En el artículo 1 de la Ley Penitenciaria, y en concordancia con la Constitución española, se dice que “el fin primordial de las instituciones penitenciarias es la reeducación y la reinserción social” de los sentenciados a penas y medidas de privación de libertad.
El régimen penitenciario es el medio y el tratamiento es el fin, siendo este tratamiento el conjunto de actividades dirigidas a esa reeducación y reinserción social que pretende “hacer del interno una persona con la intención y la capacidad de vivir respetando la ley penal”, desarrollándose así el respeto a sí mismo, la responsabilidad individual y social con respecto a la sociedad en general.
En el caso de Kiala, puede comprobarse que el ingreso en prisión YA no sería necesario al haberse conseguido de antemano tales premisas.
Muchos ya conoceréis la historia de Kiala, que llegó a
España en 1984 procedente de la República Democrática del Congo, con 22 años de
edad. Su padre se había significado en la oposición a Joseph-Desiré Mobutu, y
ante la repetida violación de los derechos humanos no le quedó más salida que
huir de su país.
Roma, Madrid y las vicisitudes que conocemos en tantos
casos, intentando conseguir el estado de refugiado político. Quería estudiar
Literatura, pero ese sueño aún lo tiene
pendiente. Trabajo como temporero en Murcia y en Almería, también en la
recogida de la aceituna. Pasaba el tiempo y tuvo pareja y fue padre.
Pero bajó a los infiernos. Se encontró en situación muy
precaria, se drogaba, tenía hambre, vivía en la calle… Ha declarado en
numerosas ocasiones que por la droga lo perdió todo: familia, salud, amigos… Hasta que tocó fondo, se planteó cambiar su
estado y buscó ayuda.
Su periplo, contado por él mismo y publicado en diversos
medios, podéis verlo en los siguientes enlaces, entre otros:
http://www.publico.es/sociedad/kiala-manta.html
Una navidad robó productos de perfumería por valor de unos
150 euros, en una gran superficie comercial, lo que le hizo soportar una paliza
brutal por parte de los vigilantes de seguridad, le llevó a un juicio donde él
considera que no dejaron a su abogado defenderle bien, donde solo se tuvo en
cuenta el testimonio del vigilante de seguridad y, tras seis años de aquello, le
espera una condena de 6 meses de prisión y una multa de 4.500 euros.
La paliza recibida con todos los ingredientes de racismo por parte de los vigilantes jurados del C.I., el trato vejatorio y las circunstancias en que se produzco el suceso, son asuntos pendientes que no se tienen en cuenta. Kiala es negro...
Actualmente forma parte de colectivos sociales, de una
cooperativa de economía social, hace teatro (ayer veíamos en este blog la obra que
representan), participa en las asambleas
de MigraPies, donde ayuda a personas migrantes tratando de
regularizar su situación o su exclusión y luchando por la promoción social y humana y el reconocimiento de los derechos civiles.
Kiala descubrió que la vida social es vida colectiva y solidaria.
Hace tiempo que
cuenta con el apoyo de todos sus compañeros, del barrio y de muchos colectivos
que luchan por su libertad, en campaña continúa por cambiar un destino que no
le aboque al fracaso.
Sabemos que la pena es la consecuencia directa del delito, y
en este binomio delito-pena, ésta debe ser proporcional, el juez debe
considerar las circunstancias y seguir en el camino de que el Derecho penal
contemporáneo se defina por el respeto
cada vez mayor a la libertad individual, al reconocimiento de la dignidad
humana.
Está demostrado que el encierro riguroso opera como estímulo
para una mayor inadaptación social, superior incluso a la que se tenía antes de
empezar a cumplir la pena. Y en casos como el de Kiala, cuando se encuentra rehabilitado
de adicciones, con motivaciones sociales que le hacen colaborar en el bien
común, con trabajo cooperativo y con apoyos significativos, la reclusión para
cumplir una pena de cárcel solo conseguiría interrumpir un proceso de
crecimiento personal y rompería el profundo arraigo social que ahora tiene.
Esto actuaría como una venganza de la sociedad olvidando el fin de cada pena.
Existen medidas sustitutivas que pueden aplicarse, la ley lo
permite y deja a la creatividad de los jueces la aplicación de las mismas.
Aprovecho desde aquí para exigir un sistema penitenciario
más flexible, más humano, ya que se concibe en nuestro mundo como “un mal
necesario”, (ojalá puedan desaparecer las prisiones), NO OLVIDEMOS que en la génesis del
fenómeno de la delincuencia, las estructuras sociales y los regímenes políticos
son factores condicionantes. La "carne de cañón" sigue alimentando las ansias del poder a costa de los débiles.
25 organizaciones sociales, entre las que se cuenta el Samur Social, Cruz Roja o la Parroquia de San Carlos Borromeo, han firmado también para pedir su no ingreso en prisión.
Aprendamos de lo que nos ha enseñado Kiala, de su resistencia, de su valentía para salir de la calle y de sus adiciones, de su apertura hacia nosotros, de su entrega...
Y acompañémosle en este sueño por su libertad, sigamos reclamándola y consigamos que no entre en la cárcel.
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Foto 1: Alvaro Minguito.Foto 2: Nicolás Camberro.
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