Las fronteras son lugares de sufrimiento,
de separación de dos mundos: el enriquecido y el empobrecido y que normalizan las
muchas violaciones de derechos humanos que se cometen
a diario en sus perímetros.
A este lugar nos ha lleva Amparo
Climent en su documental “Las lágrimas de África” porque ella
misma dice que el primer viaje que hizo a la frontera sur le cambió la vida y
nos ha querido enseñar su propia experiencia de una forma poética a la vez que intensa,
por más que descubriera en ese recorrido por qué dicen en el Gurugú que ése es un lugar donde dios
no ha estado nunca.
Sin utilizar imágenes morbosas que
buscan el impacto fácil, Amparo nos muestra las historias estremecedoras de
tantas personas a las que la miseria, la guerra o la violencia estructural les
hizo perder su destino. Porque no hace falta que nos enseñe explícitamente el
hambre, el frío, el abandono, las enfermedades, los golpes, las señales del
cuerpo, el miedo, los robos, la violencia…
Caminamos a la espalda de un grupo de
chavalillos de la calle y me admiro de que mi país invierta tantos recursos en
instituciones que se dedican solo a “desarbolar la dignidad”, como diría E.
Martinez Reguera, la entereza y el coraje de adolescentes que solo reclaman su derecho a
crecer.
Aparece ante nosotros la valla, esos 12
kms. de alambrada instalada en nombre de “nuestros intereses”, con cuchillas
con el fin de desgarrar, de herir otros cuerpos humanos más indefensos de lo
que nos hacen creer.
Las mujeres porteadoras, su esfuerzo y
lucha diaria, su cuerpo doblado bajo fardos pesados que acarrean hasta 3 veces
al día…
Y después, los campamentos, el Gurugú, Bolingo, lugares donde pasan la rueda de los días tantos y tantas en espera de que el horizonte se despeje, y donde tantas veces son sitiados, acorralados, cuando otros hombres salen como fieras a cazar dejando la devastación tras de sí. Y donde tienen que volver a reinventar su casa, renaciendo de nuevo desde cero.
Y después, los campamentos, el Gurugú, Bolingo, lugares donde pasan la rueda de los días tantos y tantas en espera de que el horizonte se despeje, y donde tantas veces son sitiados, acorralados, cuando otros hombres salen como fieras a cazar dejando la devastación tras de sí. Y donde tienen que volver a reinventar su casa, renaciendo de nuevo desde cero.
Ropas olvidadas en el desorden de la huida nos hablan también de la irracionalidad de
los que, como buitres, acosan a los que
buscan un lugar en la vida.
Desde la comodidad de la butaca, en nuestro
confortable mundo, contemplamos miradas
que interpelan nuestra ceguera; escuchamos sus palabras, su voz, que hiere
nuestros cómplices silencios, su cansancio choca contra nuestra distancia; su
esperanza y su fe, contra nuestros dioses-inquisidores e hipócritas.
Pero en la cinta no faltan las
sonrisas, la alegría, la cadencia del ritmo de la música, la danza y el baile,
esa poesía hecha imagen que nos enseña
cómo esta terrible realidad es un canto de vida en las mujeres embarazadas de
Bolingo, que esperan dar algo mejor a
sus hijos, aunque atrás hayan quedado familias divididas, vidas destruidas y se
hayan convertido en personas que huyen de sus propias vidas.
Incluso aquí, nacen niños para
recordarnos que el mundo aún es fértil.
Y en las madres y en los pequeños intuimos la mirada hacia el mar, ese mar
que tanto sabe de naufragios, y que es para ellos el principio y el fin de
todas las cosas.
La denuncia de lo que ocurre en los
saltos, las horas que algunos pueden permanecer encaramados a la valla, heridos por las concertinas, o devueltos por la guardia civil sin ningún tipo de procedimiento
ni garantía a las fuerzas auxiliares marroquíes, también aparecen recogidas en
el documental porque hemos de tener muy claro que estas actuaciones son absolutamente
ilegales y ocurre ante la pasividad de
las fiscalías y sin que se proceda a la investigación y ejercicio de la acción
penal en supuestos con tan claros indicios delictivos.
Foto: Blog "Frontera Sur". |
No he podido contener algunas lágrimas, mi hija que me acompaña tampoco, porque aun conviviendo tan cerca de los que han conseguido
atravesar las vallas y los muros para llegar a Madrid, el documental araña
nuestro corazón y pone más nombres en nuestros recuerdos.
Y
al terminar, todavía con la emoción a flor de piel, convenimos tácitamente que
es increíble que esto esté sucediendo en pleno siglo XXI.
Pero tengamos claro que tanto desgarro y
tanto sufrimiento en las fronteras, la multitud de muertos
que se extienden ya en Europa y en
nuestro Mediterráneo, no ocurren por azar, sino por la estrategia
hipócrita de lo que llamamos “política
de emigración” que solo sirven para levantar alambradas, y que están ahí porque
nuestros gobiernos las ponen y las estamos pagando con nuestros impuestos.
Menos mal que hay personas que trabajan
por cambiar esa política a pie de valla, exponiéndose al acoso también de las
administraciones implicadas, a multas y a juicios por pedir únicamente que se
respeten la legalidad. Activistas, reporteros gráficos y periodistas que
continuamente documentan y denuncian los incumplimientos de la normativa
internacional de derechos humanos suscrita por España.
Gracias a todos ellos, nos quedará la
memoria de este mundo actual, en el que
se han tejido telas de miseria para
envolver a los que más tarde estrellaremos contra el alambre de espino.
Fruto de la colaboración de estas personas, y
de otras que, a través de una campaña de mecenazgo, se sienten orgullosas de
haber contribuido a la realización del documental, Amparo nos ha regalado con
él el retrato de esos Ulises modernos, cuyo viaje empieza y termina en una
patera, en los bajos de un camión o
saltando una valla.
Seguiremos empujando para que caigan los muros
y las fronteras entre los humanos, para que el grito: ¡BOSSA, BOSSA, BOSSA!, se convierta en una canción de esperanza y
alegría.
Y mientras caen, tenemos
que optar por estar a un lado de la valla o al otro, porque en definitiva la ética consiste en eso, en elegir
entre la fraternidad o la hostilidad.
Qué bonito, Toñi.
ResponderEliminarMuchas gracias, Ana.
EliminarMuchísimas gracias por este relato tan profundo y sincero de tu emoción al ver Las lágrimas de África.
ResponderEliminarComo dices estas pequeñas iniciativas ayudan a remover un poco las conciencias del mundo y en mi caso, ha servido para saber que cualquiera puede hacer algo, lo que sea, que todo vale para denunciar lo que los gobiernos están haciendo con esas personas que llenas de vida aspiran a un mundo mejor.
Gracias. Un abrazo
Amparo Climent
Gracias a ti, Amparo.
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