Hoy, Soule Sakho,
mi querido hijo, ha firmado ante el juez
y ha declarado su lealtad a nuestro país porque le ha sido concedida la
nacionalidad española…
Vino de Côte d’Ivoire, (Costa de Marfil) un país ubicado en el África occidental. Allí comenzó su viaje hasta
llegar a Madrid, un largo y doloroso tránsito, como el de tantos y tantas otras
personas, en el que se convierten en
tierra y polvo en busca de lugares sin
fronteras, transcendiendo todas las generaciones desde la época colonial hasta
nuestros días.
Soule también
buscó abrazos solidarios y, ya entre nosotros, fue pájaro de la palabra y
escribió sobre él y sobre la realidad de los niños solos que luchan por
sobrevivir en el continente africano.
En "No le
pongáis alambradas al viento" nos cuenta que "cuando hay guerra, arde
el fuego, el fuego crea cenizas, y las cenizas se expanden con el viento",
y así se define él, como una ceniza arrastrada por el viento, que ninguna
alambrada puede detener.
A menudo,
ante la maravillosa sencillez que le caracteriza, me encuentro con su corazón tan honesto y grande, tan lleno de
ternura, que me admira pensar que, a pesar de todo, tenga tanta capacidad de amar.
Quizás por eso, a mí me parece que toda África es en sí
misma un espacio susceptible de poesía. Lo es su gente, su música, la manera en
que las personas tienden a vivir siendo fieles a sí mismos y a sus antepasados.
Y quizás también por eso, a pesar de
tanta calamidad, de tanto dolor, sus almas están impregnadas de alegría y
espiritualidad, algo que los occidentales pocas veces somos capaces de entender.
Como regalo para
Soule, hoy, quiero recoger aquí un poema de un paisano suyo, de Dadie Bernard, novelista nacido en
1916 en Costa de Marfil, que fue perseguido y encarcelado por sus artículos
anticolonialistas y que no renunció jamás a su compromiso con su propia cultura. Dicen los expertos que su pluma está impregnada de tradición y que refleja a la vez una negación y una afirmación, la afirmación de la identidad africana y la negación de una asimilación pacífica de la cultura occidental, de la que denuncia su complejo de superioridad.
Me gusta especialmente este poema, "Te agradezco Señor
", porque está lleno de orgullo, no hay queja o reclamo, es la
celebración del cuerpo y la vida:
"Te agradezco, Señor, que me hayas creado Negro,
que hayas hecho de mí
la suma de todos los dolores,
y puesto sobre mi cabeza, el Mundo.
Visto la librea del Centauro
y llevo el Mundo desde la primera aurora.
El blanco es un color de circunstancias,
el negro, el color de todos los días,
y llevo el Mundo desde el primer crepúsculo.
Estoy contento
con la forma de mi cabeza
hecha para llevar el Mundo,
Satisfecho
de la forma de mi nariz
que debe aspirar todo el viento del Mundo,
Feliz
Con la forma de mis piernas
proveas a correr todas las etapas del Mundo.
Te agradezco, Señor, que me hayas creado Negro,
que hayas hecho de mí, la suma de todos los dolores.
Treinta y seis espadas han traspasado mi corazón.
Treinta y seis braseros han quemado mi cuerpo.
Y mi sangre sobre todos los calvarios ha enrojecido la
nieve.
Y mi sangre en todos los nacientes ha enrojecido el
horizonte.
Pero lo mismo estoy
contento con llevar el Mundo,
contento con mis brazos cortos,
con mis brazos largos
con el espesor de mis labios.
Te agradezco, Señor, que me hayas creado Negro,
blanco es un color de circunstancias,
el negro, el color de
todos los días,
y yo llevo el Mundo desde el alba de los tiempos.
Y mi risa sobre el Mundo, en la noche, crea el Día.
Te agradezco, Señor, que me hayas creado Negro".
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