“Nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder político.”
(Hannah Arendt).
Dice su director, Ernesto Caballero, que se trata de activar las ideas fundamentales de esta autora, hacerse preguntas sobre nuestra responsabilidad individual, el compromiso con la verdad, el sentido de la política y la función del arte y de los artistas en nuestros días.
Por eso en la obra la corporalidad de los actores y actrices es tan importante como la acción y la palabra, creando "un espacio comunitario de reflexión y de escucha compartida, algo así como un gimnasio de convivencia cívica para los que conciben el teatro como un gran templo laico donde reencontrarnos en el sentido más amplio de la palabra".
De forma creativa, apenas con el movimiento de esas sillas, se nos presentan hechos de la vida de la filósofa más importante del siglo XX, desde la muerte de su padre y su abuelo o el incendio del Reichstag y las detenciones de esa noche, en febrero de 1933, que llevaron a muchos a los sótanos de la Gestapo o a campos de concentración y que supusieron una conmoción para ella; su amistad con Raquel o el amor por su profesor, Martin Heidegger de la Universidad de Marburgo, su intermitente amante... y muchos otros datos de su biografía que nos acercan a sus reflexiones de forma creativa y sensorial.
En el prólogo de esta obra, nos dice Karina Garantivá, la autora del texto: “Flotamos entre el desinterés de unas élites ignorantes, dejadas o perezosas y gente común y corriente que piensa que nada de esto tiene que ver con ellos. Entre el desánimo y la agonía que nos produce perseguir un sello, una autorización, un permiso, el político, lógicas muertas, el pequeño poder constante que se ejerce sobre el ciudadano. Una tortura amenizada por debates inútiles. Hannah Arendt dijo que hablar de los poetas era una tarea incómoda. Pero lo hizo”.
Nos llega en la obra su pensamiento sobre la sociedad de masas y los movimientos totalitarios que, decía, son organizaciones masivas de individuos atomizados y aislados. Y el fanatismo y la devoción a los líderes no son más que formas de intentar huir de ese sentimiento de soledad.
En la primavera de 1961, Hannah se traslada a Israel como corresponsal de Revista The New Yorker para seguir el proceso contra Eichmann*, y allí surgió la obra imprescindible en la historia del pensamiento: "La banalidad del mal".
Este concepto afirma que "personas capaces de cometer grandes males o atrocidades pueden ser gente aparente y perfectamente normal". Personas que no se consideran culpables individualmente de un mal colectivo, aunque hayan participado en él, porque solo obedecen y ejecutan los planes trazados por los "de arriba".Era el caso de Eichmann, llamado "el arquitecto del holocausto", nazi que favoreció y permitió el sufrimiento y la muerte atroz de millones de personas, pero que no se sentía culpable ni responsable de ese horror, porque él "hacía su trabajo".
A este respecto, Hannah escribe: "En ocasiones era como si Eichmann fuera un hombre inteligente, pero en este aspecto era un completo necio. Y lo escandaloso es esta necedad. A eso es a lo que me refería al hablar de banalidad: no hay nada profundo en ello, nada demoníaco. Se trata simplemente de negarse a imaginar lo que otra persona siente... Me refiero a esa incapacidad de ponerse en el lugar del otro, a esa especie de estupidez".
La prueba de la “verdad” totalitaria está, según Arendt, en los campos de exterminio, que demostraron aquello que “los hombres normales” no alcanzan jamás a concebir: que todo es posible.
En sus artículos para la revista norteamericana no consideraba a Eichmann como un "monstruo" y de ahí surgió la gran polémica que podemos resumir en 3 temas mencionables:
- El concepto de "la banalidad del mal". Eichmann no es un animal monstruoso, sino una persona "terriblemente y temiblemente normal". Alguien incapaz de pensar, dedicado a cumplir órdenes y que no se sometía a ningún cuestionamiento.
- La crítica a los líderes de algunas asociaciones judías que colaboraron en las deportaciones masivas para salvar su propia piel.
- Y las dudas que planteó acerca de la legalidad jurídica de Israel para juzgar a Eichmann.
En lugar de mostrar un apoyo incondicional a la comunidad judía, respondió con reflexión, investigación y debate.
Quizás Eichmann debía haber pensado menos en obedecer y más en la frase de Thoreau:
“Si consideras que una regla es inmoral, tu deber moral es desobedecerla”.
En el transcurso de la obra se nos presentan las ideas de forma apasionante, no es una historia vacía, recibimos un pellizco en la conciencia personal.
Nos invitan al analisis, a ver los diferentes puntos de vista, a olvidar las verdades oficiales, a no hacer juicios previos, a recuperar la mirada abierta, a no encerrarnos en nosotros mismos observando solo nuestro ombligo y a ser capaces de ponernos en el lugar del otro.
Karina Garantivá nos ayuda a comprender los problemas de la política que, como bien dice ella, atentan contra el desarrollo y la integridad de la humanidad.
Y lo hace desde el ayer hasta nuestro hoy, en un punto de coincidencia indiscutible.
No es posible crear una sociedad justa sin personas justas.
Y el horror puede cristalizar en formas nuevas.
¿Hay alguna diferencia entre un campo de concentración y un campo de refugiados?
Sí.
Volvemos a la oscuridad...
Atención, que "el segundo de salvarse solo es uno"...
Tiempos de oscuridad, tiempos de pandemia, tiempos de pensamientos únicos, tiempos de incertidumbres y miedos, tiempos de obediencia ciega...
Tiempos de Teatro Urgente.
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*UN HOMBRECILLO «PATÉTICO Y NORMAL»
Por David Solar
Adolf Eichmann (Solingen, Alemania, 1906-Ramala, Israel, 1962) fue un burócrata gravemente implicado por la maquinaria nazi en uno de los crímenes más nauseabundos de la Historia. La filósofa Hannah Arendt caló su insignificancia durante el proceso de Jerusalén en su «Estudio sobre la banalidad del mal». Peter Malkin, el agente del Mossad que coordinó su secuestro en Argentina, dijo lo mismo con otras palabras: «Era un hombrecillo suave y pequeño, algo patético y normal, no tenía la apariencia de haber matado a millones de los nuestros».
Afiliado al partido nazi (1932), ingresó en las SS, se formó en Múnich y en el campo de concentración de Dachau, de donde pasó al Departamento de Asuntos Judíos de las SS, que le encargó «cribar» a los judíos vieneses, mostrando tanta diligencia que se le encomendó lo mismo en Praga.
Heydrich se llevó al discreto y eficaz organizador a la reunión de Wansee (20-1-1942), encargada de coordinar el exterminio de los judíos que se hallaran en territorio dominado por el Tercer Reich o sus aliados. Eichmann actuó como secretario de la reunión y se mostró tan conocedor del asunto que se le encargó la deportación de los judíos de Hungría y Rumanía a los campos de exterminio. De una u otra forma, estuvo relacionado con la muerte de tres millones de judíos.
Tras la derrota huyó a América. Vivió a salto de mata recalando, finalmente, en Buenos Aires como probo padre de familia y honesto chupatintas. En 1960, cuando su anodina existencia parecía haber dejado atrás su terrible pasado, fue localizado por el Mossad, que lo trasladó a Israel, donde fue condenado a muerte y ahorcado.