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lunes, 4 de noviembre de 2019

NUESTRO ESPACIO LIBERADO.


     Hoy, 4 de noviembre, se celebraba el día de San Carlos Borromeo,  ése que es Patrón de la Banca y de la Bolsa y al mismo tiempo padre de los pobres, el Obispo de Milán que duerme incorrupto en una urna de plata, regalo de Felipe IV,  como descubrí hace un tiempo  visitando la catedral de dicha ciudad.

    No se quejarán en estos tiempos de su santo patrón los banqueros y especuladores del tan famoso juego financiero,  a tenor de lo bien que les van las cosas, a ellos sí, a cuenta de tantos otros a los que se les despoja de lo más necesario: casa, salud, trabajo, paz social…  ya que, ejercicio tras ejercicio, vemos con enorme asombro  que a pesar de lo mucho que  se habla de crisis  y de que el sistema financiero se derrumba, a continuación se apuntan increíbles beneficios  en sus entidades.

¡Qué paradoja, que nuestra parroquia (ahora llamada capellanía por orden eclesial),  hogar y refugio de tantos desarrapados, lleve su nombre!

     Bien es verdad, que este santo, del que cuentan que tuvo ocasión de demostrar su talento a la muerte de su padre, con apenas 20 años, haciéndose cargo de la hacienda familiar, y que destacó en saber llevar los asuntos vaticanos en el siglo XVI,  (fue el primer secretario de estado) con gran acierto desde el punto de vista papal, acabó su vida como obispo de Milán pobre y compartiendo sus bienes con los demás.

  Fue ayer domingo cuando nos reunimos para celebrar un encuentro festivo muchos de los que pasamos por allí, ahora y tiempo  atrás, para achucharnos cariñosamente, en ese apoyo que solemos darnos unos a otros, no exento de tensiones a veces, propias de tanto y tanto desgaste.  

¡Y qué alegría sentimos con la magnífica actuación del mago Luis Boyano que nos regaló una maravillosa actuación que nos hizo abrir la boca de sopresa y admiración tanto a niños como a mayores!

Y lo hemos hecho en ese local que lo mismo sirve para “un roto que para un descosido”: 

   Para acoger y dar techo y comida a decenas de solicitantes de asilo, cuyas tragedias personales han traído hasta nuestro país y a quienes las instituciones encargadas de dar soluciones dejan en la calle sin recursos y sin consuelo, asi como para festejar y celebrar que algunas de esas familias pueden partir un día hacia un nuevo comienzo.  

   Para reunión de asambleas vecinales, como para para la presentación de libros sobre lo humano y lo divino, pero siempre llenos de vida y de experiencias, o para  testimoniar a través de la fotografía y el cine, la realidad cotidiana de este mundo nuestro.
        
    Para bodas entrañables de los que quieren testimoniar su  amor,  como para despedidas desgarradoras de aquellos con quien tanto quisimos.

    Para celebración del pan y del vino, en fraternal comunión, como para compartir el pan y el vino en torno a la mesa de los amigos que buscan un mundo más justo y solidario.

   Para buscar a través del baile una vida más armoniosa y dedicarse un rato a la autoestima, como para la realización de cursos, jornadas y seminarios con participación de otras comunidades autónomas, o bien  para sede de denuncias de toda situación injusta de la que se tenga conocimiento.
   
    Para portal donde los Reyes Magos repartan juguetes a manos llenas a los niños que,  por no tener dirección de correo adecuada, no figuran en el reparto habitual en la noche de ilusión de sus majestades, así como para despacho improvisado de abogadas que, sin ninguna remuneración, ponen todo su saber al servicio de que la ley respete los derechos de las personas. 

      Y es que, como ya se ha apuntado tantas veces, hay una iglesia que se arrodilla en reclinatorios de cojines de terciopelo rojo y otra que se levanta para dar el desayuno en poblados de chabolas hechas de madera. 

    Una iglesia coronada de oro en sus mitras y la otra que vive con los de los suburbios de las ciudades, compartiendo lo que hay.  Una iglesia cuya moral tiene mucho que ver con conceptos abstractos alejados de la  humanidad, y otra que, abierta a toda persona y a sus condiciones, grita indignada ante el desastre humano que supone una crisis de la que no son responsables precisamente quienes más la están sufriendo.

    Sabemos que hay personas que viven encerrados en su burbuja de cristal, mirándose su ombligo, pero conocemos aquí a muchas otras que nunca se acuerdan de que lo tienen, ocupadas tan a diario en correr la misma suerte de quienes les rodean.

   Existen los que se ponen la venda en los ojos para no ver lo que ocurre a su lado y también  los que intentan desprenderse de corazas porque es la única manera de ser realmente humano y persona.

       Y están los que piensan que “a mí no me van a tocar”... y los que están ciertos en que si cae el otro, caemos todos juntos.

       Los que amurallan no solo sus bienes, también su corazón, y los que derriban fronteras, si no se puede físicamente, haciendo surgir grietas y túneles por los que llegar hacia la luz.

    Muchos sentimos la pertenencia a este lugar,  porque quien pasa por allí no reza a los dioses como se reza en las grandes sequías para que vengan las lluvias… sino porque alguien, siempre, te ayuda a vencer los miedos, los vértigos del compromiso, o al menos, te da la mano para recorrer el camino de la forma más cercana posible. 

Aquí constatamos  que las relaciones de cooperación social generan afectos, vínculos, símbolos, cuidados, ideas, pluralidad, y, sobre todo, riqueza, esa que no puede reducirse a la cuantía económica, sino que es riqueza social, necesaria, imprescindible...   

Como dijimos ya en algún lugar cuando intentaban cerrar la parroquia y silenciarnos, desde esta "plataforma, espacio liberado, comunidad, asamblea (reconozcámosla como mejor nos signifique), fuimos formulando nuestra fe en las personas: la acogida incondicional como seña de identidad comunitaria".

           Es San Carlos de Entrevías un lugar, donde aún, nos alimentamos con el pan de la utopía.












 





P.D.

No se si será cierta esta anécdota del santo que nos ocupa, pero es curiosa:

Iba San Felipe Neri, tan humilde, tan austero, por un camino, …
De pronto vio venir una carroza lujosísima En la carroza, con sus sedas, con sus púrpuras, con sus joyas, un Cardenal: San Carlos Borromeo.

 Felipe Neri, un poco escandalizado de tanto lujo, no pudo contenerse. Y venciendo su timidez, exclamó, increpando al Cardenal:

-¡Al cielo no se va en coche!...

Carlos Borromeo hizo parar la carroza. Y preguntó: ¿Por qué?

-Porque su ilustrísima va demasiado cómodo y es preciso sacrificarse…

San Carlos Borromeo sonrió con dulzura y dijo:

-Pues es lo que hago… Mira…
Se levantó del asiento. Y  Felipe Neri vió, asombrado, que del almohadón de seda, encaje y plumas salían unas púas de acero, que se clavaban en el buen Cardenal martirizándole







 






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