Cuentan, en Oriente, que en el Paraíso había un árbol
diferente a cualquier otro de la tierra. Sus ramas eran traslúcidas, las raíces
succionaban leche en lugar de agua y su tronco brillaba como si estuviera
revestido de hielo. Pero, al acercarte a él, no estaba frío en absoluto.
Cada hoja de ese árbol
llevaba escrito el nombre de un ser humano.
Una vez al año, los ángeles
se reunían alrededor y formaban un círculo y, al unísono, batían las alas. Así levantaban un
fuerte viento que sacudía las ramas y poco a poco, se desprendían algunas de
las hojas.
A veces, una hoja tardaba
bastante en caer; otras, descendían como en un abrir y cerrar de ojos.
En cuanto una hoja tocaba el
suelo, la persona cuyo nombre llevaba escrito, exhalaba el último suspiro.
Por eso, los sabios no pisaban
jamás una hoja seca, por si transportaba el alma de alguien a alguna parte.
Hoy, la muerte ha pisado de nuevo nuestro huerto.
Nos queda un dulce recuerdo de tu
paso por nuestras vidas, de tu coraje, de tu luz, de tus lecciones
de dignidad. Desde tu sencillez y
humildad nos demostrabas cómo rebelarse contra la humillación, los
tiranos y las injusticias.
“El último camello de la
fila, camina tan de prisa como el primero”, te dije una vez mientras hablábamos en mi plaza. Y
tú me respondiste: Claro, porque lo que nos pase a cualquiera de nosotros, nos
afecta a todos.
Vuelvo de estar con
tu familia, como tantas personas que os quieren.
Tu
compañera, todavía incrédula ante el hecho de tu partida… Esa gran mujer con la
que hiciste realidad que no necesitamos más que lo más básico cuando estamos
con la persona amada, y con la que, codo a codo, salías a la calle y reclamabais
pan, trabajo y techo desde la PAH, desde la Red de Recuperación de Alimentos
de Rivas (RRAR), desde las asambleas y por todas aquellas causas por las
que creías que era tan necesario cambiar
las políticas existentes.
Tu preciosa niña que engrandecerá tu familia
en unos meses, pariendo felicidad, aunque ahora esté tan desolada también ante
tu ausencia.
Tu hijo
pequeño, un hombrecito ya, me dice que esto es muy duro, pero que ahora solo
tiene que fijarse en lo que tú hacías para seguir caminando.
Siempre recuerdo lo que mi gran amigo Josito
me dijo una vez ante las sucesivas pérdidas que tuve: “ Somos lo que nos han
querido”, y que escribió que “vivir es llenar la propia existencia de rostros,
de gestos, de ternura, de pequeños detalles, de hechos discretos pero sublimes”.
Yo también lo creo firmemente. Somos lo que
nos han querido.
Doy las gracias por haberte tenido en mi camino,
por toda esta maravillosa familia que también siento mía, y,parafraseando a Walt Whitman, por ser de “los hombres y mujeres fuertes, valientes, abnegadas,
"que han acudido con prontitud en auxilio de la libertad, en todas épocas,
en todas las naciones".
Tu vida no
fue fácil en absoluto. Los dioses, o quien fuera, como bromeábamos hace pocos
días, te otorgaron un instante de esta vida, quizás “un día breve, encendido, ciego,
luminoso, para abrazar el aire, arder de amor, gozar, sufrir, cantar, saber,
decir, aprender a decir gracias…” *
De alguna
manera, al despedirme hoy de ti, he percibido que ahora formas parte del todo y
que todo forma ya parte de ti.
El centro de
nuestro universo no está en los paraísos, ni en Oriente ni Occidente.
Se halla
donde quiera que te rindas al amor.
A veces está
donde perdemos a un ser querido.
Pero no te
perdemos, no, querido amigo. Seguirás estando en nuestro corazón lleno de nombres.
"Te lloro.
Únicamente con el amor te personifico.
Quiero que sepas que te amo.
Únicamente con el amor te personifico.
Quiero que sepas que te amo.
Y que el amor, más que la vida,
es incompatible con la muerte." **
es incompatible con la muerte." **
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* (Poema
de Juan Vicente Piqueras)
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(FILIPA
MELO: “Éste es mi cuerpo")