Vistas de página en total

martes, 23 de enero de 2018

MADAME CARCAS. (Astucias de mujer)


      Entre la historia y la leyenda encontramos a una dama que, gracias a su astucia, consiguió liberar su ciudad.

      Os quiero mostrar cómo una mujer sola pudo vencer a un ejército tan numeroso y fuerte como el de Carlomagno, allá por el siglo VIII.

        Ella era andalusí, por tanto, debió ser española… Y la he encontrado al llegar a la puerta de la ciudad amurallada de Carcassonne, donde el rostro de una extraña mujer nos da la bienvenida.
        Cuentan las crónicas que dicho lugar ha sido testigo de múltiples acontecimientos a lo largo de la historia y ha pasado por épocas de esplendor y de olvido, desde que en el siglo I A.C. los romanos fortificaran la cima de la colina para convertirla en Iulia Carcaso.
 
      Fue morada de visigodos y musulmanes, testigo de disputas entre francos y aragoneses, ciudad refugio de los cátaros y protagonista de las cruzadas contra ellos, llamados también albiguenses , tras pronunciarse en Beziers aquella famosa frase:
           ¡Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos!
que se atribuye  a Arnaldo Amalrico, legado papal e inquisidor. 
       Volviendo a nuestra señora anfitriona, recordemos que los árabes llegaron a estas tierras en el 725 después de la ocupación de la Península Ibérica y permanecieron hasta el 752, en que fueron expulsados por un ejército franco.
       Occitania, como Iberia, también tuvo una época de esplendor musulmán.

          Siguiendo con la leyenda, dicen que el emperador Carlomagno, en su expansión por Europa, asediaba Carcasona, gobernada por el rey musulmán Ballak.

          En uno de los ataques, el rey sarraceno murió y fue su esposa, la Dama Carcas, quien le sucedió al frente del gobierno de la ciudad medieval.

        Como no podía tomarla al asalto, Carlomagno decidió sitiarles. Cinco años duraba ya el sitio, cortando los abastecimientos y propiciando la hambruna, lo que ocasionó que fuese muriendo la población.  

        Sí, el hambre va venciendo a los defensores, mientras la Dama vigila desde lo alto de las murallas. Para hacer creer que aún son numerosos, coloca muñecos de paja vestidos de soldado y lanza flechas de ballesta contra el enemigo.  
 
       Organiza a las mujeres, arma grupos de arqueras, reparte víveres y con muchas otras tretas, causa bajas al enemigo.


     
       Pero el paso de los meses hizo que llegara la desesperación. El hambre se sentía en cada casa y daba tristeza ver a los niños llorando por la falta de pan y el agua, y a los padres buscando incansables, mientras esquivaban como podían las flechas encendidas que lanzaban los atacantes.



       Por su parte, los invasores también tenían sus  propios problemas.
 
      Varias catapultas estaban averiadas y no podían atravesar las gruesas murallas. Sus soldados también estaban hambrientos y fatigados. La resistencia demostrada por los sitiados comenzaba a desmoralizarles.
     
       La Dama Carcas seguía vigilante.
 
      Mandó traer ante ella los alimentos de que disponían. En la ciudad, solo quedaba un cerdo y una medida de trigo para alimentar a toda la población.
 
       La mujer, pensativa, llegó a la conclusión de que no quedaba más que recurrir a la guerra psicológica.
 
        Mandó entonces cebar al cerdo con todo el trigo del saco que quedaba y, cuando el animal lo hubo comido todo, fue lanzado por encima de la muralla hacia las tropas enemigas.
 
       Con la fuerza del lanzamiento, al alcanzar el suelo , el animal reventó y de su panza desgarrada brotaron esparciéndose los granos de trigo. El mensaje le llegó a Carlomagno: aquel pueblo aún tenía tanto grano para comer que hasta cebaban a sus puercos.
 
       Pensando que seguir sitiando la ciudad sería inútil, decidió la retirada de su ejército.
 
       Así fue como, agotados y a punto de morir de hambre, la Dama Carcas y sus gentes derrotaron al emperador.
 
      Pero antes de que desapareciesen en la lejanía, aquella mujer quiso afianzar su triunfo y ordenó hacer sonar trompetas, cuernos y olifantes, así como todas las campanas de la ciudad.
 
       Entonces, uno de los hombres de Carlomagno exclamó:
  
        ¡Mi señor, Carcas suena! (Carcas sonne)
 
       Y se dice que de ahí surgió el nombre actual de la ciudad.
     
 
                                                         
                                                                  
   

 
 
 
 
 
 




















No hay comentarios:

Publicar un comentario