El Estado acepta hoy de forma pasiva un terrorismo, al que
voy a llamar terrorismo difuso, que
consiste en sembrar miedo, con tal frecuencia e intensidad, que mantenga a la
mayoría de la población aterrorizada.
Si hoy una familia
vive a la intemperie y sus niños pasan hambre, tendrán que padecerlo
clandestinamente, para que los servicios sociales no se enteren; porque de lo
contrario le arrebatarán los hijos, para institucionalizarlos y rentabilizarlos.
Una mamá está con su niña de dos años en un
parque infantil. Subiendo al tobogán, la niña se resbala y cae golpeándose con
una barra en los genitales; comienza a sangrar. La mamá la lleva al hospital
más próximo. E inmediatamente se desquician las alarmas. Preguntan si alrededor
de la niña había algún varón. Exigen que inmediatamente se presente en el
hospital el padre y lo someten a un furibundo interrogatorio como presunto
violador. Afortunadamente múltiples testigos del incidente apaciguarán a los
supuestos técnicos en asuntos escabrosos.
Violencia de
género, violadores, pederastas, niños que maltratan a sus padres… Existe y
hemos de erradicarlo, pero su propaganda paranoica ¿es efecto? ¿o es causa de
su exponencial propagación?
El resultado de
tan tóxicas e intensas campañas es la desconfianza de todos contra todos:
mujeres contra hombres y viceversa, niños contra adultos y viceversa, padres
contra profesores, profesores contra alumnos, parados contra emigrantes, las
tiendas contra los manteros y etc., etc.
“Niño, si ves que
a tu compañero le maltratan en el cole, chívate”, denúncialo a los técnicos de
tu Comunidad Autónoma, y no asumas ningún protagonismo defendiéndole; chívate y
olvídalo. Fantasea que la Administración resolverá lo de tu compañero.
Y además,
procuremos que esto se generalice: denunciar las riñas vecinales, las alegrías
ruidosas, los que cruzan sin respetar el semáforo, el molesto bullicio de los
niños correteando sin control por el parque… El remedio a cualquier cosa que
moleste es la denuncia, que convertirá a la autoridad supuestamente
humanitaria, en omnipresente.
Se trata de una
guerra civil larvada, no declarada, de un eficaz y contundente todos contra
todos.
Cuanto más se
legisla sobre protección de menores, más legitimidad se le supone a los
técnicos y las Empresas que avasallan su privacidad; y más difícil les ponen a
las familias el defenderse de las mafias que las colonizan para lucrarse.
De hecho, si una
familia necesita subvención, muy excepcionalmente la generosidad del Estado la
subvencionará con 170 euros/mes; pero si lo hace una Empresa, la subvencionan
con 3.500 euros/mes; y si a base de insania el niño sigue deteriorándose, la
subvencionarán con 7.000 euros/mes, porque los niños, cuanto más rotos, son más
rentables.
Enrique Martínez Reguera
Madrid, diciembre 2016
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