Querida María:
Madre, esposa, abuela, tía, amiga, mujer al fin y al cabo, en épocas difíciles.
Como cada madre, entregaste tu amor y tu tiempo sin esperar agradecimientos.
Siempre siendo abrigo de miedos y llantos.
Heredera de una larga estirpe de mujeres valientes sobrellevando la carga de la Historia, ejemplo para hijas y nietos.
Mujeres que no tuvisteis tiempo de llorar porque erais la base familiar, la que tiraba del carro de cada día.
Te conocí cuando yo era aún muy niña, eras la madre de una de mis amigas-hermanas.
Y entre mis recuerdos de aquellos momentos apareces en un patio lleno de flores o tejiendo lanas.
La vida va pasando, quizás demasiado deprisa.
Y un día, un dolor terrible nos atraviesa, cuando esa madre que siempre estaba a nuestra disposición, nos mira con los ojos vacíos, sin apenas reconocernos, sin voluntad.
Cuando ya no puede cuidar de sí misma y nos convertimos, a nuestro pesar, en su bastón y sus ojos.
Las madres nos enseñan todo, excepto a vivir sin ellas...
Aprendemos de su amor incondicional, el compartirlo todo y el abrazo protector.
Por eso, cuando se van, como tú, María, ahora, nos dejan sin ese paraguas que siempre nos cobijaba.
Yo se que tu hija siente que lo bueno que tiene en su persona te lo debe a tí, porque un día le permitiste volar sola, crecer y madurar.
Las madres, apenas sin hablar, son nuestro escudo.
Y desde hoy te va a extrañar todos los días de su vida, aunque te lleve en su corazón.
Marisa, hermana, las madres nunca se van del todo. Se quedan impregnadas en esa energía que te hará volver a sonreir, a gustar de la vida, a ser feliz, como ella querría.
Nunca nos dejan solas.
Gracias, María,.
Te despedimos dándote las gracias por estar en nuestras vidas, por haber existido.
Con eso nos basta.
https://www.youtube.com/watch?v=gdnVZE5I8Os
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HOMENAJE A LUIS.
La vida es un viaje y el sendero que recorremos es la experiencia y la riqueza espiritual que adquirimos mientras pedimos que el camino sea largo.
Y el tuyo, Luis, ha sido largo, muy largo.
Llegaste a este mundo cuando aún en Europa se repartían las grandes potencias el botín de la primera guerra mundial, conociste la segunda gran guerra y te marcó la guerra civil española en tu juventud, y la posguerra, tan dura y amarga.
Por todo ello, quizás no fuiste una persona fácil.
Pasaste por la vida de forma visceral, a veces enrabietado.
No fuiste perfecto, pero aprendimos muchas cosas de ti, de tu dignidad y tu honradez.
Le has echado un buen pulso a la Dama Blanca, le ha costado vencerte.
Para nosotros no resulta fácil aceptar la partida, por esperada que fuera, porque te queríamos, tanto en los momentos buenos como en los malos.
Al final, te has dejado llevar y no pudimos despedirte como nos hubiese gustado, ni cogerte la mano hasta el último aliento.
Las despedidas fueron sucesivas, a distancia, como todas en estos tiempos de pandemia.
Y hoy, aquí reunidos, queremos despedirte con un poema de otro Luis, el amigo Luis García Montero, con el que tendrías muchas ideas en común:
"Inmortalidad".
Nunca he tenido dioses
y tampoco sentí la despiadada
voluntad de los héroes.
Durante mucho tiempo estuvo libre
la silla de mi juez
y no esperé juicio
en el que rendir cuentas de mis días.
Decidido a vivir, busqué la sombra
capaz de recogerme en los veranos
y la hoguera dispuesta
a llevarse el invierno por delante.
Pasé noches de guardia y de silencio,
no tuve prisa,
dejé cruzar la rueda de los años.
Estaba convencido
de que existir no tiene trascendencia,
porque la luz es siempre fugitiva
sobre la oscuridad,
un resplandor en medio del vacío.
Y de pronto en el bosque se encendieron los árboles
de las miradas insistentes,
el mar tuvo labios de arena
igual que las palabras dichas en un rincón,
el viento abrió sus manos
y los hoteles sus habitaciones.
Parecía la tierra más desnuda,
porque la noche fue,
como el vacío,
un resplandor oscuro en medio de la luz.
Entonces comprendí que la inmortalidad
puede cobrarse por adelantado.
Una inmortalidad que no reside
en plazas con estatua,
en nubes religiosas
o en la plastificada vanidad literaria,
llena de halagos homicidas
y murmullos de cóctel.
Es otra mi razón. Que no me lea
quien no haya visto nunca conmoverse la tierra
en medio de un abrazo.
La copa de cristal
que pusiste al revés sobre la mesa,
guarda un tiempo de oro detenido.
Me basta con la vida para justificarme.
Y cuando me convoquen a declarar mis actos,
aunque sólo me escuche una silla vacía,
será firme mi voz.
No por lo que la muerte me prometa,
sino por todo aquello que no podrá quitarme".
Descansa en paz ya siempre, querido Luis.
Bellisimos recuerdos y palabras. Conmovedor el poema de L.G.Montero.
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