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jueves, 15 de octubre de 2015

DEJEMOS A LAS VÍRGENES EN PAZ


     No hay duda de que España sigue siendo la reserva espiritual de Europa, y ha de ser por ello que los que nos gobiernan siguen dedicándose a hacer “ofrendas a los dioses” para que les sean favorables, como en la más oscura noche de los tiempos.

     Cruces de oro y plata condecoran a santísimas vírgenes (polémicas han sido muchas de estas acciones en los últimos años) y se les conceden altísimas distinciones, a instancias del ínclito ministro del Interior y con la conformidad del titular de Defensa.

    A tal punto se encomiendan nuestros dirigentes a los santos y a los ángeles  para solucionar todo tipo de los problemas que afectan sus carteras ministeriales o de servicio público, que el diputado de Amaiur, Jon Iñarritu, ha pedido que el gobierno dé cuenta de la labor de intervención de estas divinidades en la actual situación de nuestro Estado, con las siguientes preguntas:

  1. ¿Cómo considera el Ministro del Interior que intercede Santa Teresa de Jesús por España?
  2. ¿Cuál es el papel de la Virgen del Rocío en la salida de la crisis?
  3. ¿Ha notado mejoras el Ministerio del Interior tras la condecoración de la Virgen del Pilar? ¿Cuáles?
  4. ¿Estima el Gobierno que hay más intercesiones divinas y sobrenaturales en la situación actual del Estado? ¿De quienes?
  5. ¿Considera el Gobierno que respeta la aconfesionalidad del Estado? ¿Tiene intención de promover que España se convierta en un Estado confesional?

Adecuadas cuestiones, sin duda, para que todos sepamos a qué atenernos.

        Hace poco descubrí que la Virgen del Pilar luce cada 10 de febrero un manto de la división azul con 4 cruces de hierro nazis, donadas por divisionarios en 1961. Este manto incluye bordados con simbología fascista como el yugo y las flechas, vulnerando la Ley de Memoria Histórica.

         Parece que nuestro país está cómodo entre los mitos y las leyendas, más cercano a las concepciones medievales que a las de la razón, olvidándose del carácter laico de nuestro Estado, aconfesional por su propia Constitución, dinamitada continuamente en éste y otros muchos aspectos.

            El poder necesita de la tradición para legitimar muchas de sus acciones. Así, de paso, nos inundan de temores, supersticiones y esperanzas en lo sobrenatural, repletos de delirantes leyendas,  que sirven muy bien a sus propósitos. Y nosotros, agachamos la cabeza ante los “ídolos”, permanecemos de rodillas, siempre arrodillados, llenando nuestras carencias con el sistema de valores que garantiza tranquilidad al sistema político-económico que interese.

            Europa Laica y el Movimiento hacia un Estado laico (MHUEL) presentaron demandas contra la orden que concedía la medalla del mérito policial a una virgen. “No entendemos la concesión del título a un objeto inanimado”, alegaron. E incluso los propios sindicatos policiales añadieron sus críticas a la concesión de estas medallas. José María Benito, portavoz  del SUP, considera “una burla” la condecoración a Ntra. Sra. Santísima del Amor, “al estar reservada a  aquellos compañeros que mueren en atentado terrorista”.

         Esta apoteosis religiosa, por más surrealista que nos parezca, no es un hecho aislado. En España, después de la invasión napoleónica, la Virgen de la Fuensanta fue promovida al Generalato y muchas otras han alcanzado el grado de capitán general con el que lucen fajín y bastón de mando.

       La primera capitanía general le correspondió a Nuestra Sra. de Butarque, imagen venerada en una ermita de Leganés (Madrid). La web del obispado de dicha diócesis afirma que “Don Juan de Austria, hijo natural de Carlos I, era devoto de esta virgen” y que en 1571, “comandando la Liga Santa contra el turco, llevaba una réplica en su nave y tras la victoria de Lepanto pidió a su hermano Felipe II que obtuviera del Papa un título castrense para esta imagen, siendo otorgado el de capitán general, título que se concedía por primera vez en España”.

            Así que, además de ser nombradas alcaldesas perpetuas en numerosas localidades, las hay que ostentan el máximo rango en la jerarquía militar, capitán general, con sus correspondientes honores militares. Franco, caudillo, también solía recompensar la “ayuda celestial” concediendo honores militares, y ya, de paso,  se significaba así “la conservación de las esencias de las tradicionales virtudes de la mujer cristiana.”

            No olvidemos que estos nombramientos van acompañados de complementos o sobres. Algunas imágenes percibían los correspondientes sueldos, como sucedía en Melilla, donde se les asignaba el mismo número de raciones que el  gobernador y que aparecen en los Presupuestos Generales del Estado.

         Antropológicamente, podríamos explicarlo como la búsqueda de protección tras concederles el poder de vencer en las batallas y solucionar todos los problemas, cual amuleto impregnado de magia. Desde las más antiguas representaciones icónicas, estas vírgenes,  aunque procedieran de representaciones de la diosa egipcia Isis y de su hijo Horus, fueron utilizadas por la Iglesia como medio adoctrinador, con rituales que favorecían la trasmisión de la ideología, cada vez que se les atribuía a estas tallas la intervención a favor de las huestes cristianas.

         Me cuesta mucho encontrar a la mujer que nos presenta el Evangelio como madre de Jesús, entre tanta virgen guerrera. Esta madre universal, madre de toda  la humanidad, ¿podría elegir a unos hijos sobre otros, sentirse orgullosa de que unos golpeen, masacren y maten a los otros? ¿Por qué esta madre de Cristo iba a estar más de parte del sr. Ministro Fernández Díaz que de los que intentan sobrevivir y llegan a nuestras fronteras? ¿Cómo encontrarla de parte de los militares y olvidada de todos aquellos a los que defendía su hijo, los últimos, los desposeídos de honores? 
 
       Nuestro actual ministro ya citado, en una entrevista a “La Gaceta” manifestó que “la política era  una magnífica oportunidad para el apostolado”… Y  en otra ocasión, que “España será cristiana o no será”. Parece que al apocalíptico  y angustiado Sr. Fernández Díaz no ha resuelto el conflicto entre su fe y la razón que debe imperar en un servidor público de todos los ciudadanos. Podría ser que ese “apostolado” fuese causa de escándalo ya que es evidente que sus valores se quedan en el rito, en la liturgia, mientras demuestran un significativo desprecio por las vidas humanas en su jurisdicción. Por cierto, bien que recordó que España es aconfesional cuando una vez la Iglesia expresó su rechazo a las devoluciones “en caliente” de Ceuta y Melilla, alegando que había separación de poderes.
Foto: Reuters.
          Como es sabido, es miembro del Opus Dei y pertenece a la Sagrada Orden Militar Constantiniana de San Jorge, un movimiento de caballería medieval que busca la glorificación de la Cruz y la defensa de la Santa Madre Iglesia. De ahí debe surgir tanto fervor en todas sus actuaciones en la frontera sur, donde parece sentirse como en las Cruzadas reconquistando tierra santa, y ser el brazo derecho de ese dios al que considera “gran legislador del universo”.
        Por cierto, sobre San Jorge existen tantas dudas sobre si existió en realidad o pertenece solo a leyenda, que en el Concilio Vaticano II (1962-1965) se le excluyó del santoral católico, pese a que se siga celebrando. Hasta ahí llega tanto delirio medieval.
       Volviendo a mi reflexión, la espiritualidad se refiere a la parte más profunda del ser humano, a su conducta, valores e ideales que le llevan a lo transcendental; la religiosidad, en cambio, es la expresión por medio de ritos y liturgias religiosas, de una relación particular con dios, a través de un conjunto de reglas dogmáticas, a menudo poco cuestionadas. Por tanto, al ser una dimensión subjetiva y personal, nadie debe utilizar su posición para imponer sus creencias. Hacer “apostolado”, sr. ministro, no significa más que “dar ejemplo”, no organizar una guerra de religiones ni someternos a todos bajo el gran sueño de su fe.
      Y para terminar, os confesaré que, puestos  a ofrecer honores, yo, por ejemplo, se los daría a Santa Brígida, que vivió en el siglo XV y que podía convertir el agua sucia en cerveza…
                      ¡Menudo superpoder el de esta irlandesa!
 

 
 




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