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martes, 26 de febrero de 2013

AMOR EN CUARTO MENGUANTE.



              «En todos los viajes que he hecho he comprobado que el destino del hombre es ser  muy feliz, porque así son todas las especies que he estudiado.  ¿Qué hacemos actualmente para no serlo? Vivir de forma antinatural». (Charles Darwin)



                
         Muchas personas parecen esperar que sus parejas lean sus mentes, suponiendo que, al serlo, deben estar sintonizadas de un modo mágico, y ser capaces de entender cada gesto o mirada del otro, interpretando adecuadamente las señales, y saber lo que el otro siente o piensa.

Por muy hermoso que esto pueda parecer, nadie, o casi nadie, tiene la capacidad de leer la mente de los demás.



Decía Watzlawick, es uno de sus axiomas,  que:  
 Es imposible no comunicarse: Todo comportamiento es una forma de comunicación”. En una situación de interacción, toda conducta tiene valor de mensaje, es decir, es comunicación; por eso, por más que uno lo intente, no puede dejar de comunicar. Actividad o inactividad, palabras o silencio, tienen siempre valor de mensaje: influyen sobre los demás, quienes a su vez, no pueden dejar de responder a tales comunicaciones y, por tanto, también comunican. 
 Y un día, todo esto se hace presente, porque, ordenando la casa, ella encuentra en un cajón papeles amarillentos que, sobreponiéndose  a la cuenta del tiempo, hacen aflorar las palabras escritas y que durante una época fueron testigos del dolor…  en las esquinas y recovecos del pasado, hubo un momento que ahora, recuperada la sonrisa y la ilusión, le parece ya muy lejano...

ELLA:
El silencio que pesa sobre mí es difícil de soportar… Me impaciento sintiendo como pasan los minutos, como una tras otra, van pasando las horas…
Pasan las horas, pero no pasa nada más…
¿Cómo se puede estar tanto tiempo sin decir una palabra en una discusión? ¿Cómo puede permanecer así, hora tras hora, acumulando la tensión y sin decir absolutamente nada?
Ni qué piensa, ni qué siente, ni qué transcurre por su mente, mientras estamos en una situación extrema que a mí sí me cuesta soportar.
Tengo ganas de explotar, de gritar, aunque me contengo. No quiero que me acuse de presionarle,  como ha hecho otras veces.
De todas formas, es igual… si estoy amable, o dulce, tampoco me habla. Se refugia en su silencio y deja pasar el tiempo.
Si le hablo, si le pregunto, si intento ayudarle a sacar algo fuera de sí mismo, tampoco sirve, porque entonces sí habla, pero para decir solamente que le presiono, o que le bloqueo. En algunos momentos, vuelve a no contestar simplemente.
El silencio se ha apoderado de todo. Casi han transcurrido 24 horas y seguimos así… A mi en cambio, por momentos parece que me va a estallar la cabeza, que no voy a poder más.
Las ganas de mandarlo todo bien lejos, de acabar de una vez  con esto se mezclan con un sentimiento de profunda tristeza y de dolor por intuir que se está acabandoesta relación, esta vida en pareja.
 
Podría dejarlo pasar de nuevo, puedo esperar a mañana, a pasado mañana, al mes que viene… A que me derrote de nuevo el dolor y entonces se pase el malestar, y quiera dar más oportunidades.
Pero ¿hasta cuando aguantará mi capacidad de resistencia? ¿No es verdad que de cada una de estas batallas salgo más herida y rota cada vez?¿No me basta con ver cada día que él no quiere o no puede madurar, ni siquiera lo intenta?
¿Con qué derecho me estoy haciendo esto a mí misma?
Vuelan nuevamente los minutos, que siento se malgastan de una forma brutal. Esta vida, la única vida de que disponemos, dilapidada  sin piedad; la dejamos escapar entre los dedos, como si no fuese algo tan valorable.
Ha ido pasando la noche,  entre lágrimas, palabras escritas y palabras esperadas… La espera ha sido larga, y ya amanece.
Está amaneciendo un lunes más, al fin y al cabo.
Triste y dolorido lunes, que sin embargo, me permite huir hacia adelante, salir de estas paredes que hoy me aprisionan, y marchar al trabajo.
No me espera hoy nada sorprendente allí, lo apostaría. No me espera la tranquilidad, ni nada que mitigue el dolor. Sólo, y no es poco, una horas de alejamiento de lo que es mi casa, un lugar cada vez más tenso y triste.
Voy a salir, y tengo unas terribles ganas de llorar.


 EL:
      Me está preguntando cosas y no digo nada... Estoy pensando todo el tiempo en que significa para mi lo que he dicho hace días de que quiero recuperar los ideales...Puede que diera a entender que lo que quiero es recuperar el pasado o las ideas que mantuve anteriormente, pero eso ya no es así.  
Mi pensamiento ya no está en esas ideas que en gran parte dejaron de tener sentido con el tiempo... solo quiero recuperar mi estado, la conducta que entonces yo tenía... No se por qué ahora me paso la vida mintiendo.... ¡miento tanto..!
¿por qué no digo lo que hago o lo que pienso?
Antes yo tenía la iniciativa sobre lo que hacía, sobre las decisiones que tomaba... Ahora las circunstancias me influyen más , me ahogan, vivo como si solo quisiera sobrevivir...

Ahora siento tanta inseguridad, que ella tiene razón cuando dice que me he puesto una coraza.  No le digo nada, pero es verdad, hay una coraza que me ha atrapado, quizás la coloqué yo para aislarme y ahora no se salir. Estoy inmovilizado...


ELLA:

¡ Qué costoso resulta esta mañana salir a la calle!
Se van cerrando puertas tras de mí, y paso a paso, con un supremo esfuerzo, camino hacia la parada del autobús, hacia el comienzo del día. Un día que se acerca lleno de incertidumbre y también lleno de expectativas.

Detrás de esas puertas te has quedado tú, a solas  con tus pensamientos, con tus sensaciones...  Con tus silencios.
Siento deseos de volverme, de regresar; no quiero seguir andando... sólo quiero verte, hablarte, quedarme ahí contigo.

Pero continúo. Hay que seguir, debo respetar tu necesidad, tu tiempo... Yo también necestio que respires, que te comprendas, que te quieras a tí mismo.

De camino, viendo pasar por la ventanilla del autobús esa mañana que comienza, siento todo mi organismo está sometido a esa sensación de dolor en algún sitio que no puedo localizar, en ese lugar que debe ser lo que llaman las "entrañas"...

El resultado es que el estómago se encoge, la saliva no brota y deja la garganta tan seca
como si tuviese cristales en ella...
El pulso se acelera y en cambio, los pulmones se me paran... Este dolor se mezcla con la ternura, con el deseo de sentir tu mano, tu piel,tu mirada... Por momentos, se me hace todo insoportable, tanto que no se ni donde estoy. No reconozco el paisaje.
Una y otra vez, un único pensamiento viene y se repite como un mazazo: ¡Dios, si te pierdo... Sólo yo sé lo que he perdido!

Dejo de repetirme el mantra que me atosiga. Es innecesario hacer esto... Debo pensar en otras cosas. Y lo intento, pero recurrentemente, voy del principio al principio del intento. Así, se cruza la letra de una canción que parece resumir lo que siento, lo que te diría si ahora pudiese hblar contigo.

Y sin música, solamente repitiendo palabras, voy murmurando loq ue alguien escribió quien sabe a quién y por qué, pero que a mi ahora me parece adecuado a mi sentimiento, tan propio de una mañana como la de hoy,  fría con la bajada de las temperaturas, que me hace sentirme estremecida.  Quizás no es el invierno, sino otra desolación la que me hace sentirme helada, consciente del desamparo.
  Me susurro:
     "Eres como la vida, flor de contrastes, luz de azúcar y sal...
Vivo a tu lado la noche del siglo y amándote vivo esta travesía.
Todavía duermes cuando, abrigada, gano la calle. Hace frío. Aprieto el ritmo.
Todavía duermes cuando el viento termina de espabilarme;
 cuando pienso,  mientras camino, que me asusta la velocidad con que se vive,
la fugacidad de las miradas y los gestos.
Vivir es intentar no perder el tren... pero ¿Quién lo conduce?
¿ A dónde vas subido en él?

Todavía duermes cuando me saludan las paredes,
cuando me abrazan los graffitis;
seguramente todavía duermes cuando pienso, mientras camino,
que vivir es intentar no perder el tren...
  
EL:

Ya se ha ido... Bueno, tranquilidad...
No es agradable verla sufrir. Escribir al menos me relaja. Al  papel puedo decirle que me desprecio a mì mismo. Que no le deseo a nadie esta sensación, que es duro aceptarme tan egoista y sin poder excursarme. Por eso me quedo mudo.

Vivo amargado, en la oscuridad, no soy capaz de seguir justificando un comportamiento indefendible... Si he hecho estas canalladas, es porque no tengo en cuenta que le hago daño. Y lo que pasa es que ahora no siento que me duela, quizás solo es que me han pillado y me fastidia... Por eso no salgo de la trinchera...

Además, es que me quiero ir.  Ella me pide otra oportunidad, pero sinceramente, no se como, pero he de decirle que no la quiero ya...       
              


ELLA:
Si yo pudiese decir, como en aquel libro, que mi corazón es solo una pequeña máquina de bombeo... Una bomba lenta y fija en su lugar...
¡Si yo puediera decir que mi corazón solo se dedica a su oficio!.


 
EL:

¡Ya está! Ya lo he dicho...  Me voy a ir pronto...  Y voy a empezar de cero, no quiero volver a encerrarme por culpa de haber ido construyendo una mentira tras otra...




ELLA: 

   "Desde niña me había puesto en guardia el abuelo,  no solo contra el excesivo apego a las cosas, sino también a las persona. Los seres humanos se estorban unos a otros al entrelazarse, decía, igual que los árboles cuando crecen demasiado juntos, no dejan pasar la luz a su través. Pueden llegar a asfixiarse, hija, de tanto quererse, lo mismo que te esclavizan las cosas cuando te tomas demasiado en serio el papel de propietario".

          Cierra el libro, se aparta una lágrima, una sola que recorre su mejilla, y respira profundamente. Vuelve a hacerlo,  y sabe que ahora, ya, va a seguir andando un nuevo camino, lejos de un paraíso artificial que no era tal como pretendía. 


  Hace tiempo que ha aprendido que   
 "el amor perfecto es aquel en el que se dice: Te quiero, pero no te necesito".











martes, 12 de febrero de 2013

NO LLENES TU VIDA DE AÑOS, SINO TUS AÑOS DE VIDA.









   Mi querida Mª Jesús:
       En esta  madrugada, despierta aún y despejada hasta que me habitúe de nuevo al cambio de turno,  acabo  de recordar que YA es tu cumpleaños. Y me he puesto a escribirte esta nota para felicitarte con todo mi cariño, al tiempo que voy recordando tantos y tantos momentos que ya hemos disfrutado juntas durante el curso de nuestras vidas.

Los días y los años van corriendo, dicen que cada vez más rápidamente, pero es verdad que hace muchísimo tiempo que crecemos juntas y te aseguro que cumplir años es un placer cuando se hace junto a personas como tú, amiga mía, y con gente tan hermosa por dentro como por fuera, con los afanes diarios, las luchas, los desencantos, las esperanzas, los sueños y las arruguillas (pocas, poquísimas, por cierto), que nos han hecho madurar como personas para trabajar fuera y dentro de la casa, ser el "soporte emocional" de nuestras madres y hermanos, y "directoras generales" de ese mundo que gira en torno  a nuestra energía.

Y... ¿Cuántos años tenemos? Los suficientes ya para hacer lo que queramos, para gritar lo que pensamos, para decirlo sin miedos, para transitar por esta vida con paso más firme y seguro cada día... Porque el elixir de la eterna juventud, como decía F.J.Gonzalez Martín, está escondido en el único lugar donde pocos buscan: nuestro interior.

Pero todo esto, mucho mejor que yo, lo escribió Saramago, y aquí lo dejo para que te llegue como reflexión importante que a mi me sirve:

 
"Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo... ¡Qué importa éso!

Tengo la edad que quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido. Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.

¡Qué importa cuántos años tengo! No quiero pensar en ello. Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.

Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.

Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos. Ahora no tienen por qué decir: Eres muy joven... no lo lograrás.

Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo. Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.

Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada. Y otras un remanso de paz, como el atardecer en la playa.

¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones rotas... Valen mucho más que eso.

¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta! Lo que importa es la edad que siento.

Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos. Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.

¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!

Tengo los años necesarios para perder el miedo, y hacer lo que quiero y siento".
(José Saramago)


         Mi querida amiga: Dicen que el futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños y que es otra oportunidad, una más de vivir gratamente. La vida es un compromiso, primero con uno mismo, después con el resto del universo en perfecta armonía, si se puede...

Por tanto, espero que hoy, al amanecer, te coloques tu vestido de gala: tú misma; el mejor perfume: tu buen humor y tu sonrisa; y te calces las botas de siete leguas, las que nunca se detienen en la tristeza... y disfrutes de TODO.

        Te envio mis mejores deseos, y hasta que pueda verte y darte un abrazo directamente, te envio este adelanto de MI FELICITACION.

        No olvides que te quiero, y que somos amigas-hermanas.
                                                                
                                                                                 Toñi








 


 







lunes, 4 de febrero de 2013

ARBOL DE NAVIDAD EN PORTA NUOVA (TURIN)

                                         






La Justicia consiste en asegurar a cada cual la satisfacción de sus  necesidades: Aquello que cada persona precisa para vivir dignamente”.
                                                                                        
                                                                   (José luis Segovia Bernabé)
       

Turín, 7 de diciembre. Estación de Porta Nuova. Estamos cerca de la navidad, ese espacio de tiempo reservado   a la fantasía y a la magia en los países occidentales y occidentalizados.
         Al pasar, nos llama la atención el gran árbol colocado en un lado de la sala de entrada y nos acercarnos a verlo.
Los adornos que exhibe son cantidad de papelitos, notas y cartas, que cuelgan de sus ramas, en las que se expresan peticiones y deseos dirigidos al “caro Bebbo Natale:
“Un puesto de trabajo, poder dar de comer...
 y un techo para mi familia, y si es posible, un poco de salud…
Escucha mi ruego, que encuentre a través  del árbol un buen estado de economía, de política…”

Niños y jóvenes  pidiendo lo que más desean.  Y según voy leyendo y haciendo alguna foto, me digo: detrás de cada nota, habrá una historia… ¿qué podríamos conocer si hablásemos con los que han pasado por este árbol?

        ¿Niños que no piden cosas materiales, ni juguetes, ni chucherias, sino cubrir las necesidades básicas  para la superviviencia en esta vida?
       ¿Niños que se sienten responsables de su propia familia, afectados ya por el descalabro económico de su país, por el paro, por la factura sin pagar, por la luz cortada o el cierre de la fábrica y  el expediente de la empresa donde trabajaron sus padres?
¿Estamos cargando las responsabilidades adultas sobre los hombros de nuestros niños desde la infancia?
Hace unos años, los peques pedían en Navidad, y los mayores otorgábamos,  casi todo el muestrario que aparecía en los medios publicitarios destinados a los chiquillos equiparando  el saco de Papa Noel y el de los Reyes Magos  a un pozo sin fondo y haciendo gala de un consumismo desenfrenado.

 
Jose Manuel  Esteve,  que fue mi profesor en la Complu, ahora en la Universidad de Málaga,  recogía  en uno de sus  libros sobre la influencia de la publicidad en los niños, la siguiente carta:
“A SS.MM. Los Reyes Magos de Oriente.
         Mis queridos Reyes:Yo soy Iván Darío y quiero todo lo que hay en el Corte Inglés.
         Soy muy bueno”.
A su temprana edad, había extravíado el sentido de la medida.
Parece que hoy,  en lugar de llegar a un equilibrio, pasamos al extremo. Recuerdo algo que dijo una vez Martinez Reguera: “la política del capital está atribuyendo a simples chiquillos el protagonismo y la responsabilidad de ciertos conflictos cotidianos con enorme repercusión social.”
Los padres se ven acosados por el embargo de sus escasos bienes, de la casa incluso. Pierden el trabajo, y muchos,  también con ello pierden la autoestima, la salud mental… Y los hijos salen del ambiente normalizado y estable en el que necesitan crecer-
¿Por qué les hemos arrebatado ese mundo que dicen es esencial en la niñez? Hay tantos pequeños a los que en tantas partes del planeta se les roba la infancia, incluso la vida, víctimas de los intereses de quienes deberían protegerles, que no se como tenemos ”estómago” para admitirlo, para verlo a diario como quien oye llover, que me pasma las tragaderas que tenemos.  Y después, eso sí, nos quejamos de ellos, de niños y jóvenes por su forma de ser.

Nos olvidamos que nadie puede asumir límites sin haber tenido antes ciertas seguridades, si no se han creado vínculos de confianza  durante el desarrollo personal.
No se atiende a sus verdaderas necesidades, y no vemos que ese concepto de "necesidad", como explica tan claramente Josito, ayuda a discernir lo justo de lo injusto, y separa el buen Derecho del mal Derecho. Los deseos corresponden a los intereses, por supuesto, por eso las necesidades básicas humanas se han de proteger jurídicamente y deben estar cubiertas de antemano, para que podamos tener algunos intereses o deseos que no sean derechos humanos. Estos derechos son "inviolables, universales, inalienables, irrenunciables e imprescindibles".

Esbozo algunas de estas  ideas mientras voy dando vueltas alrededor del árbol navideño. Y ahora, en la distancia de los días, r
ecuerdo unas palabras del profesor Amotz Dafni:
 “Los árboles han sido sagrados para el hombre desde tiempos inmemoriales por su pujanza, su rectitud, su tenacidad ante las vicisitudes de  la naturaleza y su capacidad de renovación”.
  Parece que también existió una conexión especial entre la gente y los árboles, más allá de la gratitud por los beneficios que nos proporcionan. Por eso debe ser que por  todo el mundo se extiende la costumbre de los árboles de pedidos y deseos.


Miro las fotos que hice de las notas en Porta Nouva y se me encoge un poco el corazón…  Hay peticiones de muchos tipos y algunas incluso son graciosas, llenas de buen humor...

En alguna carta, quizás de alguien más mayor, se pedía conocer a una chica…  Dentro de la gracia que puede hacer, tal vez se escondiera también el deseo de consolar cierta soledad, de imaginar que en ese saco navideño de satisfacción de los deseos más íntimos, pueda esconderse también el amor, la compañía, la amistad, la pasión...
(Ahí estaba el teléfono, por si había que ayudar).


Volvimos de Turín, han pasado varias semanas y mientras escribo esto, recuerdo que me hablaron de la “Belfana”: la vagabunda que va de casa en casa, escrutando la cara de los niños dormidos y dejando obsequios a aquellos que le parecen bondadosos.

  Cuenta la  leyenda que cuando los Reyes Magos llevaban los presentes para  el Niño Jesús, se perdieron en el camino hacia Belén. Desorientados, pidieron ayuda a una anciana, la bruja Befana. Los Reyes le rogaron que los acompañe, pero Befana rechazó el ofrecimiento diciendo que tenía mucho trabajo en su casa. Poco después la Bruja se arrepintió de su decisión y salió a buscarlos, pero nunca los halló. Decidió entonces entregarle un dulce a cualquier niño que se encontrara con la esperanza de que fuese el Niño Jesús.

Por eso cada 6 de enero la Bruja Befana visita las casas de los niños montada en su escoba, para llenar los calcetines con regalos y caramelos si han sido buenos, o con carbón si se han portado mal.

Espero que ella también se haya hecho eco de los deseos expresados en aquel árbol.