos
policiales añadieron sus críticas a la concesión de estas medallas. José María
Benito, portavoz del SUP, considera “una
burla” la condecoración a Ntra. Sra. Santísima del Amor, “al estar reservada a aquellos compañeros que mueren en atentado
terrorista”.
Esta apoteosis religiosa, por más
surrealista que nos parezca, no es un hecho aislado. En España, después de la
invasión napoleónica, la Virgen de la Fuensanta fue promovida al Generalato y
muchas otras han alcanzado el grado de capitán general con el que lucen fajín y
bastón de mando.
La primera capitanía general le correspondió
a Nuestra Sra. de Butarque, imagen venerada en una ermita de Leganés (Madrid).
La web del obispado de dicha diócesis afirma que “Don Juan de Austria, hijo
natural de Carlos I, era devoto de esta virgen” y que en 1571, “comandando la
Liga Santa contra el turco, llevaba una réplica en su nave y tras la victoria
de Lepanto pidió a su hermano Felipe II que obtuviera del Papa un título
castrense para esta imagen, siendo otorgado el de capitán general, título que se
concedía por primera vez en España”.
Así que, además de ser nombradas
alcaldesas perpetuas en numerosas localidades, las hay que ostentan el máximo
rango en la jerarquía militar, capitán general, con sus correspondientes
honores militares. Franco, caudillo, también solía recompensar la “ayuda
celestial” concediendo honores militares, y ya, de paso, se significaba así “la conservación de las
esencias de las tradicionales virtudes de la mujer cristiana.”
No olvidemos que estos nombramientos
van acompañados de complementos o sobres. Algunas imágenes percibían los
correspondientes sueldos, como sucedía en Melilla, donde se les asignaba el
mismo número de raciones que el
gobernador y que aparecen en los Presupuestos Generales del Estado.
Antropológicamente,
podríamos explicarlo como la búsqueda de protección tras concederles el poder
de vencer en las batallas y solucionar todos los problemas, cual amuleto
impregnado de magia. Desde las más antiguas representaciones icónicas, estas
vírgenes, aunque procedieran de
representaciones de la diosa egipcia Isis y de su hijo Horus, fueron utilizadas
por la Iglesia como medio adoctrinador, con rituales que favorecían la trasmisión
de la ideología, cada vez que se les atribuía a estas tallas la intervención a
favor de las huestes cristianas.
Me cuesta mucho encontrar a la mujer
que nos presenta el Evangelio como madre de Jesús, entre tanta virgen guerrera.
Esta madre universal, madre de toda la
humanidad, ¿podría elegir a unos hijos sobre otros, sentirse orgullosa de que
unos golpeen, masacren y maten a los otros? ¿Por qué esta madre de Cristo iba a
estar más de parte del sr. Ministro Fernández Díaz que de los que intentan
sobrevivir y llegan a nuestras fronteras? ¿Cómo encontrarla de parte de los
militares y olvidada de todos aquellos a los que defendía su hijo, los últimos,
los desposeídos de honores?
Como es sabido, es miembro del Opus
Dei y pertenece a la Sagrada Orden Militar Constantiniana de San Jorge, un
movimiento de caballería medieval que busca la glorificación de la Cruz y la
defensa de la Santa Madre Iglesia. De ahí debe surgir tanto fervor en todas sus
actuaciones en la frontera sur, donde parece sentirse como en las Cruzadas
reconquistando tierra santa, y ser el brazo derecho de ese dios al que
considera “gran legislador del universo”.
Por cierto, sobre San Jorge existen
tantas dudas sobre si existió en realidad o pertenece solo a leyenda, que en el
Concilio Vaticano II (1962-1965) se le excluyó del santoral católico, pese a
que se siga celebrando. Hasta ahí llega tanto delirio medieval.
Volviendo a mi reflexión, la espiritualidad
se refiere a la parte más profunda del ser humano, a su conducta, valores e
ideales que le llevan a lo transcendental; la religiosidad, en cambio, es la
expresión por medio de ritos y liturgias religiosas, de una relación particular
con dios, a través de un conjunto de reglas dogmáticas, a menudo poco
cuestionadas. Por tanto, al ser una dimensión subjetiva y personal, nadie debe
utilizar su posición para imponer sus creencias. Hacer “apostolado”, sr.
ministro, no significa más que “dar ejemplo”, no organizar una guerra de religiones
ni someternos a todos bajo el gran sueño de su fe.
Y para terminar, os confesaré que, puestos a ofrecer honores, yo, por ejemplo, se los
daría a Santa Brígida, que vivió en el siglo XV y que podía convertir el agua
sucia en cerveza…
¡Menudo superpoder el de esta irlandesa!
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