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lunes, 13 de febrero de 2017

VIVIR EN LA CALLE SIENDO MUJER.


CUANDO HESTIA PIERDE EL FUEGO DEL HOGAR:

    En la calle gotea la vida presurosa, transeúntes que se desplazan en todas direcciones, lugar donde se calcina o se congela la indigencia.

      -“Yo no sé si es la soledad o es que no me encuentro nada bien. Tengo el sentimiento de que no valgo para nada, no soy nada…”

       Una mujer enciende la colilla del cigarro y se sienta en el banco intentando aspirar el humo… Vive en  la calle,  lugar en el que, según las estadísticas,  hay menos mujeres que hombres sin techo. 
       ¿Será porque ellas, en circunstancias adversas,  resisten más?
      Cuando la situación se degrada y los recursos personales y sociales se terminan, en un proceso que suele ser más o menos largo según las circunstancias,  ellos flaquean antes y  las mujeres agotan todos los  recursos imaginables para acceder a un techo. Por eso hay menos en la calle y cuando llegan, lo hacen en peor situación que los hombres, física y mentalmente”.

       Forman un colectivo muy heterogéneo, llegadas de diferentes situaciones familiares, laborales, sociales o de integración. Pueden ser  inmigrantes, víctimas de trata y de mafias.

          -“Me quedé en paro. Él se había ido y a mí me denunció el casero… Un día te denuncian, luego te juzgan, te avisan de plazos, te desahucian, y te ves en la calle, fuera de esa casa que limpiaste cada día, que adornabas y en la que cocinabas y te duchabas... Recuerdo mi casa, con fotos de los míos en cada rincón…”

         La carencia de vivienda generalmente va acompañada de otras: la afectiva, la económico-Laboral y social, además de la soledad, el abatimiento y la marginación. La casa, como espacio afectivo y relacional, determina nuestro desarrollo.  Así la vivienda digna, derecho reconocido por nuestra Constitución como uno de los fundamentales, y que los “sin techo” ven vulnerado continuamente, favorece el proceso de integración familiar en un marco de respeto, contribuye a crear un clima favorable para la educación en la etapa escolar, reduce los riesgos que afectan a la salud y facilita el acceso al mundo laboral.

      Por todo esto, imaginemos lo que significa para una mujer vivir despojada de esa  identidad que se le exige en nuestra sociedad: ser generadora de hogar.

     -“Entró en el cajero donde dormía. Me pateó para quitarme el dinero y el bric… Y luego, se me meó encima. No sabes lo que es sentirse sucia, sudada, oliendo mal. He llegado a colarme en hospitales para usar las duchas…”

       En la calle,  las mujeres se deterioran a un ritmo muy acelerado. Además, están expuestas a situaciones más incómodas, como la menstruación, por ejemplo. Por eso el espacio público las vulnera aún más. A ellas les resulta más difícil la vida porque a la exclusión se le suma la discriminación por género, sujetas  a desventajas en situaciones de violencia.   

     -“Yo me inicié pronto en el consumo de drogas, a los trece años… Cánnabis, opiáceos, alcohol, y después pastillas… Me acostumbré a las benzodiacepinas que me mandaban en los programas  de rehabilitación… Desde pequeña he pasado muchas temporadas en la calle. Ahora vivo en un coche que dejaron abandonado ahí cerca…”

      Ella me contaba a menudo su vida. la conocía desde pequeña.
      Supe que provenía de una familia con graves conflictos, que no se le había ofrecido una buena socialización primaria ni un marco familiar que le sirviera de modelo para gestionarlos  y que, a pesar de todo, buscaba  personas de referencia para mantener contacto. Mantenía que su madre la quiso mucho…

      No le gustaba hablar de su situación, solo a veces  abordábamos el tema por las agresiones que sufría, o me contaba de los cartones que compartía en el frío de la noche, alguna palabra sobre la  última violación o  cuáles eran sus estrategias de supervivencia.

      -“La calle es la patria de los excluidos… No sé donde lo he leído. Creo que en un poema. Sí, cuando estaba en la cárcel. Estuve presa y ahora me parece que llevo un código de barras en la frente y que todo el mundo lo ve, lo sabe, que se me nota…”

      La pobreza no es un fenómeno natural.  No es algo nuevo, siempre ha existido, pero cambia de significado con el tiempo.  Antes  se refería casi exclusivamente a la privación de recursos económicos, hoy se trata más bien de una exclusión social. Es un hecho producido por determinadas estructuras y mecanismos socio-económicos creados por el hombre. 

      La calle pasa factura y salir de esta espiral de exclusión es  complicado porque las situaciones que se generan van incluyendo elementos de marginalidad ya asentados, a su vez, en otros elementos de marginalidad y exclusión.  Y, porque, como dice mi amigo Pedro,  y no sin razón,  ese deterioro se debe a que ‘nunca se recibe la atención adecuada en el momento adecuado, es decir al principio del proceso.’ Que la mayoría de las instituciones lo único que se plantean es la “reducción de daños”.

      -“Me miran como si ya desde que iba a la guardería hubiera deseado ser una sin techo… No me gusta mendigar, y voy a un comedor social. Dormir, duermo en los cajeros de los modernos usureros… No creo en nadie, ni en mí misma. A veces quiero desaparecer de esta vida porque es más fuerte que yo el sufrimiento que tengo. No le encuentro valor a nada, me siento como una mierda… Soy una mierda. Sé en mis carnes lo que es la violencia de la vida, dicen que soy  bipolar y me someten a tratamientos muy duros…”

      No nos olvidemos de las más vulnerables, aquellas  a quienes el deterioro mental ha propiciado la anulación  de su identidad.

      Los sin techo son las sombras que producen las luces del capitalismo y que, a veces, se intenta hacer invisibles. Pero son mujeres y hombres como todos, y están ahí, aunque no queramos verles, aunque giremos la vista hacia otro lado.

   - "Nadie llega a la calle por voluntad propia. Nadie permanece en la calle por gusto"-  Me decía ella sonriendo…

      Y nosotros seguimos sin entender que la frontera que separa ese estatus de bienestar del estatus de la indigencia... es una simple raya invisible.
 

 

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            En la mitología gregia, Hestia  (en griego antiguo Ἑστία Hestía) es la diosa de la cocina, la arquitectura, el hogar y del fuego que da calor y vida a los hogares.
 
             Era la hija primogénita de los titanes Crono y Rea,  y la primera en ser devorada por su padre al nacer; por lo que fue la última expulsada del cuerpo de su padre cuando Zeus le entregó el vomitivo.
 
            Como diosa del hogar y la familia, Hestia apenas salía del Olimpo, excepto para atender el Oráculo de Delfos, y nunca se inmiscuía en las disputas de los dioses y los hombres, por lo que paradójicamente pocas veces aparece en los relatos mitológicos a pesar de ser una de las principales diosas de la religión griega y, posteriormente, romana.



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Este artículo me lo publicaron en la Revista Generando Arte, nº 4.





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