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viernes, 6 de noviembre de 2015

BIOGRAFIA POR PAPELES.


        “Los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran: la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez, a modelarse, a transformarse, a interrogarse (a veces sin respuesta), a preguntarse para qué diablos han llegado a la tierra y qué deben hacer en ella.”  (Gabriel García Márquez)

 

  

Es frecuente confundir Identidad con Identificación.

      Qué tiempos éstos en los que definimos a las personas NO por lo que son, sino por aquello de lo que carecen: sin papeles, sin techo…

      Como apunta Martínez Reguera,  “el sistema nos va despersonalizando, desvirtúa lo más personal de nuestras vidas y cada vez necesitamos más documentos, más títulos, más credenciales para no ser tan insignificantes… Nuestra existencia cotidiana y real está siendo suplantada por meras formalidades, hasta tal extremo de deshumanización que si no dispones de papeles, se te negará el derecho a lo imprescindible: espacio donde vivir, trabajo del que vivir, atención sanitaria…”

 

       La identidad queda sustituida por un documento… y así, si carezco de él, me convierto en un “sin papeles” que no tiene recuerdos, esperanzas, miedos, vivencias, necesidades…

Han cambiado nuestra  BIOGRAFIA  POR PAPELES…

    Y cada vez, más papeles, más tarjetas, más controles burocráticos...


       ¿No está escrito por ahí que la identidad colectiva o social por excelencia debería ser la HUMANA?

        La identidad es un concepto dinámico, que cambia según se transforme el contexto familiar, institucional y social en el que vivimos, así como cambia cuando se inicia el proceso de individualización en la adolescencia, cuando envejecemos, o trabajamos, por lo que es una estructura en continua evolución a lo largo de nuestra vida y se construye según nuestros ciclos vitales.

       La identidad es la conciencia que una persona tiene respecto de sí misma y que la convierte en alguien distinto a los demás.

Y sobre todo, está influida por el OTRO. Es un movimiento de ida y vuelta.

       Deberíamos considerar la diferencia como un complemento de la personalidad, porque cuando no negamos esa diferencia estamos ayudando al otro a construir su concepto de persona. Y sin embargo, lo estigmatizamos, o lo invisibilizamos a fuerza de negarles.

        Lo que más daño puede hacer a una persona es la invisibilidad.

       Cuando te hago invisible, no te veo, no existes, te puedo llamar clandestino, ilegal, incompetente, inferior…

        Te niego el derecho de pertenencia.

        Me decía una vez Elena Arce que “usamos un derecho humano básico, el derecho a la identidad, en función de lo bien que se porte alguien o no, porque este derecho a la identidad se utiliza con los papeles legales de forma perversa”.

       Los representantes del poder, sin conciencia, olvidan a propósito que el documento identitario, ese papel con códigos alfanuméricos del que tanto se ha hablado, no dice nada de quién es en realidad la persona que lo porta.
       Sirve solo para la organización social…

       Aunque estos poderosos, al convertirnos en “sujetos administrables”, nos convierte también en “seres manejables”.
        Para el inmigrante este aspecto de su historia de vida es mucho más complicado. No conoce todos los códigos de adaptación  y su necesidad de ser reconocido  y de integrarse supone un constante esfuerzo  que hace que tenga que estar negociando constantemente su identidad. Los otros, nosotros,  no nos movemos hacia él.

         Cuando un inmigrante parte de su lugar de origen, por la causa que sea, realiza un cruce de caminos con riesgo, a veces con resultado de muerte…

        Y sabe que aunque no muera, aunque llegue a otro lugar donde poder vivir, una parte de sí mismo, queda detrás, quizás para siempre.

        Esa es otra forma de morir, pero sabe que ese “morir” es renacer a una nueva identidad”.
        Pero, a menudo, no les dejamos SER...


         No olvido que, como escribía el escritor argentino José Muñoz, “invisibles son aquellas personas que no queremos ver, pero que acaban apareciendo detrás de nuestros miedos y aprensiones, entre otras cosas, porque nunca dejaron de existir”.


          Desde aquí, no dejo de reivindicar el derecho a la total identidad de cada persona.
       Y decir, como aquel menor emigrante al que se le contradecía la edad de su documento: 
             
"La máquina dice que tengo 18 años. Pero la máquina no es mi madre. Solo mi madre sabe cuando nací”.






SARAMAGO.


 



lunes, 2 de noviembre de 2015

BESO INFINITO.



  


Y mi hermano, susurrando,   
me recitó las palabras de Agustín de Hipona:







"La muerte no es nada.
No he hecho más que pasar al otro lado.
Yo sigo siendo yo. Tú sigues siendo tú.
Lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo.
Dame el nombre que siempre me diste.
Háblame como siempre me hablaste.
No emplees un tono distinto.
No adoptes una expresión solemne ni triste.
Sigue riendo de lo que nos hacía reír juntos…
Reza, sonríe, piensa en mí, reza conmigo.
Que mi nombre se pronuncie en casa como siempre lo fue,
sin énfasis ninguno, sin huella alguna de sombra.
La vida es lo que siempre fue: el hilo no se ha cortado.
¿Por qué habría yo de estar fuera de tus pensamientos?
¿Sólo porque estoy fuera de tu vista?
No estoy lejos, tan sólo a la vuelta del camino…
Lo ves, todo está bien…
Volverás a encontrar mi corazón, volverás a encontrar su
ternura acendrada.
Enjuga tus lágrimas, y no llores si me amas".


domingo, 1 de noviembre de 2015

DIA DE LOS MUERTOS CHIQUITOS

Recordar: del latín "re-cordis", es decir:  volver a pasar por el corazón.
    
        ¿Y cómo no recordarte?
        ¿Cómo no recordar que alguna vez la muerte pisó mi huerto?

         Pero yo quiero celebrar la memoria.



      Y por eso os cuento que de mi gente de México aprendí que desde la antigüedad se celebra que los parientes fallecidos regresen en esta época para convivir  con los familiares vivos. Los indígenas ya lo hacían desde tiempos prehispánicos, coincidiendo con el final de los ciclos agrícolas.



     Pero ellos dicen que el día 1 de noviembre, hoy, se dedica a "los muertos chiquitos", los que murieron siendo niños.



     Cuando muere un niño, siempre lo hace en circunstancias dramáticas... ¡Y tú eras tan pequeño!



   Te veo siempre en los gestos, los movimientos y las voces de los demás chiquillos que se me cruzan; estás  presente y te veo reflejado en cada uno de los niños y niñas solos o con su familia, que intentan llegar a nuestra inhóspita Europa, empeñada en ser madrastra y verdugo.

      
    Siempre me duele pensar el miedo que deben albergar sus corazones ante tanto terror en viajes que no imaginamos siquiera, tan peligrosos cada instante... Y los que llegan, ¿qué pensarán al encontrarse con nuestras vallas, nuestros policías y ejércitos?


       A ti te cuidamos, te dimos todo nuestro afecto, compartimos tu vida, tu lucha contra la enfermedad y la muerte... Pero seguro que nos preguntarías que cómo estamos permitiendo que las garras depredadoras de nuestra absurda civilización se aferren a privatizar el sueño de ser, de vivir, creando el infierno en este triste planeta.



        No entendías muchas de las cosas que se hacían, y decías que querías ser "un pequeño Obama", el pequeño Obamita, bromeábamos. 



        No entendías las diferencias económicas entre tu país y el nuestro, ni que  los niños murieran de hambre en este mundo de opulencia; por eso,  contigo me duelen todos los y las niñ@s esclavizados, violentados, víctimas de trata, de epidemias, de sed, de conflictos locales y guerras prefabricadas ... Y sobre todo, las víctimas de nuestra deshumanización.


       Contigo, mi pequeño Mohammed, de tu mano y con todos los niños y niñas que se han ido, a los que se les está excluyendo del porvenir,  en este día de "los muertos chiquitos" reivindico el derecho a la vida.

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"Te lloro.
Únicamente con el amor te personifico.
Quiero que sepas que te amo. Y que el amor, más que la vida, 
es incompatible con la muerte."

(FILIPA MELO: ¡Éste es mi cuerpo")