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viernes, 9 de diciembre de 2011

CRISIS, CRISIS, CRISISSSSSSSS.....


                                           

                       " La crisis es un atentado contra la dignidad humana"
                                                                    Saramago (El País, 16/12/2008)

        Estamos acabando el 2011. Y siempre con la crisis a cuestas, pero con peores condiciones cada día. ¡Hace tanto tiempo ya que hablamos de lo mismo!  Lo que pasa es que parece que lo interiorizamos y hasta empezamos a creer que alguna culpa tenemos de la situación…  Por lo que recuerdo,  los míos,  con los que convivo, siempre han estado en crisis, no ha habido ninguna época de bonanza  para ellos, que  siempre han tenido un sitio en las colas del paro, en las de Cáritas, en la de las parroquias… una soga al cuello  de la que tiraba algún banco a través de una hipoteca, eso los que podían conseguirla, porque otros,  a quien el techo bajo el que cobijarse son las estrellas o el plomizo sol,  celebraban el coche abandonado que serviría de pensión en las noches de frío…
             Lo distinto es que ahora se han unido a esta tropa de menesterosos más gente que , hasta hace poco, gozaban de un estatus más considerado, la clase media que sujeta tantas veces los sistemas .  Hay más precariedad en los empleos, se ha despedido a gran cantidad de población activa, y cada vez hay más paro. Lo que hace que cunda un miedo que se filtra en el ánimo, ese miedo de no llegar a fin de mes, de no poder pagar el crédito, de no tener para la luz, el teléfono, a que se acabe el subsidio de desempleo… Los sueldos son más bajos y la consigna de apretarse el cinturón cada vez resonando más dentro de nuestros cerebros, como si fuésemos culpables de haber querido tener una casa, de haber consumido lo que nos anunciaban a todas horas, de querer ser como todos.
      Estamos cansados, muy cansados, en este mundo totalmente en crisis, con los jefes cada vez más jefes por nuestro miedo a que nos despidan;  cansados de buscar carteles en busca de empleo, y aceptando cualquier sueldo, a la baja, con tal de poder cobrar algo. Paralizados por la angustia, culpando al emigrante de lo que pasa, incapaces de analizar críticamente la sociedad y el sistema en el que vivimos inmersos. Cada vez más solos, individualizándonos, apretando los dientes, esperando que pase la marea, que vengan tiempos mejores…  sin darnos cuenta de que el trabajo está ahí, no desapareció, no es un bien escaso, al igual que el dinero. Que esto está mal repartido, mal organizado, mal gestionado, que hay quien sigue sacando provecho de las crisis, y que a éstos les  beneficia nuestra desunión, nuestra mirada sin ver,  al tiempo que pensamos: ¡mientras no me toque a mí…!
         Y establecemos nuevas castas, nos ponemos nuevas etiquetas: parados  de  aquí, autóctonos, con papeles, sin papeles, eventuales, autónomos, migrantes, sin recursos, en riesgo de exclusión, etc… ésas que nos han ido inculcando los que quieren controlar las poblaciones. Se crea el concepto de “gente peligrosa” para que recelemos de los otros;  el “no cabemos todos”, excluyendo así a los que no creemos merecedores de lo que tenemos nosotros.

              Así vamos tragando con las nuevas leyes de extranjería, con las redadas selectivas, la denegación de papeles a los inmigrantes, las reformas laborales, con los recortes en los derechos consagrados por luchas de años y penas de cárcel, y lágrimas; con la privatización de los servicios públicos que pone en manos del beneficio privado los asuntos que son propios de estados de derecho para dar cobertura y asistencia,  por igual,  a toda la población...

                Un Estado obligado a paliar las desigualdades, no a  solidarizar las pérdidas de los negocios privados para que los particulares sigan manteniendo sus beneficios, es el que se nos presenta ahora como garante de nuestra supervivencia.  Eso sí , pidíendonos que “miremos hacia otro lado”, que no nos preguntemos el por qué, que no dudemos de su buena fe, que aunque nosotros no vislumbremos horizontes, ya llegaremos a salir de la crisis. Porque si no lo hacemos así, la catástrofe es segura.
              Pero sí dudamos. No  creemos en la clase política, ni en los sindicatos, ni en las instituciones y estamos tan cansados que no queremos oir ya más de sus mágicas recetas para salir de la crisis, porque cada vez que nos aplican sus remedios  tenemos que hacer nuevas renuncias y nuevos sacrificios.
           Hace meses que ha salido el sol para quien tenga altura de miras… y hay que sacudirse la  pereza,  hay que ponerse manos a la obra de buscar horizontes. Debemos sacar fuerzas de donde sea para reclamar una forma de hacer política más ética, con mejores criterios de servicio, con políticos de vocación y no de buena ocasión, que nos dejen colaborar de lleno en la vida pública, en la construcción de una buena vida y del equilibrio social, mejorando los desajustes en base a una economía de servicio, no solamente de beneficios para un sector. Debemos salir de esa apatía en la que estamos sumidos y de la que cada vez es más difícil escapar.
           Hay caminos, pero para andarlos tenemos que generar vínculos y confianza en los de al lado, hacer posibles otras relaciones sociales, ya que el derecho  a una existencia digna es algo irrenunciable para cualquier persona, y solamente saldremos de esta crisis si apostamos por lo común.
            Hay mucha belleza en la reconquista de espacios comunes, en descubrir el potencial que tenemos  y que surge al  hacer algo con otros. Tendremos miedo, pero podremos superarlo si nos sentimos arropados.
                 Nos merecemos una vida mejor que la que nos han prometido en este sistema liberal basado en el consumismo que nos atrapa y nos hace sentirnos al final insatisfechos. Las necesidades vitales son distintas a las que nos venden todos los días, y cuando lo descubrimos, nos solo maduramos en razón y criterio, en sentido común, sino que nos hacemos mejores personas y un poco más felices.





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