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domingo, 10 de marzo de 2019

RESPETE ESTA PARED, POR FAVOR: ESPACIO RESERVAD0 PARA BANKSY.



“Los mayores crímenes del mundo nos son cometidos por las personas que violan las reglas, sino por las personas que las siguen. Son los individuos que siguen órdenes quienes sueltan las bombas y masacran aldeas”.  (Banksy)



      Salimos de la exposición del más famoso de los artistas callejeros dominados por cierta emoción y con un montón de preguntas y reflexiones, porque Banksy a mí, al menos, me plantea preguntas.

    Es el graffitero más famoso del mundo, el más enigmático, el más perseguido pero más escurridizo, el más criticado, admirado y cotizado.

    Se le puede considerar un guerrillero del arte que pinta de noche para sus obras nos sorprendan con las tremendas metáforas sobre la sociedad en la que vivimos.
Las paredes se pueden convertir en un arma muy grande.
Al entrar en la exposición, la recreación de lo que podría ser su taller nos acoge. Un maniquí con sudadera y capucha está ahí y parece decirme: “Sabes que esto no tiene nada que ver conmigo, ¿verdad?

Es una exposición no autorizada por el artista. 


    Sus obras son  denuncias que atacan a lo establecido y a lo convencional, con una crítica inteligente, ácida, con mensajes de contenido social, incluso subversivo. Es claro y directo cuando carga contra las injusticias, la corrupción, el desamparo, el abuso de poder, la explotación laboral, el consumismo, el maltrato animal, la nueva esclavitud, el racismo, el cambio climático, la homofobia, el totalitarismo, la guerra y la apatía de nuestra modernidad.

    Su arte urbano toma prestados espacios para conseguir nuevas formas de comunicación, jugando con la sorpresa y con un significado determinado.

    Al ser humano ¿siempre le ha producido cierto placer desobedecer las normas, actuar libremente? ¿Es por eso que el Street art es una forma de evasión del marco social y una herramienta contra el poder? 

En general tiene un carácter ilegal, aunque la legalidad no es excluyente.

Durante siglos, las paredes y muros han sido soportes de la creación artística. 

Actualmente siguen siendo espacios creativos, aunque ya no son libres. 

Están clausurados por el poder y la propiedad privada.

La autoridad prohíbe el acceso  “a lo que para los artistas urbanos es el mayor lienzo del mundo, la calle”.

Las ordenanzas municipales criminalizan a los artistas y graffiteros bajo el común denominador del “delito vandálico”, porque atentan contra ese citado principio básico  y primordial del capitalismo: La propiedad privada.

En nuestro Código Penal aparece como una falta contra el patrimonio.

El  arte urbano es perseguido y sus impulsores multados y tratados como delincuentes.
¿Es porque se conciben estas obras como una amenaza? 
Dice Miquel García que lo que se penaliza no es la imagen, lo que quieren silenciar las instituciones es aquello que genera una crítica, un cuestionamiento o una reflexión sobre los fallos del sistema y de la sociedad. Privatizando el espacio público se intenta apagar la voz de la calle.

Porque "No hay nada más peligroso que alguien que quiere hacer del mundo un lugar mejor", como ha escrito el propio Banksy.

Hay una anécdota curiosa que se cuenta en Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España:

Tras la derrota de los aztecas por Hernán Cortés en el México de 1521, se procedió al reparto del botín de Tenochitlán. Los capitanes españoles, insatisfechos con su parte, protestaron tempestuosamente. Pero además, las paredes del palacio que alojaba a Cortés se llenaron de escritos alusivos al papel que éste jugara en la distribución.

«Y como Cortés estaba en Coyoacán y posaba en unos palacios que tenían blanqueadas y encaladas las paredes, donde buenamente se podía escribir en ellas con carbones y otras tintas, amanecían cada mañana escritos muchos motes, algunos en prosa y otros en metro, algo maliciosos(...) y aúndecían palabras que no son para poner en esta relación.»

Cortés contestó en verso sobre la misma pared que le recriminaba. Y así siguieron, hasta que se dio cuenta de que solo lograba animar más a su interlocutor.  Entonces, dio por finalizada la tarea y escribió una drástica sentencia: “Pared blanca, papel de necios”.
Incontables son los lugares que en todas las épocas han servido para la protesta, la reivindicación y la transmisión de mensajes.



Banksy comenzó con sus ratas, las que le inspiraba Blek Le Rat, cuya influencia siempre ha reconocido.

 -“Existen sin permiso, -escribió – viven en una tranquila desesperación entre la inmundicia. Y aún así, son capaces de doblegar a civilizaciones enteras. Si eres un tipo sucio, insignificante y sientes que nadie te quiere, entonces las ratas son el modelo a seguir”.



 











Banksy, desde su anonimato, ha convertido el mundo en una sala de exposiciones para nosotros, trasladando a las paredes su visión de los conflictos del mundo.  Porque sus imágenes son ya símbolos que se han quedado en nuestras retinas.

Este arte furtivo y quizás el compromiso filosófico,  le han convertido en uno de los artistas más interesantes del momento (Rosa Gil). 

Personalmente, me gusta esta idea de dinamitar las convenciones y poner en valor los “no lugares”,  así como los temas sociales y políticos que nos deberían preocupar a todos. Nos obliga a detenernos y a pensar  poniendo ante nuestras narices aquello que solemos evitar en nuestro día a día.

Ese street art se convierte en vía directa de golpe a nuestra conciencia, urbanitas que a veces nos sorprendemos al comprobar que el mundo está lleno de lienzos vacíos y se puede crear sobre cualquier plataforma. Al no estar regulado institucionalmente, surge como una forma de lucha política en cierto modo anárquica.

Es una “herramienta de comunicación alternativa y de contracultura surgidas en escenarios de resistencia cultural”.


    Saber quién está detrás de Banksy parece una de las más recientes obsesiones  de la humanidad.  Robert de Naja, de Massive Attack, Robin Gunningham, Albarn, pintor o pintora, colectivo de artistas, etc…  No se sabe con certeza, pero es indiscutible que con apenas unas latas  de aerosol  “transforma oscuros callejones en exitosas atracciones turísticas”. Si se supone su presencia en cualquier ciudad, el día se transforma en la búsqueda del tesoro y en un “atrápame si puedes”.

Su anonimato y clandestinidad multiplican su aurea.  En un mundo donde la vigilancia está a la orden del día, este artista parece rodearse de las personas más leales del planeta.

Ojalá fuera una mezcla de niño, hombre y mujer, como Ernesto Sábato decía que debía ser un artista.

Me gusta, además, porque las migraciones son uno de sus temas recurrentes. 

A menudo nos hacen creer que la emigración merma los recursos de un país.   

Banksy nos quiere recordar que no es cierto, con un mural mostrando al fallecido Steve Jobs, con una mochila al hombro, un ordenador en su mano: “El hijo de un inmigrante de Siria “. Era una rotunda denuncia a las condiciones de los refugiados, porque Jobs creó Apple, una de las empresas más rentables del mundo, pagaba más de 7 mil millones de dólares anuales en impuestos…

Y todo porque un día autorizaron la entrada a Abdulfattah Jandali, un joven de Homs

En la Embajada francesa de Londres, sobre un tablón de madera pintó a la niña del cartel del musical “Los Miserables”, con la bandera francesa rasgada a sus espaldas y un reguero de lágrimas  en sus mejillas, causadas por botes de gases lacrimógenos.  Un código QR remitía a un video en YouTube donde se ve a la policía usando esos gases para desalojar el campamento de refugiados conocido como “La Jungla”, en Calais. 





Intervino en la frontera de EE.UU con México y en el muro de la vergüenza de Palestina.


“El hotel con las peores vistas del mundo” es otra de sus controvertidas acciones. 

El muro erigido por Israel en torno a Cisjordania disuade a muchos visitantes en Tierra Santa de acercarse a la basílica de La Natividad.  Banksy abrió un hotel con vistas a ese paredón de hormigón gris de 8 metros de altura, con varias torres de vigilantes armandos.

Te guste o no la idea, este albergue ha revitalizado la economía local  en una ciudad rodeada por 18 asentamientos judíos, y que él define como “la mayor cárcel del mundo al aire libre”.



Hace años también intervino en Chiapas, murales y fotos dan fe de su estancia allí.  


"Dismaland", el parque menos divertido del mundo, nació tomando un centro acuático abandonado al sur de Bristol
y lo convirtió en una feria muy crítica, con atracciones como una patera repleta de migrantes a la deriva, Lady Di convertida en la Cenicienta que se estrella en su carroza, una orca saliendo de una taza de váter, un teatro de títeres de residuos urbanos, pinturas de Forman describiendo los efectos del cambio climático, críticas a las extremas medidas de seguridad y otros rasgos negativos y tragicómicos de nuestra sociedad. Una verdadera tierra deprimente, como indica el nombre con que lo denominó. 

Sus trabajos han servido también para que muchas empresas y marcas utilicen sus obras como estrategia de marketing. Quizás sea por lo que sus críticos  argumentan que es significativo que
“El mismo stablishment al que satiriza, le haya acogido entusiasmado”.


¿Es posible estar fuera del sistema?

¿A quién pertenece el arte callejero?   Sin duda, no hay respuestas absolutas.

 La fascinación del mercado por sus obras no deja de aumentar, así como la demanda de los coleccionistas. 

Muchos hablan de ese equilibro entre el anticapitalismo de sus creaciones y una privilegiada posición en el mercado, porque las casas de subastas y las galerías hacen dinero a su costa.  Existe un gran mercado secundario de sus obras, que se compran, venden y revenden sin cesar.


Se ha convertido en “la gallina de los huevos de oro”.


¿Hay hipocresía en sus acciones?

Quizás la misma dicotomía que entre arte y éxito comercial.

Bien demostrado quedó en la subasta donde su niña con globo se "autodestruyó" en el momento de ser adjudicada al comprador.

Pienso que quizás su éxito podría considerarse su mayor burla al sistema.

Combatir usando el aerosol, las plantillas, hurtarse de la mirada del policía, seguir causando escozor al poder…   

Señalar al elefante en el cuarto, que solemos ignorar,  para indicarnos  la pobreza dentro de la que vive la mayoría de la gente del planeta, que el consumismo nos va a consumir, me lleva a una noción de idealismo utópico  conectado con la leyenda medieval de Robin Hood, que nos devuelve la humanidad  a través de sus intervenciones, con las contradicciones de nuestro mundo  como protagonistas.

Un Robin Hood que pinta para los pobres, pero al que compran los ricos.

Es una paradoja, sí, que los que él critica con sus pinturas, resulten adorarle.

Como él mismo escribió, “ se necesita mucho valor para levantarse de manera anónima en una democracia occidental y pedir cosas en las que ya nadie cree, como la paz, la justicia y la libertad".

De momento, es “el puto amo” del stencil y el aerosol, un poeta contemporáneo que transforma las palabras en imágenes.

Ha entrado en la leyenda.


Y como dice Manuel Lorenzo: “Uno no necesita descubrir la verdadera identidad de sus héroes. Todo lo contrario. La humanización, por definición, reduce el mito. Lo priva de magia y misterio. Lo convierte en algo que, en el fondo, no difiere demasiado de lo que eres tú.”

Y así, Bansky somos todos.