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viernes, 11 de agosto de 2017

YO SOY HARRAGA.


     "Un niño o niña está excluído con respecto a otros niños o niñas cuando se cree que corre el riesgo de no beneficiarse de un entorno que le proteja contra la violencia, los malos tratos y la explotación, o cuando no tenga posibilidades de acceder a servicios y bienes esenciales y esto amenace de alguna manera su capacidad para para participar plenamente algún día en su sociedad".     
                                                                                             (UNICEF, 2006)




     Estos días, la prensa nacional se hace eco de las amenazas del Consejero de bienestar social de la ciudad autónoma de Melilla, que quiere denunciar una campaña de Médicos del Mundo al enterarse, por un melillense de vacaciones, que en Gijón se exhibe un cartel de esta entidad donde aparece la foto de tres de las componentes de la Asociación Harraga.  

     Parece ser que le ha molestado que se sugiera que existe violencia en las calles de su ciudad contra los menores que él debería tutelar y proteger.

    No es la primera vez. El consejero se la tiene jurada a Harraga y a la asociación Prodein.

Pero hagamos historia.

“HARRAGA”, (del árabeحراقة, arrāga, arrāg,) es una palabra que hace referencia a la persona que quema fronteras en busca de una vida mejor... 

     Y es la palabra que en el norte de África se usa para designar a todas aquellas personas que “queman las fronteras," o sea, que intentan traspasarlas.

      Es como quemar las naves para no poder volver atrás, como en el mito que quiere dejar claro que la retirada es imposible.

Pero ¿qué sucede cuando los harragat son niños?

Foto: José Palazón.
     En octubre de 2014, un grupo de 4 mujeres jóvenes, a raíz de trabajar en un proyecto con los niños del Centro de Menores “Fuerte Purísima”,  en Melilla, como ellas mismas cuentan, observan la cruda realidad de los  menores  extranjeros y deciden comenzar una labor de acompañamiento con los niños que viven en la calle huyendo del sistema de protección y con la esperanza de colarse en un barco que los lleve a alcanzar su sueño: una vida mejor en Europa.

     Este proyecto socioeducativo se basaba desde el principio en el acompañamiento de los chiquillos con propuestas reflexivas que permitieran una intervención social cercana a sus necesidades, con la conciencia de que el sueño migratorio no es más que el deseo de ser como los demás, ser sujetos de su propio tiempo, y de que en aquella ciudad todos sus esfuerzos acababan de nuevo en la marginación.

       Se encuentran con que las necesidades básicas son el acompañamiento hospitalario o el tratamiento de las enfermedades que precisan la aplicación de una medicación (prescrita por el médico), tales como bacterias, hongos cutáneos, heridas infectadas, etc. Así como cubrir sus necesidades en relación con el sistema jurídico,  porque de todo esto no se ocupa la Administración que tiene por ley el encargo de hacerlo.


Foto: José Palazón.
     Los niños acogidos en el sistema de protección de menores, confinados o por voluntad propia, lo están en el lugar menos idóneo que pueda imaginarse. La prensa lo ha descrito como un fuerte militar de guerra, concretamente de la conocida como Guerra de Margallo, la de demarcación de límites de la ciudad de Melilla. Es un lugar frío y húmedo en invierno, y caluroso hasta el extremo en verano. Un lugar inhóspito. No resulta extraño que no quieran estar allí. 

     Además, no se gestionan sus papeles, sus permisos de residencia, y cuando se hace, el derecho a la identidad se utiliza de forma perversa.

     Se convierten en sus referentes, tanto Harraga como Prodein, porque antes carecían de ellos.

    Y a cambio, reciben toda la hostilidad posible de las fuerzas de seguridad (¡tan numerosas en Melilla!) jaleadas por los administradores públicos que, en lugar de reconocer su trabajo, comienzan un acoso constante y se les acusa de favorecer la inmigración ilegal, favorecer el desamparo, venta de pegamento y hachís, terrorismo… 

     Ante esta situación, con el apoyo y el asesoramiento de PRODEIN (Pro Derechos de la Infancia), comienzan  una labor de apoyo y de denuncia con el objetivo de visibilizar la vulneración de los derechos de los niños migrantes en la ciudad fronteriza de Melilla.

     En el año 2016 se organizan como Asociación Socioeducativa con un proyecto propio e independiente a la vez que  se suman  a PRODEIN para dar el doble de fuerza y de voz a los niños desprotegidos por el sistema.



    No cesaron las multas, las coacciones, las irrupciones en su casa, en fin, el hostigamiento.

    La administración pública no tuvo en cuenta sus iniciativas ni su alto grado de implicación en la ciudad. 

     El informe, riguroso y bien elaborado, como muchos hemos podido constatar, que en junio de 2016 publicaron sobre sus investigaciones, desató la ira del sr. Ventura y de la prensa que le aplaude.

     Pero yo también soy HARRAGA. Así me siento. 

    Por eso, si tuviera enfrente al Sr. Consejero de bienestar social al que nos estamos refiriendo, ¿qué le diría en este momento? 

     Ya sé que a él le daría igual, ¡se lo han dicho ya tantas personas y tantos organismos! Hasta el Defensor del Pueblo le ha llamado la atención.

     Aunque le pese, hay ya gran cantidad de informes, no solo el de Harraga, también de prestigiosas Universidades, donde queda en evidencia su labor.

      Pero, así, en principio le diría:

      Sr. Consejero:

      A mí me parece que usted carece de una ética sensible al sufrimiento, incluso al de  los más pequeños.

       Me dijeron que realizó usted estudios de psicología. La verdad, no se le nota nada.

      En esa carrera, como en la mía, Pedagogía, hay principios deontológicos básicos que orientan las acciones a un bien reconocido por la razón.

      Incluso, hay cosas básicas y ¡tan sencillas!

      Hay que escuchar al otro. En el cargo que usted ocupa, a los niños, porque el que no es capaz de ponerse a la escucha, no tiene potencial de formación ni de transformar la situación de estos pequeños abandonados a la suerte.

      Claro, esto tiene mucho que ver con la “hospitalidad  hacia el otro”, un concepto que a los de su partido no les gusta e incluso han criminalizado. Tiene que ver con querer “vivir humanamente”.

      Una Consejería de Bienestar Social, en cualquier comunidad, incluso en la suya, tiene que rescatar a las personas de la desigualdad, no perpetuarla.

      Pero esto es desde una perspectiva ética de la conciencia social… ¿Sabe qué significa?



   A los niños les desbordan los tratamientos de sus centros porque no son psicológicamente adecuados y porque pedagógicamente son censurables.

     Los niños que emigran no son todos “malos”. Sí lo son las condiciones sociales que favorecen que lleguen a delinquir, como es la miseria en que se les mantiene.

     Cuando estos niños llegan a las calles de Melilla  han recorrido un largo camino lleno de dificultades. Se han tenido que buscar la vida muchas veces, cierto, hasta jugársela.

Eso no es fácil. 

Desgasta, es antinatural, crea desconfianza. 



 Acarrea sufrimiento. 


     Y cuando hablamos de sufrimiento, nos referimos a todo tipo de sensaciones desagradables. El sufrimiento físico es el directamente basado en nuestro cuerpo, como el dolor o el hambre. El psíquico se basa en una interpretación del mundo o de las circunstancias y consiste, por ejemplo, en el miedo o la desesperación”.

     Estos niños que usted, algunos de sus educadores, sus guardias y sus policías miran como enemigos, son solamente niños, seres sensibles, con sueños, esperanzas, miedos, dolor, desarraigo y, sobre todo, soledad.

     Lo negativo  nace del sufrimiento.

    ¿Qué les podemos pedir si nada bueno se les ofrece?

    Pero es que, al margen de reflexiones filosóficas o morales, los pequeños migrantes conforman un grupo que es sujeto de derechos especiales y de protección, solo por ser menores de edad.

     Así es en Derecho. Incuestionable.

     Aunque se lo salten todos los días.

     Son merecedores de lo mismo que cualquiera de nuestros hijos.

     Y tienen que buscar su lugar en el mundo.

     Por eso es un error atacar a las asociaciones  que ponen en cuestión su labor en la Consejería.
 

      No son ellas quienes colocan a estos niños y jóvenes en un contexto de riesgo social sino los que no saben qué hacer con ellos. 

       Si es así, dimita, sr. Consejero, sea honrado.

      Por todo lo expuesto, su respuesta no debería ser la denuncia constante, sino la revisión de su propio sistema para cambiarlo por el reconocimiento de los derechos de esos niños, que son, le guste a usted o no, nuevos sujetos sociales de nuestra sociedad.
 
      Dedique sus esfuerzos a posibilitar verdaderas oportunidades para que puedan ejercitar esos derechos.

         Ya ha visto muchos ejemplos de cómo hacer bien las cosas:

      Harraga consiguió que disminuyera el consumo de drogas entre los niños que acompañaban. En lugar de denunciar, fíjese en cómo se pueden lograr cosas buenas.

       Ayude, como ellas hacían, a que no pierdan el lazo familiar, a resolver sus conflictos, a jugar como niños que son, a que disfruten de esa condición de infancia sin que tengan que sobrevivir en las calles huyendo de ustedes. 

     No proteja los malos tratos de su institución ni los de las fuerzas de seguridad del estado, ni permita que abusen de su autoridad.

     Sepa usted que muchas veces, el “bien propio” se está sustentando sobre el “mal ajeno”.

Y eso no nos hace dignos.

Podemos colaborar al naufragio o colaborar en el rescate.


Usted decide.


 

 
 




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