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martes, 9 de abril de 2019

LA CANCION DE LA PERLA NEGRA.



     En Brasil, Enrique y yo tenemos muy presente que el alimento del espíritu es tan importante o más que el del cuerpo.

     Por eso, cada atardecer o cada noche, procuramos música, arte, teatro y, por supuesto, samba.

     En el Teatro de la Casa de Francia, en Río,  se escenifica un musical sobre la vida de Josephine Baker y, al descubrirlo, a Martínez Reguera se le ilumina la cara.

     Me cuenta que en su infancia, allá en Galicia, se hablaba mucho de esta mujer en la radio. 

       Los que hemos nacido en la cultura de la televisión no sabemos la importancia que tenía entonces este medio, que acercaba a la España de la posguerra las músicas, las melodias y los acontecimientos del otro lado del mar.

       Sacamos entradas para "La canción de J. Baker, la Venus Negra".

     Dirigida por Octavio Muller,  con un texto inédito de Walter Daguerre, la actriz Aline Deluna nos ofrece un espectáculo que consigue mostrar el carisma y la esencia de un personaje tan complejo y,  aunque con alguna irregularidad, nos revela la historia de una mujer que vino al mundo orientada a la libertad, y cuyos hechos están vinculados a algunas de las principales luchas y conquistas de las mujeres negras.

 Víctima de una América racista, excluyente y represora, descubrió un nuevo mundo en el público francés, porque Francia le abrió las puertas, no solo a su arte, también a la integración social y al respeto por su capacidad artística.

"Yo fui lastimada por haber nacido negra... -decía.- No se me permitió ser la verdadera norteamericana que yo deseaba ser... En Estados Unidos me reprimieron. Muchos de nosotros debimos emigrar no por decisión propia, sino porque no pudimos tolerar el racismo del que fuimos víctimas".

    Apoyó económicamente el movimiento por los derechos civiles en EE.UU y participó en 1963 en la marcha en Washington por el trabajo y la libertad que organizó M. Luther King.

    Sus oponentes decían que "bailaba como un mono", pero tuvo grandes admiradores como Picasso, que  la consideraban la "gran Nefertiti negra del jazz". 

     Otros grandes amigos fueron Jean Cocteau, Hemimgway, Paul Morand, Eric Maria Remarque, etc... Y también  Rita Hayworth, Anna Magnani, Sofía Loren, Brigitte Bardot o Grace Kelly.

Por su personalidad, talento, simplicidad, absoluta libertad para la expresión corporal y espiritual, era algo más que un alma libre.

  En este teatro, tres músicos en  escena, con Aline, hacen que esta pieza funcione como tributo a las múltiples habilidades artísticas y al espíritu intrépido de Baker. 
Y lo que vemos es el encuentro 
entre dos mujeres de tiempos diferentes.
   Nacida en Misuri en 1906, en una familia muy pobre, su infancia la pasó alternando la escuela con el trabajo doméstico  en casa de la gente rica para quien trabajaba también su madre. Tenía 8 años cuando empezó a trabajar y a los 13 dejó definitivamente la escuela.

Sufrió abuso sexual, se casó siendo muy niña y cuando vagabundeaba por las calles, soñaba en convertirse algún día en bailarina. 

Fue testigo en parte de la matanza de San Luis de 1917, en la que 39 afroamericanos fueron asesinados y miles huyeron cruzando el puente sobre el Misisipi. En el lado que se había librado de la parte dura de los conflictos, estaba esta niña contemplando las riadas de personas huyendo despavoridas. Esto le marcó para siempre.

Sorprendentemente, se pudo sobreponer a unas condiciones de vida muy difíciles, fue la primera bailarina negra que logró el éxito internacional en el París de los años 20 con sus canciones y sus sensuales bailes, consagrada en el Folies Bergère,  el cabaret más importante de la época.

Pero también alcanzó relevancia en el activismo político y fue una destacada luchadora contra el nazismo, apoyando a la Resistencia francesa.

Durante la guerra cumplió misiones importantes y cuentan que utilizaba sus partituras musicales para ocultar los mensajes.

Por sus actividades le concedieron la medalla de la resistencia, después de la guerra,
y años más tarde, la Legión de Honor, de manos del general De Gaulle.


Su vida sentimental fue ajetreada. Se divorciaba y se volvía a casar, pero le practicaron una histerectomía tras dar a luz un niño muerto, y no pudo tener hijos.

Entonces, adoptó 12 niños de diversas nacionalidades (la tribu del arco iris)
para simbolizar la armonía entre los humanos.

Uno de sus hijos hablaba así de ella:


"Mi madre era una gran idealista, una utópica. Creía en el ideal de la fraternidad universal, y quiso demostrarlo con nuestra familia. Nuestra infancia fue feliz, pero también especial, porque éramos una familia diferente, claro. En la escuela nos miraban como a extraños.

La diversión estaba asegurada al ser tantos hermanos, pero también sufriamos porque nuestro padre se fue cuando éramos muy niños y nuestra madre estaba fuera la mitad del tiempo por trabajo, aunque a veces viajábamos con ella".

Él recuerda que con su madre y hermanos conoció a Kennedy, Tito, el rey de Marruecos, al Papa y a Castro, "que nos dejó tirarle de la barba y nos regaló a cada uno un traje de guerrillero cubano de nuestra talla".

 Josephine fundó el primer club sin segregación en los EE.UU, donde blancos y negros compartín el local por igual, lo que era inaudito en ese momento. 



Siempre se negó a trabajar en clubes con segregación. 

Sus dificultades económicas en determinados momentos, tras haberse arruinado y para mantener a toda su "tribu del arco iris",  se vieron socorridas a menudo por sus grandes amigas, como Grace de Mónaco o Brigitte Bardot. La primera incluso le cedió una mansión para que viviera con sus hijos hasta el final de sus días.
 

Falleció en París, el 12 de abril de 1975, a causa de un derrame cerebral.

Tuvo un funeral de estado, recibió honores militares y está enterrada en el cementerio de Mónaco.














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