Las
imágenes que nos llegan estos días y otras que vemos ya hace tanto tiempo de
personas en permanente sufrimiento, hieren la sensibilidad.
Ese camión
abandonado en Austria donde 71 personas viajaban tras recorrer medio mundo en
busca de refugio y asilo al que sin duda tenían derecho colocadas como en un
juego de “tetris” macabro, hasta que encontraron un final que estremece
recordar, hiere nuestra sensibilidad.
Las
niñas y niños que caminan interminablemente
para llegar ante las alambradas y las distintas formas de muros de la “vergüenza”
que tratan de cerrarles la puerta a la esperanza y al futuro, hieren la sensibilidad.
Los
pequeños flotando en las aguas del mar, o muertos en las playas, nos hieren
indudablemente la sensibilidad.
Pero… ¿qué
es la sensibilidad? Según las definiciones, es “la facultad de sentir, propia de los seres animados. Y la propensión natural
del hombre a dejarse llevar de los afectos de compasión, humanidad y ternura.
Por eso,
es normal que nos impacten las imágenes que los medios nos acercan, al mismo
tiempo que exigimos a los reporteros que nos muestren la realidad de lo que
ocurre.
Queramos
o no, todas esas imágenes nos interpelan, porque, querámoslo o no, todos somos
parte del conflicto y parte de las consecuencias.
Entonces,
lo que sentimos ¿es sensibilidad o sensiblería? Es decir, ¿sentimos la pena y
el dolor o tenemos un sentimentalismo exagerado y “trivial”?
Cuando
hablamos de las víctimas… ¿sabemos que etimológicamente nos estamos
refiriendo a la persona destinada al
sacrificio o que padece daño por causa ajena?
Desde mi
retiro, he observado una manifiesta preferencia por no ver, no oir, no sentir
todo ese daño que somos capaces de crear a nuestro alrededor. Queremos evitar
la angustia que nos puede suscitar la violencia, la tortura psicológica, la
constante vulneración de los derechos humanos, porque nos duelen las entrañas
al ver a ese pequeño sin vida, o el puzzle que lleva a otros a la muerte ya sea
en una embarcación o en un camión, para el lucro de muchos europeos.
Sinceramente creo que mientras no seamos capaces de mirar a los ojos de
las persona, reconociendo su dolor y aceptando la culpabilidad que tenemos en
todo este genocidio y horror, mientras no militemos seriamente por evitarlo y
porque se respeten sus derechos, nos estamos escandalizando de un modo muy cómodo
y el taparnos los ojos ante las imágenes es pura frivolidad.
Tal vez sea por eso que no queremos verlas, que nos
ponemos la venda, ya que, de mirarlas de frente, nos comprometerían a dar un
paso adelante.
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