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lunes, 28 de septiembre de 2020

BANDERAS EN VEZ DE SALUD.

Muéstrame una bandera
         que no haya encarcelado a nadie.
         Que n
o haya matado hombres,                         

          que no haya hecho mentir a las leyes,
          que no haya hecho llorar a un niño.
                            Muéstrame esa bandera
                                Y la llamaré mi bandera.”

                                      (Cancionero de IWW)



          
                                                  

          

Siempre estuve en contra de las fronteras, y las banderas me parece que son el símbolo del autoritarismo en ellas.


      Una identificación que excluye, que da derecho de pro
piedad para comerciar o atacar, para “defenderse” del “otro".
 

       En nuestro país, estamos de nuevo en esa guerra de banderas, dedicando dinero público a comprar telas que nos separan y que  forman nuevos muros.
      Efectivamente, nos separan, no no dejan vernos, nos hacen sentirnos por encima de los que  enarbolan otra tela de distinto color... y todo eso acarrea sufrimiento.


      El "sentimiento patriótico" solo sirve para odiar a gente que ni siquiera conoces, solo por haber nacido más allá o más acá, en otro trozo de tierra.


         La patria es un truco de los que intentan convencernos de asumir valores que nos alejan de nosotros mismos, pero que al tiempo utilizan para acumular beneficios
en bolsillos propios a costa de ese patriotismo.


       Y los que nos hablan de la "madre patria", ésa que tantas veces se comporta como la peor de las madrastras, lo hacen con intereses partidistas y de enriquecimiento personal, no comunitario.


        El efecto de las banderas aplasta las diferencias, los matices.


       Cualquier consideración desaparece ante la fuerza de una banda de (supuestos) iguales.


       La patria es un invento, que decía Martín Hache.


       Para mí, la patria es la otra persona, el sagrado territorio de la infancia, incluso un paisaje...


       Y defender la patria, es defender la calidad de vida de los ciudadanos, su educación, su salud, su derecho a techo y trabajo, el cumplimiento del  Derecho Internacional, la hospitalidad con quien la necesita,  los científicos que se baten por la mejora de nuestro mundo, los profesores que tienen vocación, los hombre
y mujeres de cualquier profesión o estilo de vida que aportan su grano de arena en la solidaridad entre los pueblos.


      Estoy cansada de este país de necrófilos y necropolíticos.

 

 Mis muertos del Covid ni siquiera hubieran querido que los utilizasen así en este parque junto a la M-30 de Madrid.


Foto de Dani Duch.

 

 

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