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miércoles, 4 de mayo de 2011

NUESTRO FLAUTISTA DE HAMELIN.

       Erase una vez... Un poblado cercano al centro de Madrid, la ciudad con fama de ser la más acogedora del mundo, aunque esta fama la iba perdiendo por momentos, ya que los últimos acontecimientos indicaban que no se trataba bien a los que llegaban de lejos, aunque fuese por causa de desgraciados pesares.
       En este lugar, como en una aldea pequeña, habitaban familias con muchos hijos, muchos niños sonrientes y llenos de vida, que eran la alegría de todos los que les conocíamos. Los padres, que vivian en la absoluta pobreza, multiplicaban sus esfuerzos por llenar los estómagos de los hijos, hacían lo que podían por conseguir el pan de cada día, aunque eran criticados, repudiados y olvidados por el resto de los madrileños. 
      Aparecieron, por el contrario, buenas gentes que les consideraron amigos, que les acompañaron en sus infortunios, y que reclamaron de las Autoridades que, puesto que era su obligación, dignificasen las condiciones de vida de estos niños y sus familias.
     Habeis de saber que en aquella aldeíta se habian multiplicado las ratas,  y por más que los habitantes se empeñaban en exterminarlas, en ahuyentar a los roedores, cada vez había más y más, en cantidad tal que aparecian por todas las calles, y las casas, y en los armarios.... Aunque pusieran trampas, los animalillos corrían cada vez más por todas partes, al punto de que algunas noches, subian a las camas de los pequeños y les mordían.

      Las buenas gentes de las que os hablé, consiguieron, tras muchas protestas, escritos y reclamaciones, denuncias en prensa y en otros medios, que las autoridades comunales dijeran que "la situación de estas personas era inadmisible e insostenible en una ciudad como Madrid." Todos los políticos que entonces gobernaban dijeron también que no era "moral ni políticamente responsable la situación", que era injusto, y que los niños tenían derechos como la salud, los servicios básicos de higiene y la seguridad.
       Pero las palabras de los políticos se las lleva el viento, parece ser.... Y como la injusticia se enseñoreaba en la aldeita, apareció un día un flautista... Sí, sí, como en el cuento infantil que todos conocemos. Habló de llevarse las ratas, siempre y cuando el sr. Alcalde cumpliera su parte de la promesa: proprorcionar dignidad  a estos vecinos tan madrileños como los que vivimos en otros barrios, para que la ciudad volviera a ser integradora, como ellos proclamaban.
        Pasó el tiempo y nada se cumplió.  Los prohombres de la ciudad no hicieron realidad el trato. Y entonces, nuestro flautista, como el de Hamelín, hizo sonar su flauta y su melodía. Pero a diferencia del cuento, no se llevó a los niños, que debían vivir junto a sus familias, sino que hizo que todas las ratas, pero todas, todas, enfilaran la carretera de Valencia hasta llegar detrás de su música hasta el mismísimo Palacio Consistorial, un lugar esplendoroso, donde se iban a establecer para recordar a sus habitantes lo que significa una plaga de esta magnitud, y sobre todo, recordarles que las promesas deben cumplirse.

      Porque no tener palabra dice muy poco a favor de cualquier ser humano, y una promesa hecha a un niño o en nombre de los niños, tiene más validez que un contrato ante notarios. Una promesa a un niño nunca debe dejar de cumplirse, porque al hacerlo, se es deshonesto para siempre.
 

            Besucos grandes a tod@s.
                                                    Toñi.





  

domingo, 1 de mayo de 2011

1º de Mayo: dia del Trabajo y día de la Madre

 Dicen que como Dios no podía estar en todas partes a la vez,  creó a las madres.
          Hoy he pensado mucho que  este dia,  a pesar de las connotaciones consumistas que tiene,  es importante si reconocemos el valor de la maternidad. Será porque mi madre ya es muy mayor, porque temo su marcha, y también porque veo crecer muy deprisa a mi hija, que también se va alejando para transitar su propio camino.
         Al pasar las páginas del libro de la vida, cada madre sigue ahí, envolviéndonos con su cariño, con su luz, para que no nos asustemos, para que no nos perdamos en el inmenso mundo que nos rodea.
         Somos madres y sentimos que cambia nuestra vida. Cambia cuando tenemos hijos fruto del amor, hijos deseados, y arropados con todo nuestro cariño; cuando llegan sin ser buscados, cuando aparecen como una complicación más en vidas ya rotas y desgastadas.... Cuando se cuidan o adoptan por propia decisión, en un acto supremo de amor hacia el más débil...
            He conocido madres coraje, que a pesar de perder hijos propios consumidos por el brillo del cristal, han sabido tragar sus lágrimas para seguir defendiendo a otros hijos ante cualquier estamento que hiciera falta, y a los que han llevado un cariño y una dulzura tan maternal, que traspasaban las rejas de las cárceles y los presidios más duros.
        A estas madres yo tengo que agradecerles todo lo que me han enseñado: a reconvertir el dolor en energía para luchar; a ver que la maternidad es un concepto mucho más amplio que  el de parir; y sobre todo,
que ser madre es ser como Gaia, la madre tierra cuya matriz genera semillas en tierras secas y en tierras fértiles, aporvechando cada rayo de sol y cada gota de rocío para hacer nacer maravillosas plantas de flores únicas. Que el terreno seco cuesta más esfuerzo, más labranza, más sudor, pero que al fin, las raíces reciben el aliento de la vida, y casi siempre,  brota algún tallo.
        Así lo he sentido con esos otros hijos que tengo, venidos de muy lejos, atravesando tierras y mares, llegados de la hambruna, de la miseria y del dolor; maltratados por quienes olvidan que un niño es el bien más preciado que tiene la sociedad... y que a mi alrededor me trasmiten que, aunque tengan familia, madre, padre y hermanos al otro lado de la frontera, aquí se sienten con los suyos, queridos y aconmpañados. Muchos de vosotros sabéis de lo que hablo, porque teneis esta misma experiencia.
             Hay hombres que también son verdaderas "madres· en el sentido de la maternidad. No han parido, pero han sabido manifestar, por propia elección,  esa especial condición que es la de arropar en su nido a tantos niños solos y desarmados ante la vida que no entienden. Porque tengo la suerte de conocer a tantas personas "maternales", independientemente de su condición o de su sexo, que solo me cabe preguntarme, como Benedetti:  ¿Y si Dios fuera mujer?
       "si Dios fuera Mujer, es posible que agnósticos y ateos no dijéramos NO con la cabeza, y dijéramos SI con las entrañas. Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez para besar sus pies, no de bronce, su pubis no de piedra, sus pechos no de mármol, sus labios no de yeso.
           Si Dios fuera Mujer, la abrazaríamos para arrancarla de su lontananza y no habría que jurar hasta que la muerte nos separe, ya que sería inmortal por antonomasia, y en vez de transmitirnos sida o pánico, nos contagiaría su inmortalidad.  Si Dios fuera Mujer, no se instalaría lejana en el reino de los cielos, sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno, con sus brazos no cerrados, su rosa no de plástico y su amor no de ángeles...."
   La sabiduría popular sostiene, como recogió Gioconda Belli, que cuanto más vida dan las mujeres, más vida pierden. Que los partos las destiñen. Engordan. Se agotan. Envejecen.
                   Pero no es así: ya que cada hijo nos deja más cerca de la vida,  más proclives a la ternura,   la piel más suave y el sexo más acogedor.

                  Es la falta de PAN,  de amor, la que desgasta. NO EL PARTO.
 
         Con mi felicitación especial para tod@s las madres, besucos grandes.
                                                                                                   Toñi.